El pan tiene un sitio de honor en la mayoría de las mesas españolas. Es el compañero indiscutible de cualquier comida, el Watson de cualquier plato de carne o pescado, guisado, frito o cocido. Puede adoptar casi cualquier forma, baguette o torta, de masa madre, con todo tipo de cereales, esponjoso o crujiente. Hay un pan para cada persona.
Sin embargo, además de varias en texturas y sabores, también cambia nutricionalmente hablando. Normalmente, el cereal más utilizado es el trigo, sin embargo, existen una gran variedad de panes elaborados con otros cereales como la cebada, el centeno, el maíz o incluso el arroz. Incluso existen variantes sin levadura, como los panes cenceños. También existe el pan ácido, de pita, sin gluten o incluso al vapor.
Rodeando a este alimento existen multitud de mitos que precisamente vienen a señalar unas variedades mejores que otras. Por ejemplo, el pan integral sí engorda, aunque presenta más beneficios para la salud que el pan blanco. "Sí que es cierto que, si comparamos el mismo peso, comiendo pan integral tienes la fibra insoluble, que no se digiere y hace que aumentes el volumen de las heces, con lo que te salen unos zurullos cilíndricos perfectos que además flotan", escribe el profesor de Biotecnología de la Universidad Politécnica de Valencia y divulgador José Miguel Mulet en su libro ¿Qué es comer sano? (Destino, 2018).
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"Todo lo que comes de fibra, no lo comes de almidón, por lo que, en la misma cantidad, el integral engorda menos y aporta diferentes nutrientes", añade. Según la Base de Datos de Composición de Alimentos (Bedca), 100 gramos de pan blanco aportan 999 kilocalorías. Asimismo, según la misma fuente, la misma cantidad de integral aportaría hasta 1044 kilocalorías, algo más. También el pan engorda más o menos en función a qué parte comemos, es decir, se puede prescindir de la corteza o de la miga.
"A igualdad de peso, la parte del pan que más engorda es la corteza", explica en un artículo de EL ESPAÑOL Cristina Martínez, profesora de Nutrición y Bioquímica en la Universidad Camilo José Cela. "La miga de pan tiene más agua, por tanto menos contenido calórico que la corteza", señala la doctora en Farmacia y especialista en Nutrición y Bromatología.
"Hay estudios de caso y controles de infarto de miocardio en los que, efectivamente, aparece un alto consumo de pan blanco", destacaba el experto, ahondando en el efecto que provoca en nuestro cuerpo: "El almidón es un polisacárido que ha sido sometido a un proceso de fermentación y que nuestro cuerpo transforma rápidamente en azúcar. Tomar pan blanco es como comer azúcar. De hecho, si lo tienes un poco de tiempo en la boca, comienza a saber dulce", señalaba a este mismo periódico el catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad de Navarra, Miguel Ángel Martínez-González.
La clave está en reducir la cantidad ingerida
Al día deberíamos tomar, como máximo, un par de raciones pequeñas, de dos o tres dedos de tamaño, de pan integral, que se pueden poner en la comida y en la cena. Según este estudio publicado en BMC Public Health, que contó con una muestra de casi 10.000 individuos, consumir más de dos raciones de pan al día se asoció de forma directa con el riesgo de tener sobrepeso u obesidad.
El programa de televisión Masterchef señaló que la cantidad recomendada de pan al día es de 250 gramos por persona. Sin embargo, tal y como revela en este artículo de EL ESPAÑOL, el nutricionista Daniel Ursúa, "comer 250 gramos de pan supone, además del aporte energético que conlleva este consumo, desplazar otros alimentos más interesantes desde el punto de vista nutricional como la fruta o las verduras".
El pan blanco, el más consumido en España, está fabricado con harinas refinadas, harinas de trigo al que se le ha quitado el salvado y el germen, que son una fuente muy potente de fibra, un detalle que marca la diferencia. Los carbohidratos del pan de harinas refinadas se simplifican a gran velocidad en nuestro sistema digestivo, tan rápido que el pan blanco se empieza a convertir en azúcar al contacto con la saliva. Sus carbohidratos se convierten rápidamente en glucosa, que es absorbida por el torrente sanguíneo en un período muy corto de tiempo.
Para estabilizar el nivel de esta sustancia en sangre, el páncreas comienza a producir insulina. Algo que supone un esfuerzo para el órgano que puede tener consecuencias a largo plazo, afectando a la capacidad del mismo de producir insulina o apareciendo una resistencia celular a esta hormona. Otro añadido es el problema del exceso de insulina, que según algunas investigaciones, aunque en pequeña proporción, esta hormona sobrante se convierte en grasa, tanto en personas con normopeso como con sobrepeso. El pan blanco también cuenta con una mayor cantidad de hidratos de carbono digeribles, entre los que se encuentra la amilopectina que, durante la digestión, se convierte en azúcar.
Por su parte, el pan de molde suele estar elaborado con las mismas harinas refinadas que el pan blanco, por tanto, podemos esperar que tengan también un alto índice glucémico. Salvo aquellos que se elaboran con un 100% de harinas integrales. El problema añadido de este tipo de pan es que para su elaboración se necesitan más ingredientes que para hacer pan de barra.
Ingredientes que no entrarían dentro de la categoría de saludables ya que parte de ellos contienen azúcares añadidos, además de grasas vegetales que suelen ser de peor calidad que la del aceite de oliva. Por lo que se relaciona a este tipo de pan con los productos ultraprocesados, productos relacionados con el sobrepeso e, incluso, con una mayor mortalidad, tal y como se explica en este artículo de EL ESPAÑOL.