Durante mucho tiempo, las investigaciones para tratar el alzhéimer se han centrado en evitar la formación de cúmulos de una proteína llamada beta-amiloide, que daña el cerebro, pero los esfuerzos no han conducido a desarrollar un fármaco o una terapia efectivos. De ahí la urgencia de abrir nuevas líneas de trabajo fuera de la teoría de los cúmulos, algo que se está convirtiendo en una prioridad en los últimos años.
Una de ellas tiene relación con los microorganismos que colonizan nuestro sistema digestivo: los investigadores han detectado alteraciones específicas en la composición del microbioma intestinal tanto en pacientes con alzhéimer como en modelos de roedores. La duda es si existe una relación causa-efecto entre dichas anomalías y los síntomas de la dolencia neurodegenerativa.
Un nuevo estudio revelador
Para profundizar en esta cuestión, un grupo de investigadores irlandeses, ingleses e italianos, liderado por la doctora Yvonne Nolan, realizó trasplantes de microbiota fecal donada por pacientes diagnosticados e individuos sanos de la misma edad a ratas jóvenes previamente desprovistas de microbiota.
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Así pudieron identificar cambios vinculados a la neurogénesis (formación de neuronas nuevas) del hipocampo –un proceso vital para ciertas funciones de memoria y el estado de ánimo– en las ratas que recibieron los microorganismos donados por las personas con alzhéimer.
Es importante mencionar que la gravedad de esas alteraciones se correlacionó con las evaluaciones cognitivas clínicas de los donantes. Los científicos también detectaron modificaciones específicas en el metabolismo del intestino y el hipocampo de las ratas.
Debemos tener en cuenta que la neurogénesis del hipocampo no se puede medir en seres humanos vivos, pero al estar influida por el entorno circulatorio sistémico –la circulación sanguínea en diferentes partes del cuerpo–, el suero de los pacientes sirve para calibrarla indirectamente. En el estudio, el suero de estas personas redujo la neurogénesis de células humanas en cultivo, lo que se puso en relación con las puntuaciones cognitivas y ciertos géneros microbianos clave.
La relevancia del nuevo trabajo radica en que por primera vez se ha observado que los síntomas de alzhéimer pueden transmitirse a un organismo joven y saludable a través de la microbiota intestinal, confirmando así su papel causal. También pone de relieve el papel de la neurogénesis del hipocampo, que coordina factores circulatorios sistémicos y otros mediados por el intestino en la enfermedad.
La importancia de la dieta
De los resultados obtenidos se deduce que el siguiente paso es realizar el mismo ensayo con humanos. Sin embargo, hasta que se pongan en marcha esas nuevas investigaciones, hay que recalcar la importancia de estudiar la alteración de la microbiota intestinal en los pacientes.
Y es fácil entender el porqué. Por ejemplo, los expertos han detectado un aumento de bacterias pertenecientes al género Phascolarctobacterium y una disminución de Bacteroides en los enfermos de alzhéimer. Además, sabemos que en esta patología influyen factores tanto no modificables (la edad, el sexo y la genética) como modificables. En esta categoría entran el ejercicio, el estrés ambiental, la alteración del sueño y la dieta, que pueden influir en el eje intestino-cerebro a través de mecanismos epigenéticos.
El último factor citado, la dieta, es un aspecto clave con el que trabajar. De hecho, se ha visto que el patrón de alimentación occidental (rico en grasas saturadas, azúcares refinados, productos procesados, carne roja…) es un factor de riesgo para padecer alzhéimer, mientras que las dietas mediterránea y cetogénica y la suplementación con ácidos grasos omega-3 y probióticos podrían proteger en los casos de enfermedad de leve a moderada.
Aunque los mecanismos subyacentes a estos efectos siguen sin estar claros, los componentes específicos de los alimentos influirían en los recursos neuronales y en la mejora de la salud cognitiva y la resiliencia.
Por ejemplo, los patrones dietéticos más saludables se han relacionado con la formación equilibrada de las neuronas del hipocampo, que se encuentran alteradas en las primeras etapas de la enfermedad. Por lo tanto, al fortalecer o mejorar la resiliencia cognitiva, los alimentos más sanos pueden favorecer el estado cognitivo en la vejez.
¿Y cuáles serían los más recomendables? Pues nutrientes como la fibra, las vitaminas (tiamina, ácido fólico y vitamina A, principalmente) y compuestos bioactivos como la curcumina, el resveratrol y los flavonoides.
En conclusión, el consumo elevado de frutas, verduras y cereales integrales ayudaría a restaurar la microbiota intestinal, reducir la inflamación y mejorar el rendimiento de la memoria tanto en seres humanos como en ratones con alzhéimer. Esperemos que el ensayo clínico en personas se realice cuanto antes y que sus resultados sean al menos tan esperanzadores como los del estudio recientemente publicado.
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atedrático de Nutrición y Bromatología del Departamento de Medicina Preventiva y Salud Pública, Universitat de València.* Este artículo se publicó originalmente en The Conversation.