La depresión, uno de los males epidémicos del siglo XXI, es un trastorno psiquiátrico extremadamente complejo en el que confluyen factores hereditarios, ambientales, psicológicos y orgánicos. Las Navidades son una época que puede desencadenarla, algo que se tiende a relacionar con el fuerte impacto emocional ligado a la carga social y familiar que conllevan las fechas. Pero la alimentación también jugaría un papel crítico, según concluyen investigadores de la Universidad de Kansas (EEUU).
Según el equipo de psicólogos clínicos del centro, el consumo de azúcares añadidos que podemos encontrar en todos los dulces típicamente navideños es un factor desencadenante de los procesos metabólicos, inflamatorios y neurobiológicos que contribuyen al trastorno por depresión. Una elevada ingesta de azúcar en turrones, mazapanes y mantecados, sumada a la reducción de horas de luz solar y a las alteraciones de los ritmos del sueño que provocan suponen una "tormenta perfecta" contra la salud mental, afirman.
"Para muchas personas, la menor duración del día durante el invierno supone una perturbación de sus ritmos circadianos, impidiendo un descanso saludable y conduciendo al 5-10% de la población a un auténtico episodio clínico de depresión", explica el profesor asociado Stephen Ilardi, uno de los autores del estudio que publica la revista Medical Hypotheses y que se basa en informes de hábitos nutricionales de todo el mundo, entre ellos, un estudio sobre universitarios españoles. Esto, además, conduciría a un círculo vicioso de consumo de dulces en una época en la que están por todas partes.
"Una característica habitual del trastorno afectivo estacional es que dispara el antojo por el azúcar", prosigue Ilardi. "Por tanto, un 30% de la población que sufra como mínimo los síntomas de la depresión invernal querrá darse un atracón de carbohidratos mientras se ven rodeados de dulces de Navidad". Para complicar las cosas, el azúcar proporcionará un estímulo emocional inicial, por lo que algunos pacientes se "engancharán" al "subidón" que proporcionan aunque sea efímero.
"Cuando tomamos dulces, actúan como una droga", precisa el investigador. "Tienen un efecto inmediato que mejora nuestro humor y nos hace sentir bien. Pero en grandes dosis y a largo plazo, tienen paradójicamente como consecuencia un empeoramiento pernicioso del estado emocional, reduciendo el bienestar, elevando la inflamación y provocando la ganancia de peso". Ilardi se atreve a comparar los efectos negativos físicos y psicológicos del consumo de azúcares añadidos "a niveles demasiado elevados" con los de "beber un poco demasiado de alcohol".
"El alcohol consiste básicamente en calorías vacías, energía pura, no-nutritiva y súper tóxica en grandes cantidades. Y los azúcares son muy similares", prosigue el investigador. "Lo que estamos averiguando con respecto a la depresión es que, para optimizar la dieta, la gente debería proporcionar a su cerebro todos los nutrientes que necesita evitando en mayor medida las toxinas potenciales". En el caso del azúcar, la inflamación sería el efecto negativo más determinante para la salud mental.
Alimentación y salud mental
"Gran parte de quiénes sufren depresión tienen altos niveles de inflamación sistémica. Y eso nos hace pensar en enfermedades crónicas como la artritis reumatoide o la diabetes. Pero la depresión es una enfermedad inflamatoria para la mitad de los pacientes", insiste. "Las hormonas inflamatorias pueden provocar un estado de depresión severa en el cerebro. Un cerebro inflamado es un cerebro deprimido, y los azúcares añadidos tienen un efecto inflamatorio en el organismo".
Además, el azúcar también perjudica a la microbiota, los microorganismos que habitan en nuestro tracto gastrointestinal y que están ligados a multitud de enfermedades, incluida la depresión. "Nuestros cuerpos alberga diez trillones de microbios y algunos saben hackear el cerebro", previene Ilardi. "Las especies simbióticas nos benefician para beneficiarse ellas mismas. Pero existen otras que podemos considerar parasitarias y oportunistas, y muchas de ellas prosperan gracias a los azúcares añadidos. Producen sustancias químicas que llevan al cerebro a un estado de ansiedad, estrés y depresión, y son altamente inflamatorias".
¿Qué alimentación sería la mejor para prevenir el riesgo de depresión? Una dieta de alimentos "mínimamente procesados", rica en comidas a base de plantas y ácidos grasos omega 3. En cuanto a los azúcares añadidos, Ilardi recomienda "precaución" y no solo por Navidad, remitiéndose a la dosis recomendada tanto por la Organización Mundial de la Salud como por la American Heart Association, que es de 25 gramos por día. Un límite que los españoles tendemos a rebasar cuadriplicando las cantidades. Algo que ocurre, lamentablemente, no solo durante las fiestas.