Grasas hay muchas, y no hablamos solo de las que ingerimos para bien o mal de nuestro cuerpo. Se pueden dividir en dos colores: podríamos decir, una blanca y otra parda. La ciencia las distingue por el mayor número de mitocondrias de la segunda. Y su afán de los últimos años es investigar cómo la grasa parda puede ayudar a quemar la blanca, esa que tanto nos tortura.
Vayamos por partes. La llamada grasa blanca es fácilmente reconocible: es la que se adhiere a nuestro abdomen, es signo de obesidad y alerta de futuras enfermedades que se podrían evitar. A partir de un cierto porcentaje es indeseable, y lo ideal es eliminarla o no permitir que se acumule mediante una alimentación adecuada y el ejercicio físico.
Si la comida y el deporte no fueran suficientes, la grasa parda puede ayudar a eliminarla. También llamada grasa marrón, su propósito es el de almacenar y liberar energía en nuestro organismo. Y es en este proceso cuando puede ayudar a quemar calorías.
Por lo que sabíamos hasta ahora, 100 gramos de grasa parda servían para quemar hasta 3.400 calorías diarias, una cantidad muy superior a la ingesta diaria de muchas personas, sin necesidad de sentir más hambre o deseo de comer. Así, se convierte en un activo contra la obesidad. Pero hay más.
De acuerdo a un estudio publicado por la Asociación Estadounidense de la Diabetes, los adultos pueden generar más grasa parda con temperaturas bajas o sensación de frío. Sin que nos demos cuenta (porque el cuerpo no percibe esa actividad), ayudamos a combatir la obesidad. Además, el frío a corto plazo también ayuda a captar glucosa en pacientes con diabetes tipo 2.
Los sujetos del experimento (10 hombres con sobrepeso y obesidad) fueron sometidos a un periodo de 10 días de aclimatación del frío. En ese periodo de tiempo, estuvieron sedentarios en una habitación fresca, con camisetas y pantalones cortos.
Los adultos necesitan de estos trucos para generar grasa parda, al contrario que los bebés, que la contienen en abundancia para resistir mejor en los primeros meses de vida. Cuando sentimos frío, mandamos a nuestro cuerpo la idea de que necesita más calor. Las señales nerviosas ordenan a la grasa parda que se ponga en marcha y se expanda para regular la temperatura.
Ya que no es cuestión de que la gente se ponga a pasar frío en invierno o dentro de congeladores industriales, la ciencia propone algunas ideas que contribuirían al aumento de la grasa parda. Una sería activar con medicamentos esas señales nerviosas que le llegan. Sin embargo, los fármacos que lo hacen cambian la presión arterial y la frecuencia cardiaca, de acuerdo a un estudio de investigadores estadounidenses.
Esto podría incrementar el riesgo de infartos, precisamente en una población que, por sufrir obesidad, ya está en peligro. La otra, más fisiológica, es que la grasa parda debe estar conectada por un generoso torrente de sangre y un buen ramillete de nervios para que se ponga en marcha.
Ratones y moléculas
Estas ideas están refrendadas por estudios en los que se han usado ratones. En estos pequeños mamíferos, como en los topillos, la grasa parda ayuda a sobrevivir a bajas temperaturas, pues genera calor en sus cuerpos.
Un estudio de 2012 identificó en la sangre de los ratones la molécula BMP8b, más presente en sus niveles de grasa parda que de grasa blanca. Los primeros aumentaban cuando los ratones eran expuestos a situaciones de frío. Cuando eliminaban la BMP8b de los roedores, la grasa parda no se activaba.
En un estudio reciente, mediante técnicas de ingeniería genética, los científicos aumentaron los niveles de grasa blanca de ratones para comprobar si aumentaría la función de la molécula. Y acertaron: el incremento de la BMP8b hizo que la grasa blanca notara más la presencia de la parda, ya que la molécula hace que sea más sensible a las señales nerviosas.
Y no solo eso: también aumentaron los vasos sanguíneos y los nervios tanto en la grasa blanca como en la parda. Esto ayudaría a diseñar fármacos que mandasen señales nerviosas a niveles más bajos que los actuales, para evitar el riesgo de ataque cardíaco.
Ahora, la ciencia debe seguir investigando para que los resultados alcanzados con éxito en estos animales se repliquen en humanos. El gran reto es evitar los daños en el corazón y conseguir que perdamos grasa perjudicial sin que nos demos cuenta. Y a ser posible, sin pasar frío.
[Más información: El frío te hace adelgazar, pero invita a los virus: así te cambia por dentro]
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