El ser humano ha conseguido muchas cosas. Dominar el fuego, inventar la rueda, idear los motores de combustión o curar enfermedades. Es capaz de dominar los elementos haciendo incluso que llueva sobre los cultivos, sin embargo hay algo que se escapa de su control, algo de lo que no puede huir, el tiempo. Cremas, rutinas faciales completas, tratamientos más o menos invasivos, superalimentos, se ofrecen miles de productos y soluciones al inevitable paso del tiempo que, como un agujero negro, más allá del horizonte de sucesos no hay vuelta atrás, nada puede escapar.

Primero las revistas de moda y después Internet, no han hecho más que perpetuar la obsesión por lucir o simular la lozanía, por la piel joven y con rubor, mantener el cuerpo y la cara entre los 25 y los 30 el máximo tiempo posible. Malas noticias, no existen milagros y nuestras células solo pueden dividirse un número limitado de veces marcado por los telómeros, como revelan distintas investigaciones como la llevada a cabo por el Hospital Universitario Sant Joan de Reus, Tarragona, y el Instituto de Salud Carlos III de Madrid. De hecho, el mismo elemento que nos hace vivir, el oxígeno, nos va oxidando paulatinamente y sin descanso.

Sin embargo, la comida, además de ser la gasolina que nos permite realizar las funciones vitales y ser un pequeño placer, es capaz de influir sobre esta oxidación y la producción excesiva de radicales libres, esas moléculas huérfanas de electrones que al buscar desesperadamente uno al que unirse, terminan dañando la célula viva, como bien lo explica un estudio llevado a cabo por Universidad de Extremadura, Badajoz, España.

Para protegerse de los radicales libres de oxígeno (entre los que se encuentran el ion superóxido, el peróxido de hidrógeno o el ion hidroxilo, el más tóxico), el plasma, los fluidos tisulares y las células poseen mecanismos antioxidantes y potenciando su efecto, existen compuestos de origen alimenticios, con capacidad antioxidante. Este efecto está avalado por numerosas investigaciones que destacan algunos antioxidantes como la vitamina E, los carotenoides y los polifenoles, además de la vitamina C.

Arándanos

En cuanto a los alimentos que, en concreto, pueden ayudarte a desacelerar un poco el reloj de la vida, se encuentran los arándanos, unos frutos muy nutritivos con muy poca grasa, bajos en sodio y colesterol, repletos de vitaminas y fibra. En concreto son ricos en vitamina A y C, principales antioxidantes, además de antocianina, que le aporta el característico tono azulado. Entre sus propiedades, los arándanos son antiinflamatorios y estimulan la producción de colágeno.

Zanahorias

La zanahoria es una hortaliza de conocida fama, cuyo contenido en betacaroteno la convierte en una magnífica aliada en la lucha por frenar el envejecimiento. “Estos pigmentos pertenecen al grupo de los carotenos, antioxidantes formados por alfa-carotenos, luteína, licopeno, zeaxantina y capxantina. Incluidas en nuestra dieta diaria, estas sustancias aportan un efecto antioxidante y protector”, explica José Gallardo, dietista-nutricionista especializado en obesidad.

Caqui

Al igual que las zanahorias, este fruto es rico en betacarotenos, precursores de vitamina A que se metabolizan en esta vitamina según lo vaya necesitando el organismo. Entre sus beneficios se encuentran la protección contra los radicales libres, previniendo el envejecimiento prematuro además del mantenimiento de la vista, la piel, los dientes y los huesos. Además, los nutrientes del caqui también son esenciales para el metabolismo de las proteínas, además de activar la melanina de la piel para protegernos contra el sol.

Salmón

El principal beneficio del salmón es su contenido en grasas omega-3. Incluso algunos estudios, han destacado de este nutriente que afecta a las células cancerígenas, inhibiendo en cierta medida su crecimiento. Además, el pescado azul contribuye a mantener a raya el colesterol, previene algunas dolencias en las articulaciones y fortalece el pelo. En la misma línea, las semillas de lino y chía, las nueces o la caballa también tiene una gran concentración de omega-3.

El aceite de oliva

El aceite de oliva es el pilar en el que se sostiene la dieta Mediterránea, pero además es excelente ayudándonos a ralentizar el reloj del tiempo gracias a los altos niveles de vitaminas A,D, E, K, entre otras, que contiene. Unos nutrientes que además se relacionan con la prevención de enfermedades neurodegenerativas y cuida nuestra salud cardiovascular.

El estandarte de la dieta mediterránea es también el guardián del secreto de la eterna juventud pues sus efectos antioxidantes presentes en las vitaminas E y K nos aporta no solo bienestar y una mejor digestión, sino que regenera la piel gracias a sus ácidos grasos Omega 3. Además, un equipo de investigadores la Universidad de Jaén, ha determinado la capacidad neuroprotectora del tirosol, uno de los compuestos fenólicos presentes en el aceite de oliva, ante los efectos patógenos de enfermedades neurodegenerativas como el párkinson. Revelando así que este compuesto induce a la disminución del estrés oxidativo y retrasa la parálisis muscular.

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