La dieta mediterránea, que nuestros abuelos sí que seguían a pies juntillas, es una de las alimentaciones que más recomiendan los médicos de todo el mundo. Los estudios han demostrado que es capaz de prevenir algunas de las enfermedades que más nos matan y que, en consecuencia, aumenta la longevidad. Por esta razón, muchos de los alimentos más típicos de esta dieta han sido imbuidos con un aura casi mágica y los tomamos pensando que pueden, prácticamente, sanar. Sin embargo, lo realmente saludable es cumplir con esta dieta en su conjunto.
Junto con el aceite de oliva o el vino tinto, el yogur es otro de los alimentos mediterráneos que forman el Olimpo de los productos saludables. El poder que se asocia con los yogures es el de facilitar las digestiones y, en concreto, el de mejorar nuestra microbiota. Los seres vivos que habitan en nuestro intestino están recibiendo en los últimos años más atención que nunca: cada vez está más claro su papel en el sistema inmunitario e, incluso, en la calidad del sueño por las noches. El yogur es, sin duda, nuestro probiótico favorito.
Sin embargo, no es el único. El kéfir es otro potente probiótico que se conoce desde hace mucho tiempo, pero que todavía sigue teniendo un aire exótico para muchos de nosotros. Si los juzgamos por su aspecto exterior, es posible que tanto el yogur como el kéfir nos parezcan idénticos. Ambos deben su fama a ser probióticos muy fáciles de encontrar en el supermercado, se elaboran a partir de la fermentación de la leche y comparten un color y una textura muy similar. Ahora bien, también cuentan con varias diferencias a tener en cuenta.
Diferencias y similitudes
Según las leyes de nuestro país, un yogur sólo es aquel "producto de la leche coagulada obtenido por la fermentación láctica mediante la acción de Lactobacillus bulgaricus y Streptococcus thermophilus en la leche". El kéfir, por su parte, contiene la bacteria Lactobacillus acidophilus y una levadura, lo que hace que se califique como una leche fermentada, pero nunca como un yogur. Además, el mecanismo de las fermentaciones con el que se elaboran estos dos lácteos también es diferente.
En el caso de los yogures, la fermentación que llevan a cabo en su elaboración es conocida como ácido-láctica, pero en el caso del kéfir se trata de una fermentación láctico-alcohólica. ¿Quiere decir esto que el kéfir lleva alcohol? Sí, pero en unas cantidades muy bajas. "Esto se debe a la fermentación de la glucosa residual durante la elaboración del producto. En cada bebida podemos encontrar alrededor de un 1-2% de graduación. Una proporción muy baja", explica este artículo de EL ESPAÑOL.
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Aunque ambos productos, el yogur y el kéfir, son igualmente probióticos, se dice que el segundo cuenta con una mayor variedad de organismos beneficiosos. Pero, además, hay que tener en cuenta que los microorganismos que componen los alimentos probióticos mueren cuando se someten a altas temperaturas. En este sentido, "el kéfir tiene una ventaja sobre el yogur, y es que no se puede someter a una segunda pasteurización después de su fermentación, como sí ocurre con los yogures", recoge este artículo de Vogue en el que participa la nutricionista Rocío Maraver.
Es decir, que a pesar de que el yogur y el kéfir son alimentos muy similares y ambos son buenos para el fortalecimiento de nuestra microbiota, el segundo tiene más probabilidades de contar con más disponibilidad de microorganismos vivos. Por lo demás, si observamos sus valores nutricionales se trata de dos productos muy similares. Eso sí, los expertos advierten que si lo que nos preocupa es cuidar de nuestra microbiota, ni el kéfir, ni el yogur debe sustituir el consumo de fruta durante el fin de semana. Tampoco debemos optar por aquellos de sabores o que contienen azúcares entre sus ingredientes.