Se acabó la diversión. Ha llegado septiembre y eso significa depurar todos los vicios que has cogido en verano: volver a madrugar, a dedicar el día a tu trabajo y, claro, a cuidarte. Sin duda, septiembre es el mes en el que más se nos pasa por la cabeza apuntarnos a un gimnasio y comenzar una dieta; el eterno bucle. Si cada vez le ves menos sentido a apuntarte a estas rutinas, no eres el único. Incluso muchos nutricionistas se han cansado de planear regímenes y apuestan porque entendamos la alimentación de otra manera.
Este es precisamente el objetivo de Come sin hacer dieta (Grijalbo, 2023), el libro que han escrito en tándem las nutricionistas Estefanía Fernández y Victoria Lozada, más conocidas en redes sociales como @stefyactiva y @nutritionisthenewblack. "Durante años la nutrición ha consistido en que te digan qué y cuándo comer, en anularte a ti mismo y acatar unas órdenes. Te dicen qué alimentos están prohibidos y cuáles no. Nosotras proponemos lo contrario: que conectes con tu cuerpo, con tu consciencia introspectiva", explica Fernández.
Vamos, esa habilidad que teníamos cuando éramos bebés: "Cuando queríamos comer, llorábamos, y cuando no queríamos más, nos apartábamos. Esta consciencia la hemos ido destruyendo a medida que crecimos", lamenta Fernández. Precisamente, esto es lo que pretenden las autoras del libro, que prestemos más atención a las señales que nos envía nuestro cuerpo de hambre y saciedad. "También que los alimentos dejen de catalogarse como buenos o malos, sino como nutritivos, menos nutritivos o de ocio. Tenemos tanta sobreinformación sobre qué comer y qué no que al final tenemos confusión y miedo", afirma la nutricionista.
¿Por qué no funciona una dieta?
Cuando hablamos de una dieta, hablamos de restricción, de no hacer caso a las señales del cuerpo. Se ha visto que tienen muchas consecuencias a largo plazo a partir de los seis y de los doce meses. Las primeras son fisiológicas porque se produce una irregularidad en las hormonas: tu cuerpo no sabe que estás a dieta para entrar en un bañador, sino que lo toma como una agresión y manda señales. Aumenta nuestro hambre, disminuye la saciedad, el metabolismo va más lento, nos sentimos cansados… A esto se añaden consecuencias psicológicas y sociales: nos sentimos más inseguros, nos falta autoestima y esto nos pone en un mayor riesgo de desarrollar un trastorno de la conducta alimentaria (TCA). Además, al tiempo las mejoras disminuyen, hay más miedos y confusión, aumentan los atracones. Al final entras en un ciclo de dietas porque recuperas el peso que has perdido e, incluso, ganas un poco más, ¡qué ironía!
En el libro apuntáis a que algunos artículos de medios de comunicación o perfiles de redes sociales son el origen de una preocupación insana por la comida, ¿por qué crees que esta manera de comunicar tan exigente con nosotros mismos es tan efectiva?
Porque los humanos siempre estamos buscando que nos den la solución única a nuestros problemas. Es contenido que proponen soluciones fáciles, como "tendrás salud si te quitas los carbohidratos". Nosotras, sin embargo, te damos la solución difícil: reconecta con tu cuerpo, piensa, indaga en tus sentimientos… ¡Claro, esto no lo queremos porque es más difícil! Consideramos que ese tipo de información no es ética porque ignora un montón de factores que están involucrados en la nutrición. La consumimos porque nos da la sensación de que hacemos algo por nuestra salud, que dicen que hay que tenerla por encima de todo. En realidad, es márketing basado en la desesperación.
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¿Todos nosotros somos gordofóbicos?
Sí, lo somos todos y es inevitable. Vivimos en un mundo gordofóbico y nos enseñan un lenguaje gordofóbico desde que somos pequeños. Así que sí, lo somos todos.
Hablando de gordofobia. Una de las plataformas en las que más frecuentemente se suele denunciar es en redes sociales. Sobre todo, cuando algunos usuarios advierten a quienes muestran su cuerpo no canónico de que no deberían estar orgullosos de mostrarlo porque es "insano", ¿qué piensas sobre este argumento?
Ahí hay gordofobia. Estas personas sólo están compartiendo una foto, simplemente están existiendo. Sin embargo, la sociedad les exige salud. A una persona delgada nunca la pararemos por la calle y le preguntaremos, por ejemplo, si se ha hecho recientemente una mamografía. Pero imaginemos el caso, que no es cierto, de que todas las personas con cuerpos gordos estuvieran enfermas, ¿por qué les exigimos estar sanos?, ¿por qué les tratamos de forma diferente a otros enfermos? Jamás faltaríamos el respeto a una persona con cáncer, ¿por qué a una persona gorda sí? Hay una exigencia de salud para ellas y lo que se pide, simplemente, es que haya respeto para todos, las personas gordas también pueden existir en redes sociales.
Según decís en el libro, esta relación entre obesidad y enfermedad empieza con conceptos de base que están equivocados. Como, por ejemplo, el índice de masa corporal (IMC), que es de las primeras variables que se calculan en una clínica de nutrición.
Sí, el IMC es una fórmula con la que se calcula si alguien está enfermo o no, de aquí viene la clasificación de obesidad. Lo inventó un matemático hace 200 años que no tenía la intención de que se convirtiera en un método de diagnóstico, lo usó para medir a hombres blancos europeos y no tuvo en cuenta otros tipos de cuerpos. A partir de ahí lo adoptaron las aseguradoras para catalogar a las personas como enfermas o sanas, pero a día de hoy seguimos haciéndolo. Realmente es una fórmula que no tiene en cuenta demasiados factores, ni siquiera la edad, que es básico. Pero tampoco se fija en la genética, ni en las analíticas, ni en el deporte que haces o los alimentos que comes. Es muy simplista.
Las guías médicas consideran la obesidad como un factor de riesgo de muchas enfermedades. Siguiendo este pensamiento, ¿les falta a estos textos científicos muchos matices?
Sí. Nosotras no decimos que todas las personas gordas tienen salud, igual que no todas las personas delgadas la tienen. Es evidente que la obesidad es un factor de riesgo de enfermedades, pero no sólo por pesar a una persona puedo catalogarla como una enferma. Cada vez hay más guías a nivel internacional, como la de Canadá o Australia, en las que se habla del estigma del peso y que piden que el médico pregunte si te puede pesar o no. Estamos más actualizados, pero falta muchísimo. Hay mucho sesgo en los estudios científicos porque hay interés de por medio: a nivel sistemático es más fácil catalogarte rápido y darte una solución en vez de indagar el caso. Hay cada vez más estudios de buena calidad que hablan de esto, de cambiar la base.
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¿Quedan razones para seguir teniendo una báscula en casa?
Puede ser útil para que peses la maleta antes de un viaje (ríe). Desde mi punto de vista, no. No creo que sea necesaria, sobre todo, porque a muchas personas les condiciona el número que aparece en ellas en cómo se sienten durante el resto de la semana. Por desgracia, siempre nos han dicho que si el número es alto, hay algo malo. Sin embargo, es posible esté haciendo cosas buenas para mi salud, como incluir más frutas y verduras, más movimiento o esté prestando más atención a mis señales corporales, y vea que el número en la báscula ha aumentado. Automáticamente, pensaré que lo he hecho mal aunque me encuentre mejor. Nos juzgamos muchísimo con esto. La báscula puede ser una guía en algunas situaciones, algunas enfermedades, pero para la población general, no.
¿Qué son la nutrición y el movimiento intuitivo? Parece que consiste en comer lo que quieras o movernos sólo si nos apetece.
Esto es súper importante porque creo que la palabra intuitiva es lo único malo que tiene este concepto. Se suele entender eso: que puedes hacer lo que te dé la gana, pero no es así. La nutrición intuitiva busca el bienestar y reconocer las señales corporales. Si te quedas un mes en el sofá comiendo hamburguesas, tu tracto gastrointestinal se ve afectado, tu columna también, tienes dolores. Son un montón de alertas a las que no estás prestando atención.
En el caso del movimiento, no siempre podemos llamarlo intuitivo porque el cuerpo siempre te va a pedir no gastar energía y, por eso, muchas veces tenemos que salir de esta zona de comodidad. Hay que recordar cómo te sientes cuando terminas de hacer ejercicio. El cuerpo te dice "descansa, tírate en el sofá". Haz el ejercicio que te guste y no te obligues a hacer uno que te disguste. Nosotras, como mujeres cíclicas, tenemos distintas preferencias a lo largo del mes. Es importante escucharnos.
Estas técnicas de escuchar a nuestro cuerpo, ¿cuánto tienen que ver con la meditación?
Mucho. Si quiero recuperar la sensación de saciedad o de placer a la hora de comer, esto se hace muy difícil si estoy delante del ordenador o frente a una pantalla porque el cerebro está más pendiente de eso que de la comida. Las señales de saciedad no las estoy captando y me paso hasta estar incómodamente lleno. Con la atención plena en la comida tratamos esto, al menos en una de las comidas del día. Ver si nos gusta, si la comida nos da placer, con qué cantidad nos quedamos saciados…
Decís en el libro que hay quien confunde esta nutrición intuitiva con "caer en el conformismo".
Se suele decir que las dietas tienen mucho que ver con la fuerza de voluntad, con tener disciplina o necesitar a alguien que nos diga qué hacer. Nosotras en consulta también podemos fijarnos objetivos porque hay gente que necesita una estructura, pero siempre desde la flexibilidad y de la compasión. Claro, ante esta última palabra hay quien dice "eso es conformismo", pero no. Se pueden tener objetivos, pero voy a comprender que en mi vida hay cosas que no puedo controlar y otras que no quiero hacer. Hay días que no estoy a tope y no quiero hacer ese ejercicio o comer aquello. Esa autoexigencia no sirve, nos ignoramos a nosotros mismos y a largo plazo es insostenible. Regañar no funciona.
A vuestros lectores les advertís que abandonar la cultura de la dieta no es fácil y que van a tener que seguir enfrentando a entrenadores o, incluso, a familiares que sí creen en ella, ¿qué trucos dais para enfrentarse a estas situaciones y cuál es el premio al final del camino?
En consulta hablamos muchas veces sobre la necesidad de poner límites a nuestro alrededor. A muchos de ellos no nos apetece decirles nada, pero a otros que nos importan más podemos decirles "por favor, no hagas comentarios sobre mi cuerpo y mi alimentación porque me afectan mucho" y esto lo trabajamos en la consulta. También les invitamos a aumentar la diversidad corporal que se ve en las redes sociales, que es algo que podemos controlar y que nuestra mente ve todos los días, llenándolas de cuerpos diferentes.
Una de las primeras cosas que vemos en la consulta es que las personas empiezan a disfrutar y a hacer actividades que antes no se permitían. Por ejemplo, ponerse unos pantalones cortos porque les daban vergüenza sus piernas, o disfrutar de la galleta que siempre se tomaban con culpa. Observamos que no tenemos que tomarlas de manera compulsiva, sino que puedo tomarme una guardarla, sin ansiedad por comérmelas todas. Aprendemos lo que nos gusta y tomarlo así da más disfrute. Esto permite vivir con menos culpa.