Durante las últimas décadas, pero sobre todo durante los últimos años, el campo de la medicina contra la obesidad ha cambiado drásticamente: una nueva generación de medicamentos ha logrado reducir en gran medida el peso de los pacientes sin los efectos secundarios anteriores. La "píldora para adelgazar" parece ser una realidad por fin.
Actualmente la obesidad se ha triplicado a nivel mundial en los últimos 50 años. En 2016 se calculaba que, en todo el mundo, el 40% de los adultos sufría sobrepeso y el 13% obesidad, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Y con el exceso de peso suelen asociarse diversos problemas cardiometabólicos como la diabetes tipo 2, el cáncer o las enfermedades cardio y cerebrovasculares. Si bien la dieta y el ejercicio son la base del tratamiento, cada vez es más evidente que no siempre son suficientes, y no en todos los casos, como indica un reciente editorial de la revista Nature.
Estos nuevos fármacos imitan a las incretinas, un tipo de hormona capaz de reducir el azúcar sanguíneo y el apetito, motivo por el cual se aprobaron principalmente como tratamientos de la diabetes tipo 2. Pero también han demostrado ser beneficiosos para lograr significativas pérdidas de peso.
Dudas sobre estos fármacos
Antiguamente se solía pensar que la obesidad no era una enfermedad, sino solo el reflejo de la falta de voluntad para perder peso de gran parte de la población. Sin embargo, actualmente esta hipótesis parece estar cayendo en el olvido, y cada vez es más plausible pensar que la mayoría de las personas que sufren sobrepeso u obesidad no se encuentran en dicho estado por simple "pereza". Hay mucho más.
En contraposición, no son pocos los expertos que temen el sobreuso de estos nuevos fármacos en personas que realmente no lo necesiten, o al menos no tanto como las indicaciones que tienen los fármacos en su ficha técnica: la sociedad occidental está obsesionada con la delgadez, y el tamaño corporal no siempre es buen predictor de la salud. De hecho, en España, ya existe un desabastecimiento de varios de estos fármacos que solo están aprobados en diabetes tipo 2, pero que se han recetado fuera de ficha técnica en nuestro país como tratamientos contra la obesidad; si bien es cierto que dicha aprobación existe en países como Estados Unidos o Reino Unido, en España solo el fármaco Saxenda está aprobado con ese propósito, pero no el resto de fármacos que han roto el stock.
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Otros expertos se preguntan si todo el mundo responderá igual de bien al tratamiento, si lo necesitarán de por vida, e incluso si pueden pagarlo. En España, insistimos, estos tratamientos solo están aprobados en diabetes tipo 2; en el caso de Saxenda el precio se dispara hacia los 270 euros mensuales, pero en Estados Unidos algunos fármacos como la semaglutida llegan a costar más de 1.000 dólares al mes. Y las aseguradoras médicas no son partidarias de su financiación.
Cómo funcionan
Realmente estos fármacos no son "nuevos", sino que hace décadas que los investigadores empezaron a estudiar el juego genético-hormonal detrás de la obesidad. Jeffrey Friedman, un genetista molecular de la Universidad Rockefeller de Nueva York, describió que una mutación genética del gen que codifica la leptina, la hormona de la saciedad, daba lugar a ratones obesos. Pero, al dar suplementos de leptina a estos ratones, se lograba reducir su hambre y su peso corporal.
Sin embargo, pronto se descubrió que alterar la biología de la obesidad no era fácil, y los primeros fármacos lograban pérdidas de peso modestas y efectos secundarios muy graves, sobre todo a nivel cardíaco.
Antes del descubrimiento de la leptina ya se habían descubierto algunas hormonas capaces de regular el azúcar en sangre, como GLP-1 o péptido 1 similar al glucagón, el cual parecía tener un efecto opuesto a la diabetes tipo 2: GLP-1 aumentaría la producción de insulina y reduciría el azúcar en sangre, lo que lo convertiriía en un objetivo atractivo contra la obesidad. De hecho, en la década de los 2000, la FDA de los Estados Unidos ya empezó a aprobar fármacos que "imitaban" a GLP-1; los conocidos como análogos de GLP-1, como fármacos contra la diabetes tipo 2.
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Pronto se descubrió que estos fármacos producían una gran pérdida de peso gracias a sus efectos en los receptores cerebrales del apetito, y los receptores intestinales de la digestión. En 2010 se corroboró que uno de estos fármacos, la liraglutida, era capaz de provocar una pérdida de un 8% del peso. De hecho, este fármaco es el principio activo de Saxenda.
Pero no fue hasta el año 2021 cuando uno de estos fármacos, semaglutida, logró un nuevo hito: la molécula, una versión modificada de la liraglutida, es capaz de actuar en las mismas vías y permanecer intacta y activa en el organismo más tiempo, además de acceder mejor a las zonas cerebrales que regulan el apetito. Además, semaglutida se usa en forma de inyectable semanal (mientras que liraglutida es diario), y ha logrado pérdidas de peso de hasta un 14,5% a lo largo de 16 meses. Históricamente, según los expertos, no se había logrado reducir el peso corporal de forma segura más allá del 10% con los fármacos previos.
Los fármacos del futuro
Pero los análogos de GLP-1 no son los únicos fármacos antiobesidad, sino que pronto habrá algunos más. Uno de ellos, la tirzepatida, un fármaco de la compañía Lilly que combina los beneficios de los análogos de GLP-1 junto a la activación de GIP o polipéptido insulinotrópico dependiente de glucosa. De promedio ha demostrado reducir hasta un 21% el peso corporal con su dosis más elevada, llegando a competir con procedimientos tan invasivos como la cirugía bariátrica.
Durante mucho tiempo se pensó que GIP fomentaba la obesidad, y que precisamente su inhibición ayudaría a perder peso, pero ha sido totalmente al revés en este caso. Aún así, otra compañía farmacéutica, Amgen, está probando un fármaco activador de GLP-1 e inhibidor de GIP simultáneo, con ensayos preliminares donde se logra un 15% de pérdida de peso en apenas 12 semanas.
Se están investigando otros enfoques, como los "agonistas triples", que activarían GLP-1, GIP y glucagón a la vez. Así mismo, se están investigando otras hormonas intestinales involucradas en el apetito, como el péptido YY; e incluso anticuerpos monoclonales como bimagrumab, capaces de aumentar la masa muscular y reducir grasa. Sin embargo, queda mucho por investigar en estos últimos casos, sobre todo su seguridad y falta de efectos adversos.