Otro de los clásicos en el desayuno de los bares es el cruasán, ya sea solo, con un par de lonchas de York y queso, o en su versión vegetal (esto es: con tres hojas de lechuga, atún, pavo, pollo o jamón de York). Lo primero que conviene señalar es que el cruasán, por muy rico que esté, es un alimento tan perjudicial como un bizcocho o una galleta. Se trata de bollería. Si nos fijamos en la composición nutricional de una galleta y de uno de estos bollos originarios de Francia podemos comprobar que tienen porcentajes de grasa similares (alrededor del 20% del total del producto es grasa, con alrededor de un 10% de grasa saturada). En lo que varían más es en el porcentaje de azúcar, que suele ser mayor en las galletas industriales.
Así, un cruasán contiene principalmente azúcar, harinas refinadas y mantequilla. Los dos primeros poseen un altísimo índice glucémico (la rapidez con la que un alimento puede provocar un pico de azúcar en sangre), y la mantequilla es un ingrediente que también conviene evitar porque en España tenemos grasas más saludables como el aceite de oliva, por ejemplo. Además, en el caso de que el cruasán sea mixto, estaremos incorporando una carne procesada como el jamón de York, que está muy lejos de ser un alimento saludable, y queso fundido, que en la mayoría de las ocasiones ni siquiera es queso de verdad.