Cuando se come en exceso, tanto el estómago como el cerebro humano suelen tener mecanismos de compensación para evitar los excesos, tanto por motivos físicos (el estómago tiene limitaciones) como por motivos químicos. Además, si se come sin parar, la obesidad sería un problema más grave si cabe respecto al momento actual.
Sin embargo, en ocasiones estos sistemas de contención fallan, y hasta ahora no se tenía claro si se trataba de un fallo real o de algo para lo que el organismo humano ya estaba diseñado desde el principio. De hecho, cuando se llega al punto de saciedad y a una persona se le ofrecen determinados alimentos de más, como una ensalada por ejemplo, el rechazo es casi inmediato; sin embargo, si el ofrecimiento contiene alimentos ultraprocesados ricos en grasas (como bollería), en muchas ocasiones se continuará comiendo a pesar de la saciedad. Y eso tendría explicación.
Según un nuevo estudio publicado en la revista Neuron, esta debilidad por el exceso para consumir alimentos densos en calorías se debería al hecho de que nuestro impulso por satisfacer el hambre y el deseo de consumir alimentos grasos se regula mediante circuitos cerebrales diferentes: una cosa es el hambre y la necesidad de saciedad, y otra es la necesidad de satisfacer la necesidad de placer.
Alimentación homeostática y alimentación hedónica
La alimentación "normal", que busca solucionar el hambre o saciarnos, es la conocida como alimentación homeostática, la cual soluciona el estímulo cerebral una vez se llega a los límites de energía solicitados por el organismo; cuando se llega a reponer el combustible, el cerebro cesa el estímulo. Sin embargo, existe otro tipo de alimentación por placer o alimentación hedónica, cuyo estímulo implica el consumo de alimentos ricos en grasas y densos en calorías, cuyo consumo se basa únicamente en el placer, y el cual puede continuar sin hambre.
Según este nuevo trabajo, la alimentación hedónica estaría regulada por una proteína llamada nociceptina, la cual activa la comunicación neural en ciertas regiones clave del cerebro de los mamíferos en general y de los humanos en particular; de hecho, esta comunicación explicaría también por qué tanto humanos como perros y gatos tienden a sufrir obesidad por exceso de consumo alimentario, mientras que otros animales como los lagartos por ejemplo, no sufren de dicho problema.
Para dar lugar a esta conclusión, los investigadores modificaron ratones genéticamente para que expresasen nociceptina fluorescente, con el objetivo de poder rastrear su movimiento por el cerebro. Posteriormente, se alimentó a los ratones de forma regular, pero algunos de los roedores ya saciados fueron expuestos a alimentos grasos en otra jaula. Y, a pesar de no tener hambre, los animales continuaron comiendo golosinas hipercalóricas, llegando al sobrepeso tras sesiones repetidas.
Según los autores del trabajo, cuando los ratones estaban comiendo en exceso, la nociceptina aumentaba en un circuito cerebral que se origina en la amígdala central, un área que se asocia con el procesamiento emocional en los mamíferos. Pero, si se desactivaban las neuronas en la amígdala, cesando la producción de nociceptina, los ratones dejaban de engullir en exceso, aunque no se vio ningún impacto a la hora de consumir alimentos de forma habitual. En otras palabras, tanto la amígdala central como la nociceptina controlarían la gula o los excesos, pero no tendrían control sobre la saciedad normal.
Por ello, los investigadores sospechan que este circuito cerebral sería responsable de los conocidos como atracones, sin tener influencia alguna en la alimentación homestática normal. El origen de esta vía neuronal probablemente se debe a las antiguas épocas de hambruna, donde los mamíferos debían consumir un exceso de alimentos en determinados momentos incluso sin hambre, con el objetivo de obtener reservas energéticas para momentos donde el alimento no estaba disponible.
Actualmente ya no sucede esto, al menos en humanos, los cuales tenemos una amplia disponibilidad de alimentos grasos en los supermercados, por lo que es necesario cuidar más lo que comemos. Sin embargo, el cerebro humano no ha evolucionado al mismo ritmo que la sociedad, y evitar los atracones no es tan fácil.