El común de los mortales considera que las dietas son un castigo. En el desayuno se preparan una triste rebanada con “pavo”; a media mañana mordisquean una barrita de muesli garrapiñado que se pega a los dientes; y, a la hora de la comida, pinchan su tenedor con desgana en una ensalada salpicada de productos etiquetados como light. Alguno habrá por ahí que coma tortitas de maíz por placer, quién sabe.
Hartos de ultraprocesados insípidos, muchos de los que inician sus dietas se las acaban saltando con un ultraprocesado peor. Se tiran arrodillados al suelo y con los brazos al cielo preguntándose en qué clase de universo cruel viven en el que el placer de comer se paga con la ganancia de peso. No hay que desesperarse: cada vez son más las voces de quienes nos advierten que el problema no está en las calorías, sino en la calidad de las mismas y el efecto saciante de un determinado alimento.
Dejar de comer alimentos como las legumbres o los frutos secos, porque tienen muchas calorías, es un error. Los beneficios que aportan a la salud compensan el aporte calórico. Pero, además, las legumbres, los frutos secos, las verduras y las frutas contienen fibra, un componente que es muy conocido por su función reguladora del tránsito, pero que sirve para más cosas. Mejora la salud cardiovascular y también proporciona efecto saciante. Es decir, comer alimentos sin procesar evita consumir grandes cantidades y, en consecuencia, sobrepasar las recomendaciones de calorías diarias.