Una de las frutas que podemos encontrar con más frecuencia en los hogares de España durante todo el año es el plátano. Se trata de una fruta dulce que gusta a muchas personas y que, por supuesto, es saludable. Siempre se ha dicho que los plátanos tienen mucho potasio, y es cierto, pero además destacan por su contenido de fibra, de vitamina B6 y de inulina, tal y como recoge la Fundación Española de Nutrición (FEN).
No contiene prácticamente grasas y tiene pocas proteínas, pero sí que destaca por sus carbohidratos. De hecho, tiene hasta un 20% de este macronutriente. De todas formas, los valores nutricionales del plátano —y de otras frutas y verduras— van variando a medida que maduran. Es decir, que en cada una de esas etapas en las que el plátano pasa de verde a marrón tiene un aporte diferente para el consumidor.
Ahora bien, esto no significa que un plátano sea más sano en un momento determinado; sólo que sus componentes han variado y los beneficios que resulten de estos son algo diferentes. Un fiel indicador del momento nutricional por el que atraviesa esta fruta es el color de la cáscara que la envuelve: a medida que el plátano se torna amarillo y empiezan a salir puntitos marrones, su sabor de vuelve más dulce y agradable.
Más maduro, más azúcar
Esto pasa porque a medida que madura el plátano, su contenido en azúcar va aumentando. Los plátanos, como se explica más arriba, tienen un 20% de carbohidratos: cuando la piel del plátano es de color verde, significa que la gran mayoría de estos carbohidratos son almidones resistentes. Cuando consumimos uno de estos plátanos, nuestro cuerpo va simplificando estos almidones hasta que los convierte en azúcar de manera lenta.
Sin embargo, cuando el plátano ha dejado de ser amarillo y la mayor parte de su cáscara es de color marrón, significa que la mayoría de esos carbohidratos se han convertido en azúcares —fructosa, sacarosa y glucosa, concretamente—. En este caso, nuestro organismo no tiene que hacer el trabajo de simplificar estos azúcares y pasan más rápido al torrente sanguíneo. Es decir, los plátanos muy maduros tienen un índice glucémico mayor.
Los plátanos más maduros son una buena opción para comer justo después de hacer deporte porque el cuerpo necesita reponer azúcares. De todas formas, no debemos preocuparnos por comer un plátano muy maduro si no hemos hecho deporte antes: los azúcares que contienen las frutas no se consideran dañinos. La fibra que acompaña al azúcar de los plátanos ayuda a que su absorción sea más lenta que la de los azúcares libres —es decir, reduce su índice glucémico—.
Siempre bueno
Además de tener un índice glucémico menor, cuando los plátanos están verdes contienen una mayor cantidad de vitaminas y minerales. Eso sí, los plátanos verdes son más difíciles de digerir y, por esta razón, algunos nutrientes pueden perderse en el proceso. Los plátanos muy maduros, por el contrario, se digieren con facilidad y, aunque han perdido algunos de esos micronutrientes durante ese tiempo, sus componentes se absorben con más facilidad.
Por último, los plátanos verdes tienen una mayor proporción de fibra y, gracias al almidón resistente, son una fuente de prebióticos. Esto quiere decir que la parte de almidón que resiste a la digestión va a parar al intestino, donde sirve de alimento para la flora bacteriana que habita en él. El buen estado de la flora intestinal repercute en la salud general ya que se ha relacionado con el sistema inmune.
En conclusión, comer un plátano siempre es una buena opción porque es una fruta cargada de vitaminas, minerales y fibra. Los plátanos verdes son más difíciles de digerir, pero tienen un índice glucémico menor y prebióticos; los plátanos muy maduros tienen un índice glucémico más elevado, pero aún así no son peligrosos, se digieren mejor y más rápido y pueden ser interesantes después del ejercicio físico. En el punto medio estarían los plátanos amarillos: conservan almidones, pero resultan mejores para la digestión que los verdes, y no han perdido tantos nutrientes ni tienen tanto azúcar como los marrones.