La patata ha sido uno de los alimentos que más hemos consumido de forma tradicional en España. Está en multitud de guisos, las comemos como snack, y también son habituales en los menús de las distintas cadenas de comida basura en su versión frita. ¿Cuál es el problema? Que las patatas no son verduras, sino que contienen fundamentalmente almidón. Lo cuenta Miguel Ángel Martínez-González, ecatedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad de Navarra en su último libro, ¿Qué comes? Ciencia y conciencia para resistir (Planeta), que firma junto a la periodista Marisol Guisasola.
"Si las patatas son fuente de potasio, vitamina C y fibra (eso es cierto), ¿por qué tienen tan mala fama y las restringen al mínimo en todas las dietas?", se preguntan. "Una respuesta es que solemos pelar las patatas y que, al hacerlo, eliminamos la mayor parte de la vitamina C que contienen junto con la fibra y otros nutrientes. Otra realidad es que las patatas peladas (como las consumimos habitualmente) son muy ricas en almidón y, como consecuencia, disparan los niveles de azúcar en sangre y, a la larga, incrementan el riesgo de desarrollar resistencia a la insulina y diabetes tipo 2", escriben.
En el caso de las patatas fritas la cosa se torna aún más grave, puesto que el proceso de cocinado al que son sometidas incrementa sobremanera su carga calórica. De hecho, una investigación de la Universidad de Harvard situó a este alimento en el primer puesto del ránking como el alimento que más engorda.