Hasta hace unos años. los cereales se consideraban el no va más de la alimentación saludable. Así, sin apellidos, la famosa pirámide alimentaria recomendaba sin ambages que los cereales fueran la base de nuestra alimentación. Sin embargo, y por fortuna, las cosas han cambiado en los últimos años. Como recuerda Boticaria García en su libro El jamón de york no existe, las guías alimentarias más actualizadas, como el Plato Saludable de Harvard, ya han desechado esa idea en pos de la recomendación más sana de comer principalmente frutas y verduras. En cualquier caso, lo que ésta y otras guías afirman en la actualidad es que los pocos cereales que comamos deben ser de grano entero o, en otras palabras, integrales. El problema: En España, la mayoría no lo son, basta con echar un vistazo al cesto de pan que acompaña a la gran mayoría de menús del día de los restaurantes patrios.
Una vez establecida la calidad idónea de los cereales que hemos de consumir, llega la gran pregunta: ¿qué son los cereales enteros? Según el Consejo de Granos Enteros -sí, existe un organismo con este nombre- los granos enteros son las semillas de diferentes granos (como el trigo, el maíz, el centeno, la avena, el arroz o la cebada) que conservan las tres partes que los componen. Si la semilla ha sido procesada (molida, picada, triturada y/o cocida), el producto final deberá contener aproximadamente la misma composición de nutrimentos que se encuentran en la semilla del grano original.
Las tres partes que componen el cereal son el salvado, el endospermo y el germen y en las versiones refinadas sólo se conserva la segunda. Elaborar los productos con únicamente el endospermo del cereal mejora el aspecto del mismo, pero empeora radicalmente su efecto sobre la salud.
Con respecto a los macronutrientes, el principal compuesto de los granos enteros son los carbohidratos. A pesar de su mala fama, los carbohidratos de estos productos son complejos y de absorción lenta, por lo que son mejores que los simples o fruto de productos refinados.