Hace unas semanas señalábamos que el huevo frito congelado, un invento que un primer momento podía parecer un tanto idiota, tiene su razón de ser en establecimintos con muchos comensales. Gracias a esta creación, se pueden ofrecer huevos fritos de forma rápida y segura a un público grande, ya que este alimento tiene que manipularse con mucha precaución en España para evitar intoxicaciones alimentarias. Pero el invento que nos ocupa en esta ocasión, el huevo cocido que se vende en supermercados, tiene pocos argumentos que le salven del escarnio.
En primer lugar hay que señalar que el huevo frito congelado no se vende en el súper al por menor, es decir, que no está pensado para que uno vaya a la tienda y se compre un par para el desayuno, no. La idea es que se sirva, por ejemplo, en comedores colectivos. Por lo que sirve para agilizar el servicio a los hosteleros. En cambio, los huevos cocidos sí los encontramos en los estantes del supermercado para uso particular, sin mayor motivo que ahorrar tiempo al consumidor o alimentar su vaguería. Es cierto que alguien puede decir que se venden legumbres cocidas en el súper y nadie se escandaliza, también es verdad que no se puede comparar el proceso de preparación de un huevo (que son unos minutos de cocción) con el de unas lentejas, que es mucho más largo.
Entonces, dado que no se puede justificar el invento de los huevos duros listos para comer por el tiempo que implica su preparación, ¿es posible que uno de los motivos que justifique su existencia es que la cocción no es tan fácil como parece?, ¿que alcanzar el punto perfecto es una tarea más compleja de lo que pensamos? Pues no, este argumento tampoco se sostiene. Nuestro huevo duro dependerá de la calidad del producto y del tiempo que pase borboteando en el agua caliente, ni más ni menos.
Según explican desde Cocinillas, no se puede hablar de un único punto perfecto de cocción, ya que en esta cuestión entra en juego el gusto de cada uno. Por ejemplo, hay quien prefiere que la yema no esté líquida pero que se pueda mojar o quien prefiere huevo duro, muy duro. A su juicio, están perfectos a los 8 minutos de cocción.
Más caros
¿Sería posible entonces encontrar una razón de ser por el lado de la intoxicaciones alimentarias? Como señalábamos en el caso del huevo frito congelado, se trata de un alimento que ha sido pasteurizado y que por tanto ahorra a los hosteleros brotes de salmonela u otros problemas sanitarios.
En el caso del huevo duro para uso individual, el consumidor cuenta con la garantía de que el alimento ha sido cocido adecuadamente. Esto es cierto. Pero también que lo puede hacer en casa siguiendo unas sencillas pautas: cocinar el huevo hasta que la yema y la clara estén firmes y que alcance una temperatura interna de 71º o más. Se puede usar un termómetro de alimentos para asegurarse. Así, en este sentido sí que hay un pequeño alfiler que sostiene la razón de ser del producto, aunque es un punto a favor muy leve.
Sobra decir que a nivel nutricional, tanto los huevos que se venden cocidos como los frescos, son practicamente idénticos. Por tanto, más allá de la comodidad de tener los huevos listos para echar en la ensala y de ahorrar unos minutos de preparación, parece que hay pocos argumentos a favor de este invento.
Además, para colmo, también salen más caros. Un paquete de seis unidades de huevos cocidos cuesta unos1,17 euros, mientras que media docena de huevos talla L sale por unos 0,95 euros. Ahora, puestas todas las cartas sobre la mesa, le toca al consumidor decidir si compensa o no la compra.