La alcachofa de Jerusalén (Helianthus tuberosu), conocida también como tupinambo o topinambur, es un tubérculo que, a pesar de su nombre, no tiene relación alguna ni con la alcachofa común ni con la Ciudad Santa. Su origen se encuentra en un punto bastante más lejano. Llegó de México a Europa en el siglo XVII y se popularizó como cultivo alimenticio antes de ser gradualmente reemplazada por la patata.
Como muestra de su origen, un botón: uno de sus nombres, "topinambur" proviene del idioma tupí-guaraní, hablado por los indígenas que habitaban Brasil antes de la llegada de los europeos. Significa "planta que excava como un topo", haciendo referencia a la forma en que las raíces de la planta crecen profundamente en el suelo.
Con un aspecto en el que destaca una corteza amarillenta o violácea y un interior blanco, el sabor del topinambur recuerda al de la alcachofa o incluso a la trufa. Es cierto que no es del todo conocida en nuestro país, e incluso llega a ser considerada una especie invasora en España. Pero ello no ha evitado que en determinados lugares algunos agricultores locales se dediquen a ello, sobre todo en el Valle del Guadalhorce en Málaga.
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Si analizamos sus valores nutricionales, esta alcachofa de Jerusalén resulta bastante interesante. 100 g cuentan con 73 calorías, 9,6 g de azúcares, 2 g de proteína, 17,6 g de carbohidratos y 1,6 g de fibra. Además de 429 mg de potasio, 78 mg de fósforo, 17 mg de magnesio, 14 mg de calcio, 4 miligramos de sodio, 3,4 mg de hierro. Todo ello acompañado de vitamina C, niacina (vitamina B3) y vitamina B9.
Anti-diabético y súper prebiótico
Este tubérculo también se considera adecuado para las personas que sufren diabetes. La causa es su alto contenido en inulina, un carbohidrato que, a pesar de su nombre, nada tiene que ver con la insulina. No se descompone en el cuerpo y, por lo tanto, no eleva los niveles de azúcar en la sangre, siendo una opción popular para personas con diabetes o que buscan alternativas a los carbohidratos tradicionales. También por los fructooligosacáridos, una fibra soluble que ayuda a regular los niveles de azúcar en la sangre.
Además, la inulina no absorbida en el intestino delgado actúa como prebiótico, estimulando el crecimiento de bacterias beneficiosas en el colon y convirtiéndose en probióticos, como las bifidobacterias. La alcachofa de Jerusalén es así uno de los cinco alimentos con más prebióticos, por encima de otros con mayor fama como el yogur. Además, contribuye a la absorción de calcio, desempeñando un papel relevante en la prevención de problemas óseos.
Vitaminas y minerales
La alcachofa de Jerusalén es rica en minerales como potasio, magnesio, sodio, calcio, hierro y fósforo, así como en vitaminas A, vitaminas B y vitamina C. Su consumo es recomendable por sus propiedades antitumorales, fortalecedoras del sistema inmunológico, aliviadoras del estreñimiento y limpiadoras del tracto intestinal.
Su ingesta proporciona sensación de saciedad, por lo que se recomienda en dietas para adelgazar, con sus bajo contenido en calorías, mucho menos que otros tubérculos. A todo ello se le une la ventaja de que al no contener gluten, no genera ningún problema para personas celíacas o con intolerancia a esta proteína.
Colesterol bajo y salud cardiaca
De nuevo, gracias a la inulina y, también, a la fibra soluble, la alcachofa de Jerusalén tiene potenciales beneficios relacionados con la salud cardíaca. Este fenómeno se atribuye a su capacidad para disminuir los niveles de triglicéridos y colesterol en el organismo. En condiciones normales, el hígado convierte el colesterol en sales biliares, esenciales para la digestión de grasas.
Sin embargo, las fibras solubles de la alcachofa de Jerusalén rodean estas sales biliares, evitando su reabsorción. Como respuesta, el hígado aumenta la producción de sales biliares, utilizando más colesterol en el proceso y, por ende, reduciendo los niveles en la sangre. En este proceso, la inulina y la fibra ayudan a modular el metabolismo del colesterol y promover un perfil lipídico más saludable.