El sevillano que le pone nombre a las olas de calor: "Son dañinas, no podemos llamarlas Antonio"
José María Martín participa en un proyecto piloto en España que busca concienciar de la incidencia en la salud de estos eventos meteorológicos.
19 agosto, 2023 01:47Un físico nacido en Galicia que pone nombre a las olas de calor desde Sevilla. Dicho así, puede parecer una broma de muy mal gusto. Pero lo cierto es que es verdad, con la salvedad, eso sí, de un par de matices. El primero de ellos es que este físico, de nombre José María Martín-Olalla (Orense, 1970), seguramente no tenga morriña por abandonar las tierras gallegas, pues lo hizo cuando tenía dos años en dirección a la capital andaluza.
Ser sevillano de adopción fue uno de los principales motivos por el que se pusieron en contacto con él desde la Universidad de Sevilla (US), donde ejerce como profesor de Física de la Materia Condensada. "Querían alguien que tuviera un conocimiento local de cómo se comporta la población de esta ciudad ante las olas de calor", explica Martín. He aquí el segundo matiz: "Hubo más gente que recibió la llamada para entrar a formar parte del proyecto proMETEO Sevilla".
La Alianza para la Resiliencia al Calor Extremo (EHRA, por sus siglas en inglés) eligió la localidad hispalense como sede de esta iniciativa con la que pretenden concienciar a la ciudadanía de la importancia e incidencia en la salud de las olas de calor mediante la denominación de las mismas. Sevilla presenta dos aspectos positivos para un proyecto de este tipo: "Está situada en una región que es propensa a las altas temperaturas y tiene una población bastante grande. Es probable que sea la ciudad más calurosa que roza el millón de habitantes en Europa".
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Aunque ya ha pasado un año desde aquel anuncio, Martín confiesa que nunca se imaginó poniéndole nombre a las olas de calor. Este verano lo ha tenido que hacer en tres ocasiones: Yago, Xenia y Wenceslao. "Somos conscientes de que escogemos nombres que son raros", asegura este físico. "Estamos hablando de fenómenos particularmente dañinos. Por eso si pusiéramos Antonio a una ola de calor, sería un poco fastidioso para los que se llamen así".
Con nombre, sin definición
Este físico no cree que se vayan a quedar sin nombre por muchas vueltas que le den al diccionario y pese a que los días de ola de calor se han multiplicado por 10 en el último medio siglo en España. Pone como prueba de ello a las borrascas, un fenómeno meteorológico al que se le puso nombre por primera vez en el siglo XIX. Su autor fue el meteorólogo australiano Clement L. Wragge.
La Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) no implantó este sistema hasta 2015. En el caso de las tormentas, Martín critica que se le pone nombre a cualquier cosa, por pequeña que sea. "Basta con que tenga un componente ciclónico. Aunque luego se pueda disipar rápidamente o dé lugar a un huracán de categoría cinco".
Por este motivo, reconoce que desde proMETEO Sevilla están siendo más exigentes a la hora de lanzar un nombre para evitar una situación similar a la de Pedro y el lobo. "Si lo hiciéramos cada semana, la gente se saturaría". También insiste en hablar de máximas y no de temperatura media. De esta forma, la gente se hace una mejor idea del tiempo que hace. "44 ºC es mucho calor, pero una media por encima de 33 ºC no se suele saber cuánto es".
A pesar de la precaución, Martín desvela que las predicciones meteorológicas que han realizado este verano —y que pueden prever con cinco días de antelación— han sido más altas de las temperaturas que se terminaron registrando. "Evidentemente, no es que hiciera frío", aclara, "pero el calor no era tan intenso como el que se esperaba en Sevilla". Y eso que en la primera ola de la época estival dejó casi 43 ºC en esta ciudad.
La reprimenda parece evidente ante las predicciones al alza. Sin embargo, la definición de un fenómeno de este tipo resulta compleja, tal y como ya han señalado algunos expertos en meteorología a EL ESPAÑOL. "De hecho, no existe una definición cerrada de lo que es una ola de calor", añade Martín.
Culturas adaptadas al calor
A este físico le llama la atención la evolución de una ciudad como Sevilla en cuanto al turismo, y en comparación con la serie histórica de las temperaturas. "Por ejemplo, en la época de la Expo 92 el verano era una temporada baja", rememora Martín. "Ahora, en cambio, ves a turistas paseando a las 16.00 horas en los meses de julio y agosto. Son los únicos con los que te vas a cruzar por la calle en este horario". Descarta, eso sí, que en España se vaya a dar el turismo en busca del calor extremo, como sucede en el Valle de la Muerte en California (Estados Unidos).
Y es que, como señala el profesor de la US, no es una cuestión de que en el sur peninsular se soporte mejor el calor, sino que se hace un uso del tiempo diferente. "Aquí entre las 14.00 y las 18.00 horas mejor no quedo para nada", ya que gran parte de la actividad veraniega en Sevilla está destinada a evitar la exposición solar a las horas centrales del día.
Según Martín, la siesta no deja de ser una forma de evitar la exposición solar. En España no todo el mundo la practicará, pero desde luego seguro que tiene más arraigo que en otros países. "Cuando interacciono con los responsables de la EHRA —estadounidenses, en su mayoría— te das cuenta de las diferencias culturales. A veces les resulta difícil de comprender que las altas temperaturas son algo con lo que estamos acostumbrados a vivir".
Además de asesor científico, Martín también actúa como portavoz de este proyecto porque, como señala entre risas, "alguien tiene que dar la cara ante los medios". En esta ocasión, lo hace al otro lado del teléfono. Aunque no siempre se ha encontrado con un entorno tan 'agradable'. "Este verano una periodista noruega acudió a Sevilla porque quería hacerse eco del proyecto", relata, "y me pidió que hiciéramos la entrevista a las 16.00 horas. Por supuesto, es una ocasión muy apropiada para hablar de este fenómeno en Sevilla", dice riéndose.
"¡Ojo, que nosotros no estamos pidiendo que haya olas de calor", aclara Martín. Anhela incluso con que haya un año en el que no tengamos que nombrar ninguna. Aunque, a tenor de los registros históricos, este deseo se atisba menos probable que cruzarse con alguien en Sevilla a la hora de la siesta y que no sea un turista.