Aunque no lo creamos, los microorganismos que viven en nuestro intestino se cuentan por cientos de miles de millones. Vivimos con esta enorme comunidad en simbiosis: nosotros les damos un hogar y también alimento, y estos microorganismos nos ayudan a digerir y a evitar infecciones. El estudio sobre la microbiota intestinal se encuentra todavía en fases muy primarias, pero las nuevas investigaciones cada vez descubren más beneficios y más funciones en las que está implicada sin que tuviéramos la más mínima sospecha.
Si bien en la microbiota podemos encontrar todo tipo de microorganismos, las bacterias son las más habituales y, sobre todo, de dos tipos: Bacteroidetes y Firmicutes. Tal y como se explica en este artículo de Consumer, el objetivo es que se produzca un equilibrio entre estos tipos de bacterias y que, si se descompensa —es decir, si se produce una disbiosis—, no sea a favor de los Firmicutes. Existen muchos factores por los que la microbiota se puede descompensar: desde el uso de antibióticos hasta la falta de gestión del estrés.
Por supuesto, el estado de la microbiota también se puede ver afectada por la alimentación: algunas sustancias como el alcohol, el azúcar y los edulcorantes artificiales o las carnes procesadas pueden provocar un descenso en la diversidad de bacterias. En cualquier caso, también se puede prestar una ayuda a esta comunidad a través de nuestra dieta diaria. Para ello, lo mejor es que en nuestra alimentación no falten los vegetales: verduras, frutas, cereales integrales, legumbres y frutos secos. Con su fibra contribuyen a que la microbiota se alimente y mejore.
Yogur natural
La fibra, que no se puede digerir, es fermentada por las bacterias y estas producen sustancias que, como el butirato, tienen múltiples beneficios para nuestra salud. Estos alimentos son conocidos como prebióticos, que no deben ser confundidos con los probióticos. Estos últimos son aquellos que contienen organismos vivos que son capaces de llegar hasta el colon y, de esta manera, incrementar la población de microorganismos que vive ahí. Sin duda, el alimento probiótico más famoso de todos es el yogur.
Ahora bien, si lo que queremos es mejorar el estado de nuestra microbiota cuando tomamos yogur, lo primero que tenemos que tener en cuenta es cuál elegimos. Para empezar, lo mejor es optar por el yogur natural, ese que sólo contiene leche —tanto fresca como en polvo— y fermentos lácticos. Cuando optamos por yogures de sabores, con trozos de fruta, de cereales o cualquier otro ingrediente, estamos comprando yogures que tienen un alto contenido de azúcares y calorías. Es mejor que nosotros mismos añadamos fruta a nuestro yogur natural.
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Mientras que el yogur puede ser beneficioso para nuestra microbiota, el azúcar que contienen esos productos eclipsa estas bondades y tiene el efecto contrario sobre estos microorganismos. Por esta razón, el yogur natural es el único que se considera realmente saludable en el supermercado. "The British Medical Journal (BMJ) ha publicado un estudio que ha concluido que comer dos raciones de yogur a la semana puede evitar la aparición de adenomas en el intestino. Los adenomas son unas estructuras que crecen de manera anormal en el intestino y pueden devenir en un cáncer", explica este artículo de EL ESPAÑOL.
Pasteurización
Los yogures se relacionan por tanto con la buena salud intestinal, pero aunque compremos los naturales en el supermercado debemos fijarnos en un detalle. Tal y como explica el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (MAPA), el yogur es "el producto de la leche coagulada obtenida por fermentación láctica mediante la acción de Lactobacillus bulgaricus y Streptococcus thermophilus a partir de la leche pasteurizada". La leche de los yogures puede ser de muchos tipos: concentrada, desnatada, en polvo…
Eso sí, "los microorganismos productores de la fermentación láctica deben ser viables y estar presentes en el producto terminado en cantidad mínima de 1 por 107 colonias por gramo o mililitro". Es decir, que para ser considerado un yogur como tal, debe contar con microorganismos vivos y, de esta manera, con la capacidad de impactar en nuestra microbiota. Ahora bien, tenemos que tener cuidado si damos con un ‘yogur pasteurizado después de la fermentación’ porque puede no ser lo que estábamos buscando.
Según el MAPA, "como consecuencia de la aplicación de un tratamiento por el calor posterior a la fermentación equivalente a una pasteurización, ha perdido la viabilidad de las bacterias lácticas específicas". Es decir, que el calor mata a las bacterias y, por tanto, si la pasteurización se hace después de fermentar, el producto resultante no contendrá los organismos vivos que andábamos buscando. "Se sabe que las bacterias vivas del yogur contribuyen a equilibrar la flora bacteriana del intestino y a potenciar el sistema de defensas contra infecciones y otras enfermedades", sostiene el MAPA.