Tenemos una manzana podrida, pero sólo una parte, así que cogemos el cuchillo, tiramos lo que está pocho y nos comemos el resto. Parece algo lógico y sensato, sobre todo en una sociedad que desperdicia grandes cantidades de alimentos. Incluso la ex primera ministra británica Theresa May llegó a defender la idea de retirar la parte mohosa de las mermeladas y aprovechar lo demás.
Sin embargo, ya sabemos que la política y la ciencia no siempre van de la mano y este caso es un gran ejemplo. Cuando un alimento está podrido o tiene moho, según los expertos, en la mayoría de los casos lo mejor es tirarlo entero, aunque hay excepciones. Todo depende de las características concretas de cada producto, pero en el caso de la manzana, aunque haya una parte que se conserve aparentemente sana y nuestros sentidos no nos alerten de lo contrario, con toda seguridad los microorganismos ya se habrán extendido por toda la pieza. En concreto, los alimentos se ven invadidos por toxinas fúngicas o micotoxinas producidas por hongos de los géneros Aspergillus, Fusarium y Penicillium, según explica la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Lo cierto es que esta idea choca con nuestra experiencia sensorial. Por eso, no es de extrañar que el público se sorprenda y reaccione con incredulidad cuando los científicos comentan públicamente que debemos ser precavidos en este aspecto, como ocurrió hace poco en Twitter.
Alimentos que deberías tirar
No obstante, conviene diferenciar entre los alimentos recuperables y los que no lo son. Los especialistas de American Mold Experts explican las diferencias. Así, hay alimentos muy húmedos, de una textura suave, en los que las toxinas penetran rápidamente. Es el caso de las carnes, los guisos, las pastas que ya han sido cocinadas, los quesos blandos, el pan de molde, los yogures, la miel y la mantequilla, entre otros.
En este grupo también entran la mayoría de las frutas y verduras más consumidas. Manzanas, peras, tomates tienen esas características que los hacen vulnerables a la acción de los microorganismos, así que, aunque a simple vista sólo esté podrida una mitad o una pequeña parte lo más probable es que las micotoxinas ya estén en toda la pieza.
Hay alimentos recuperables
Sin embargo, otros alimentos que tienen menos cantidad de agua, que son más secos y más duros no dejan que los microorganismos les invadan por completo. Por eso, tras eliminar la zona afectada por el moho o visiblemente podrida, se pueden consumir. Es el caso del jamón curado y de los quesos duros. También ocurre lo mismo con algunas frutas y verduras consistentes, por ejemplo, las zanahorias o el repollo. Si en estos alimentos cortamos la parte afectada y un poco más por seguridad, podemos consumirlos sin preocupación.
Por otra parte, hay que tener en cuenta que los microorganismos no siempre son sinónimo de peligro, ya que en algunos casos se emplean para su proceso de elaboración o incluso los contienen como un ingrediente indispensable. El mejor ejemplo es el del queso azul, que contiene un tipo de bacterias perfectamente comestibles.
¿Qué pasa si te lo comes?
En cualquier caso, el hecho de que comamos alguna vez una pequeña cantidad de algún alimento en mal estado, sin ser conscientes de ello, no debería causarnos problemas graves si tenemos un sistema inmune saludable. De hecho, muchas personas tratan de aprovechar esos trozos de fruta que aún no se han podrido y nunca enferman. Los ácidos del estómago matan la pequeña cantidad de toxinas, pero los especialistas nos dicen que mejor no tentar a la suerte, sobre todo si se trata de niños, personas mayores y enfermos.
¿Cómo prevenirlo?
A largo plazo, es inevitable que algunos alimentos lleguen a deteriorarse, pero hay cosas que se pueden hacer para alargar su vida útil. Los hongos crecen sobre todo cuando les son propicias ciertas condiciones ambientales de humedad, temperatura o contacto con otros alimentos.
Por eso es importante la limpieza dentro y fuera de la nevera, cubrir los alimentos, estar atentos a las fechas de caducidad y tener cuidado con las sobras. En este último aspecto, aunque varía según el alimento, la norma general es no esperar más de tres o cuatro días para consumirlas.