Las tostadas de pan son otro de los clásicos del desayuno de los bares. Por lo general, estas rebanadas suelen incluir también aceite de oliva y tomate, que acaban elevando el sabor de la creación de una manera exponencial. Sin embargo, la cruda realidad es que el pan blanco es un alimento que, pese a que ha sido básico en la tradición culinaria de nuestro país (desayunamos con pan, almorzamos con pan, cenamos con pan…), cuyo consumo deberíamos minimizar al máximo. El motivo es que se elabora con harinas refinadas y no con el grano entero del cereal. “El pan blanco es almidón, y nosotros convertimos el almidón rápidamente en glucosa. Se produce un pico de glucemia muy fuerte y eso supone un esfuerzo especial al páncreas, que acaba agotándose. Eso acaba en diabetes, más resistencia a la insulina…”, explicaba Miguel Ángel Martínez-González, catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública en una entrevista en EL ESPAÑOL.
El médico e investigador recomienda que, siempre que vayamos a tomar pan, sea integral. Y esto no quiere decir que en el envase leamos la palabra “integral”, sino que acudamos a la etiqueta y veamos que, efectivamente, está elaborado en un 75% al menos con harina integral. ¿Por qué? Porque el consumo de grano entero, es decir, los cereales que incluyen el germen, el salvado y el endospermo es mucho más saludable. No solo aportan más fibra y una mayor saciedad, sino que también tienen una mayor cantidad de micronutrientes fundamentales para nuestro organismo, previniendo un buen puñado de enfermedades como la diabetes o el cáncer.