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El activismo humanista y la gestión de los sistemas acuíferos e hidrológicos son las constantes que guían a Annelies Broekman desde su infancia. Nacida en tierra de diques y canales, Bélgica; formada en ingeniería y doctorada en Economía Agrícola en Bolonia; y máster en Gestión Integrada del Agua por la Universidad de Zaragoza, desde 2013 es miembro del grupo investigación sobre Agua y Cambio Global del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF) adscrito a la Universidad Autónoma de Barcelona. La trágica DANA de Valencia, advierte, es una llamada para reconsiderar nuestra relación con el agua.

Se ha dicho que una DANA como la del 29 de octubre solo ocurriría una vez cada mil años de no existir el cambio climático antropogénico. ¿La previsión es que fenómenos de esta intensidad se vuelvan más frecuentes?

Desafortunadamente, es así. Todos los modelos climáticos indican una misma tendencia, el incremento de la temperatura del aire. Y esto a su vez implica múltiples otros cambios. El fenómeno de las DANAs ha existido siempre, pero su intensidad depende de la temperatura, y nunca hemos tenido al Mediterráneo con 30ºC en superficie. Y se seguirá incrementando por el calentamiento global, por la reducción de los caudales de los ríos que llegan al mar, por los cambios químicos que producen la acidificación del agua... No tenemos una bola de cristal, pero sí modelos matemáticos alimentados con datos reales, y cada vez se acercan más a la realidad.

¿Se están acelerando las consecuencias extremas del calentamiento global? No se esperaban efectos tan fuertes hasta mediados de siglo.

Depende de a qué escenarios nos referimos. Fuimos demasiado optimistas al pensar que lograríamos reducir las emisiones de CO2, pero no han parado. Estamos viendo cosas nunca vistas antes en la interacción del clima con la física del planeta. El hielo se derrite más deprisa, las corrientes del mar cambian antes, la pérdida de biodiversidad es más acelerada... Y eso es importante remarcarlo cuando hablamos de adaptarnos al cambio climático. Nuestras referencias estadísticas sobre caudales y frecuencias de las inundaciones se basan en un clima que ya es el pasado. No podemos tomarlos ya como ciertas. Hay que incorporar con humildad la gestión del riesgo y la conciencia de la incertidumbre en la toma de decisiones sobre la planificación territorial.

¿Cree que la reciente catástrofe será un punto de inflexión para reorganizar los sistemas de alerta y la ordenación del territorio? 

Yo no soy optimista, pero tengo mucha esperanza. ¡Que son cosas muy diferentes! Tras una riada tan terrible, yo tengo la esperanza de que marque un antes y un después también desde un punto de vista cultural y emocional. Que nos ayude a reconectar con la idea de que pertenecemos a un sistema vivo, que nos preguntemos: ¿De qué masa de agua sale la corriente de mi grifo? ¿Cómo es mi cuenca hidrográfica, qué conflictos ambientales hay en mi área? Es el primer paso para restablecer un vínculo con el ecosistema, una sensación de conjunto que nos puede salvar la vida.

Ha mencionado la relación entre la temperatura del Mediterráneo y la de los sistemas fluviales. ¿Cómo pueden los ríos enfriar los mares?

El hecho de que no estemos enviando suficiente agua dulce al Mediterráneo es parte del problema que ha provocado que se haya recalentado tanto en los últimos años. Este agua también aporta todos los ingredientes fundamentales para la biodiversidad marina, y un mar vivo con ecosistemas que funcionan es más frío respecto a un mar que se está acidificando y salinizando. Es como cuando echas sal al agua para hervir la pasta, la composición química cambia y se calienta más rápidamente. Estoy muy cansada de escuchar que "los ríos se pierden en el mar". Es fundamental recordar el gráfico del ciclo del agua que estudiamos en la escuela: si queremos reducir los riesgos, el mar es un elemento regulador increíble.

Es llamativo, no obstante, que estemos basculando en los últimos años en España entre la sequía hidrológica y las lluvias torrenciales.

Tras esta tremenda DANA, algunos acuíferos y bosques se están recuperando. ¡Pero en Cataluña seguíamos en sequía! Mucho tiene que llover, necesitamos varios años con una humedad más alta de la mediana. Además, una inundación en una cuenca  renaturalizada y capacitada para retener el agua funcionaría como una reserva natural. Es una herramienta importantísima contra la sequía. La impermeabilización del suelo supone un doble problema: incrementa la virulencia de la inundación y evita la infiltración del agua.

Annelies Broekman, investigadora del CREAF.

¿Qué entendemos por renaturalización de los cauces? Entendemos que no significa dejarlo todo salvaje.

No, por supuesto. Significa recuperar las funciones básicas del río. Tenemos la parte biofísica por un lado: los sedimentos, el lecho fluvial, con sus piedras y arena. Y por el otro, la parte biológica, el bosque de ribera y la vida dentro del agua. Esos dos sistemas garantizan que el río comunique con el acuífero, un filtro natural entre aguas superficiales e inferior, y que tenga la calidad necesaria para que vivan los bichitos y las plantas que van a enfriar el agua. Son aspectos fundamentales: debemos dar la oportunidad a los sistemas de restablecerse. Dejarlos en paz. Restaurar las cuencas sin hormigón, dejando como Jefe de Obras al propio ecosistema.

Una vez eliminado el hormigón de los cauces, ¿qué función cumple la limpieza y la eliminación de represas naturales?

Ahí hay otro malentendido: los ríos tienen necesariamente que transportar material vegetal inerte. Lo que debemos cambiar son los puentes, que son auténticos tapones.  Tenemos que quitar las infraestructuras humanas que está obstaculizando el paso. En Cataluña tenemos zonas industriales en pleno cauce, parques infantiles en la ribera, puentes con ojos tan pequeños por los que no pasa ni el agua normal. Y los coches: todo eso es lo que nos va a obstruir, no la funcionalidad del cauce renaturalizado. Todos los puentes que han caído con la DANA se deberían reconstruir leyendo el paisaje. Por dónde haya pasado el agua, no pongas el nuevo puente.

¿Nos estamos precipitando entonces al querer dejarlo todo como estaba a marchas forzadas?

Aquí hay un gran problema: los fondos que reciben los municipios tras un desastre, como ya sucedió con la borrasca Gloria, se rigen por protocolos de emergencia. No hay ni estudio de impacto ambiental, ni participación ciudadana, ni exposición pública para alegaciones. Si no reconstruyes tal y cómo estaba, pierdes el dinero. Es contradictorio: estos fondos deberían ser transformativos. Esto viene de la legislación decimonónica, cuando las emergencias eran casos únicos imprevistos. Ahora forman parte de nuestro clima normal. Hay que adecuar la liberación de fondos para que se puedan codiseñar las nuevas infraestructuras en base al territorio. Y para lo que haya que reconstruir tal cual, que al menos sepamos que nos expone a un riesgo increíble.

¿Entendemos entonces que el cauce es la protección natural, y el error está en haber edificado el núcleo urbano dentro de sus límites? 

Exacto. Habrá quien diga: "Este pueblo es medieval y nunca se había inundado hasta ahora". La respuesta es que los parámetros ya no valen. Nuestros ancestros ya sabían que debían construir fuera del cauce, claro, pero hasta esa sabiduría acumulada por los siglos debe revisarse porque el clima ya no es el mismo.

¿Hacia dónde debe ir la reconstrucción entendida según los criterios de resiliencia y de adaptabilidad a la nueva realidad climática?

Una cultura de gestión de riesgo implica mucho trabajo institucional de revisión de los protocolos de coordinación para la gestión de los desastres. Pero también apela a una corresponsabilidad consciente de la ciudadanía. Podemos hacer mucho a nivel de comunidad e incluso individual. Yo apelo a que se escuche mucho más la información científica, pero el cambio climático es un claro ejemplo de problema transversal. Necesitamos incorporar todo tipo de conocimiento. No solo las nuevas tecnologías, también el de la abuela que tiene 80 años y se conoce muy bien el río.

¿Debemos aceptar que vamos a vivir el resto de nuestras vidas en un estado de emergencia climática?

La naturaleza nunca ha sido una fotografía, siempre ha ido cambiando. Ahora esos cambios son más extremos, y tendremos que apechugar, porque no hay manera de parar el fenómeno. Ya no solo es cuestión de no emitir CO2 a la atmósfera, sino de preservar los ecosistemas que absorben estas emisiones. Hasta ahora hemos sido un poco naifs, ahora hemos de entrar en la edad adulta.