Cada año desde 2016 se publica el informe Lancet Countdown sobre el impacto de la crisis climática en la salud. Gracias a la colaboración de investigadores líderes, como el español Jaime Martínez-Urtaza del Departamento de Genética y Microbiología de la Universidad Autónoma de Barcelona, en instituciones académicas internacionales –38 en esta ocasión– y agencias de Naciones Unidas, este trabajo recoge indicadores nuevos, actualizados y mejorados que monitorean de manera independiente las consecuencias sanitarias de un clima cambiante.
Los 44 expuestos en este informe alertan de un código rojo e indican "un incesante aumento en los efectos del cambio climático sobre la salud humana y las consecuencias de la respuesta inconsistente y tardía de los países de todo el mundo sobre la salud".
Su publicación coincide, además, con la inminente celebración de la 26 Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26) en Glasgow (Reino Unido), en la que los países se enfrentan a la presión de hacer realidad el ambicioso Acuerdo de París. Entre los objetivos marcados, una de los más urgentes es el de mantener el aumento de la temperatura promedio mundial en 1,5 °C, y movilizar los recursos económicos necesarios para que todos los países tengan una respuesta climática eficaz.
Aunque el desarrollo socioeconómico, las intervenciones de salud pública y los avances en la medicina han disminuido la carga global de la transmisión de enfermedades infecciosas, el cambio climático podría diezmar los esfuerzos realizados en materia de control y erradicación, según este informe.
La cantidad de meses con condiciones adecuadas desde un punto de vista ambiental para la transmisión de la malaria (Plasmodium falciparum) aumentó en un 39% de 1950 a 1959 y de 2010 a 2019 en zonas densamente pobladas de mayor altitud y con un índice de desarrollo humano (IDH) bajo.
"Este aumento en la aptitud ambiental supone una amenaza para las a las poblaciones altamente desfavorecidas de estas zonas, que estaban comparativamente más a salvo de la malaria que aquellas en tierras más bajas", aseguran los autores.
A su vez, el potencial epidémico del virus del dengue, el de Zika y el de chikungunya, que en la actualidad afectan principalmente a las poblaciones de América Central, América del Sur, el Caribe, África y el sur de Asia, aumentó a escala mundial.
Por otro lado, con el aumento de las temperaturas promedio y la alteración de los regímenes pluviales, la crisis climática está empezando a revertir los años de avance en la lucha contra la inseguridad alimentaria e hídrica que todavía afecta a las poblaciones más desatendidas de todo el mundo.
En 2020, las sequías extremas afectaron hasta el 19% de la superficie terrestre mundial, un valor que no había superado el 13% entre 1950 y 1999. En paralelo a las sequías, el aumento de la temperatura está afectando al potencial de rendimiento de los principales cultivos básicos del mundo.
Ese mismo año, en relación con lo ocurrido entre 1981 y 2010, se observó una reducción del potencial productivo del 6% en el caso del maíz, de 3% en el caso del trigo de invierno, 5,4% en el caso de la soja y de 1,8% en el caso del arroz. Los expertos aseguran que esto se traduce en un riesgo creciente de inseguridad alimentaria global.
"Los riesgos simultáneos e interconectados que suponen los fenómenos meteorológicos extremos, la transmisión de enfermedades infecciosas y la inseguridad alimentaria, hídrica y financiera están sobrecargando a las poblaciones más vulnerables. Mediante múltiples riesgos simultáneos e interactivos, el cambio climático amenaza con revertir años de progreso en materia de salud pública y desarrollo sostenible", subrayan.
Las desigualdades agravan la situación
En un análisis comparativo con lo ocurrido durante la crisis de la covid-19, los autores de este trabajo enfatizan que, a diez meses de 2021, no se había producido el acceso global y equitativo a la vacuna contra la covid-19.
"Más del 60 % de las personas de los países de ingresos altos han recibido al menos una dosis de la vacuna, en comparación con solo el 3,5% de las personas de los países de ingresos bajos. Los datos de este informe exponen desigualdades similares en lo que se refiere a la respuesta mundial para la mitigación del cambio climático", recalcan.
Por otra parte, la respuesta está siendo desigual entre países también en cuanto al cumplimiento de los objetivos del Acuerdo de París, encaminados a reducir a la mitad las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero en una década. Al ritmo actual, el sistema energético tardaría más de 150 años en descarbonizarse por completo.
"Con un planeta que se enfrenta a un aumento inevitable de la temperatura, incluso si se implementara la más ambiciosa mitigación del cambio climático, la adaptación acelerada sería esencial para reducir la vulnerabilidad de las poblaciones en relación con el cambio climático y proteger la salud de las personas en todo el mundo", apuntan.
Para los expertos, la pandemia mundial ha impulsado un mayor compromiso con la salud y el cambio climático en múltiples ámbitos de la sociedad, por ejemplo, con la participación de 91 jefes de Estado en el Debate General de la ONU de 2020 y un compromiso recientemente extendido entre los países del grupo de IDH muy alto. Pero creen que "todavía está por ver si la recuperación de la covid-19 favorece o contrarresta estas tendencias".
"La lucha contra el cambio climático requiere que todos los países den una respuesta urgente y coordinada, con la asignación de fondos de recuperación en relación con la covid-19, para apoyar y garantizar una transición justa hacia un futuro con bajas emisiones de carbono y la adaptación al cambio climático en todo el planeta. Los líderes mundiales tienen una oportunidad sin precedentes de ofrecer un futuro con mejor salud, menos desigualdades, y sostenibilidad económica y ambiental. No obstante, solo será posible si el mundo actúa en conjunto para garantizar que nadie se quede atrás", concluyen.