Es prácticamente automático. Uno acude a la carnicería del supermercado a comprar un pollo y en un alto porcentaje de las ocasiones acaba comprando el que tiene un mejor color, esto es, el pollo de corral. Mucha gente lo diferencia del resto porque su carne suele tener un color más amarillento o anaranjado, y piensa que es más sano o mejor. Sin embargo, lo cierto es que el pollo de corral, desde el punto de vista legal al menos, no existe.
Así lo ha advertido el dietista-nutricionista Pablo Ojeda. "El pollo, aunque sea amarillo, no significa que sea más sano. Te cobran cinco euros más, pero simplemente le han dado maíz, que es amarillo, y se pone más amarillito", ha dicho el experto durante su intervención en el programa de radio Las mañanas Kiss.
"Es verdad que cuando lo ves así, más amarillo, te da la sensación de que es de más calidad", dice uno de los presentadores del programa. "El amarillo parece mejor que el blanco, que parece que está enfermo", espeta otro. "Son primos hermanos", zanja Ojeda sin duda alguna.
Tal y como explicó hace algún tiempo este mismo periódico, la ausencia de regulación permite a las marcas etiquetar bajo la denominación "de corral" pollos que han sido criados de forma industrial. De hecho, el artículo 78 del reglamento 1308/2013 establece las denominaciones de venta de distintos productos. "Aves de corral" es la acepción genérica para un sector productivo que engloba preparaciones y productos de las especies Gallus domesticus, pato, pavo, ocas y pintadas. Todas ellas son "de corral", independientemente de su sistema de producción.
En el programa de radio, Ojeda también desmonta otros mitos que rodean al pollo y que se encuentran instalados en el imaginario colectivo. Uno de ellos es el de la piel de este animal, que la gran mayoría de personas desprecia. "La piel del pollo se come. Se puede comer perfectamente. Aparte, es una zona que tiene muchas proteínas, también una buena cantidad de grasa, pero no tiene muchas más calorías que el pollo. Unas 50-70 calorías", dice el nutricionista.
Así, por último, Ojeda avisa de que conviene evitar limpiar el pollo, ya que es uno de los errores más comunes a la hora de extender las bacterias. "Hay gente que lo limpia o que lo lava debajo del grifo. Nunca. Y os voy a explicar por qué: porque la carne de ave es más prolífera (sic) a tener bacterias", explica el especialista.
"Si yo me pongo a limpiar el pollo, y después lo seco con el pañito y luego me pongo a secar la tabla u otras cosas… Si he pillado alguna bacteria del pollo, estoy pasándola y causando una contaminación cruzada. Que después un día te sientas en casa y dices: ‘Me duele la tripa’, y a lo mejor es del trapo, que hace tres días limpiaste el pollo y ha crecido la bacteria", finaliza.