La Península Ibérica es, por su propia naturaleza, una región de extremos: alberga en una misma provincia, Huesca, el desierto más septentrional de Europa -Los Monegros- y el glaciar más al sur del continente, el Aneto. Atravesarlo como parte de la ruta que conduce al pico más alto de los Pirineos ha sido un rito de pasaje para alpinistas experimentados que ya no está al alcance de los amantes de la alta montaña. Este verano, la Guardia Civil emitía un aviso por el "especial peligro" de derrumbe, "hielos muy duros" y la "aparición de grietas": los estertores de una masa helada cuya agonía se ha visto acelerada en los últimos años hasta niveles "terminales".
No es un caso aislado, ni un fenómeno enteramente natural. La extensión de los glaciares fluctúa con las temperaturas globales. Tras la 'Pequeña Edad de Hielo', los Pirineos albergaban 52 glaciares, de los que hoy quedarían cuatro. Se creía que en épocas cálidas, como el 'óptimo climático romano', desaparecían del todo. Pero un estudio liderado por Belén Oliva Urcia, geóloga de la UAM, encontró en 2021 lascas de hace 2.000 años en el glaciar de Monte Perdido, prueba de su persistencia. Sin embargo, la aceleración del deshielo en las últimas dos décadas llevaba a los investigadores a concluir que no sobrevivirían al cambio climático antropogénico.
"No nos queda mucho de ver glaciares en nuestras montañas", advierte Ixeia Vidaller Gayán, investigadora del Instituto Pirenaico de Ecología, adscrito al CSIC. La geóloga ha liderado un estudio en The Cryosphere que cifra en un 64,7% la superficie de hielo desaparecida en el glaciar de Aneto en los últimos 40 años. Y el proceso se acelera, advierte. "Entre 1981 y 2011, las pérdidas no superaban el medio metro al año. Entre 2011 y 2020 no llegaba al metro. En 2021 fue un metro y medio. Y el verano pasado casi llegamos a los tres metros y medio. Este año creo que también rozaremos los tres metros, porque el calor de esta semana hace mucho daño".
El verano de 2022 fue, efectivamente, el más cálido registrado en Europa. Pero los glaciares son "muy, muy sensibles" al actual cambio climático no solo por las temperaturas récord, explica Vidaller. Tal y cómo se ha visto en los Alpes en la reciente ola de calor europea favorecida por el anticiclón Nerón, el límite de los 0 grados, que evita el deshielo, esta aumentando progresivamente de altura. A esto se suma el aumento de los días de calor anuales. "Es como una pescadilla que se muerde la cola: a más calor, más fusión del glaciar, menos zona de acumulación de nieve en invierno, y más fusión todavía".
Derrumbes, lagos y 'hielo negro'
Los glaciares no son estructuras inertes, explica la investigadora: deben presentar un 'movimiento' correspondiente a la diferencia entre la masa que consiguen acumular con las nevadas en invierno y la que pierde en verano. Sin embargo, la escasez de precipitaciones en los Pirineos en forma de nieve les impide concentrar lo suficiente en forma de hielo como para superar el déficit. "No hay más que ver las fotos", indica Vidaller. El equipo del IPE empleó tanto fotografías aérea como radares para medir la pérdida de extensión y grosor. "Ya no queda nieve en lo alto del glaciar, todo el blanco está perdiendo hielo".
El hielo restante, explica la geóloga, está retrocediendo hacia la pared rocosa. Eso deja al descubierto el permafrost, el suelo helado permanente que gana temperatura bajo el sol. Y ahí comienzan las perturbaciones tanto para el ecosistema como para los montañeros. "En los circos, que son las partes altas de la montaña, hay rocas rotas. Cuando entra agua, rellena las grietas al congelarse. El problema es que cuando el hielo se funde, las rocas quedan sueltas y caen generando desprendimientos". Han pasado a ser "cada vez mayores y frecuentes", especialmente en las horas centrales del día, las de mayor radiación solar.
Pero el material desprendido desde los circos al glaciar tiene otras dos consecuencias. La primera es la disminución del efecto albedo. "El hielo normalmente es blanco, refleja la luz solar y conserva el frío. Pero la capa mineral crea un 'efecto radiador'. Se calientan y aceleran la fusión". La segunda es la aparición del 'hielo negro', ya que las partículas de polvo contienen otros microorganismos como hongos o bacterias. Además de aumentar la peligrosidad para el alpinismo porque los crampones no se clavan bien, el ennegrecimiento disminuye el efecto albedo.
Un tercer fenómeno se conjura a la contra: la aparición de ibones o lagos glaciares. "Cuando el glaciar se mueve, arranca rocas bajo la superficie y se las lleva, generando umbrales y cubetas -pequeñas depresiones y colinas - que se van a llenar de agua", explica Vidaller. Así, en 2015 se describió la aparición de un nuevo lago, el Ibón Innominato. "En el agua siempre va a sobrar más calor que en el hielo. Si un glaciar tenga un lago en su frente, se va a acelerar su retroceso". Los ibones pirenaicos, explica, son mucho más pequeños que en cordilleras como el Himalaya y los Alpes. El problema es que el Aneto es un glaciar también muy pequeño.
"En fase terminal"
Además de extensión, el glaciar del Aneto ha perdido espesor: era de 32,9 metros en 1981 pero el año pasado ya se limitaba a 11,9 metros. Y las previsiones no son halagüeñas. "Cuando los glaciares retroceden, se quedan más pegados a las paredes de los circos que les protegen con su sombra y tienden a aguantar más", apunta la investigadora. Pero según han podido comprobar sobre el terreno, esto no está pasando: las pérdidas de espesor aumentan exponencialmente, lo que les lleva a declarar al glaciar en fase "terminal".
Vidaller es rehacia a poner una fecha de defunción dado el margen de incertidumbre del proceso. "Podríamos hablar de diez años, pero con veranos en los que se pierden tres metros de profundidad cuando solo quedan 12, podemos sacar nuestras propios conclusiones", apunta. Tampoco pueden plantears medidas específicas para revertir esta pérdida que vayan más allá de la lucha general contra el calentamiento global. "En Suiza los están tapando con mantas blancas para aumentar el albedo, pero no está demostrado que funcione".
El cierre de los espacios naturales, más allá de por razones de seguridad, tampoco tendría un impacto significativo, por la "mínima" erosión que provocan los crampones en comparación con la pérdida por deshielo. "Ahora mismo no creo que haya ninguna medida que sirva exclusivamentemente para protegerlos", reflexiona. "Pero sí que podemos hacer muchas cosas para intentar paliar este cambio climático. No podemos hacer nada específicamente por los glaciares, pero tampoco vamos a poner los aires acondicionados para estar en casa a 15 grados", concluye.