Cuántas veces hemos oído eso que se dice a las mujeres embarazadas: “ahora debes comer por dos”. Y entonces, ¿por qué no dormir o caminar también por dos? Ese pensamiento tan arraigado culturalmente en nuestra sociedad es un mito, consecuencia de creencias erróneas sobre la ganancia de peso saludable.
A veces, durante la gestación, las mujeres relajan sus hábitos alimentarios pensando que, como de todas formas va a engordar, pues se puede permitir comer lo que se le antoje. Nada más equivocado.
Consecuencias para la madre y el bebé
Quizás las gestantes no sean del todo conscientes de las implicaciones que tienen sus actos en el futuro de sus bebés. ¿Por qué cada vez que acuden a una consulta prenatal las suben a una báscula? ¿Qué hay detrás de esa inquietud de los profesionales sanitarios por saber cuántos kilos “llevan puestos”?
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Este hecho responde a la necesidad de detectar una ganancia inadecuada de peso y poder prevenir las consecuencias en la madre y su descendencia. Debemos tener en cuenta que tanto un déficit como un exceso de kilos durante la gestación pueden derivar en diabetes gestacional o hipertensión, en el caso de la madre, y macrosomía (nacer con un peso superior al recomendable), en el caso del futuro bebé. Estos problemas de salud pueden acarrear complicaciones durante el embarazo o el parto, poniendo en riesgo a ambos.
Pero los efectos no sólo son inmediatos: un exceso de peso gestacional también se asocia a largo plazo con mayor riesgo de presentar diabetes tipo 2, sobrepeso u obesidad en la infancia.
La ganancia de peso recomendable
Podríamos decir que no existe un número de kilos estándar. Va a depender de factores como el peso inicial de la mujer antes del embarazo, de su índice de masa corporal (IMC) o del número de bebés que espera (gemelos, trillizos, etc.). Por eso, las indicaciones deben hacerse acorde a cada situación personal.
Con todo, el Instituto de Medicina de los Estados Unidos (IOM) ha establecido unas recomendaciones generales en función del IMC previo, siendo ampliamente aceptadas por todos los profesionales sanitarios. Así, una mujer con un IMC antes de la gestación dentro de la normalidad (18,5-24,9 kg/m²) podría ganar entre 11,5 y 16 kg.
Teniendo en cuenta estas pautas, y que la población gestante es bastante sedentaria –lo que no ayuda a controlar el peso–, surge otra cuestión: ¿qué pueden hacer las futuras madres para favorecer el correcto estado nutricional de su descendencia?
El cuidado nutricional del bebé
Para promover una ganancia de peso adecuada es importante mantener una alimentación equilibrada y practicar ejercicio físico de forma habitual.
Concretamente, el primer trimestre es crucial para controlar y mantener el peso durante el resto de la gestación dentro de los parámetros recomendados. Para ello, no hay que “comer por dos”, siguiendo una dieta saludable y prestando atención tanto a los alimentos como al tamaño de las porciones. También debemos tener en cuenta que la necesidad energética se incrementa durante el embarazo en unas 300 kcal/día durante el segundo y tercer trimestres.
Respecto a la actividad física, una amplia evidencia indica que las mujeres embarazadas tienden a reducir su frecuencia e intensidad a medida que avanza la gestación, pese a las recomendaciones de los profesionales de mantener un nivel de ejercicio moderado durante todo el proceso.
Por ello se debe incentivar, siempre que no exista contraindicación médica, la práctica de actividades como caminar a paso ligero, la natación, el pilates, el yoga o cualquier otra actividad adaptada a cada etapa del embarazo. Aunque la gestante no debe olvidar escuchar a su cuerpo, ajustando la intensidad del ejercicio a la necesidades y evitando el sobreesfuerzo.
En definitiva, el único objetivo de mantener una ganancia adecuada de peso es que las mujeres embarazadas “se cuiden por dos”. Se trata de buscar un embarazo saludable, el bienestar de la madre y el desarrollo óptimo del bebé. Y sin olvidar que los hábitos de las gestantes influyen de manera positiva o negativa en la salud de su descendencia.
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rofesora en Enfermería y Matrona, Universidad de Huelva.** Este artículo se publicó originalmente en The Conversation.