Los perros han cohabitado con el hombre desde hace 30.000 años, una relación bien avenida que se ha perpetuado incluso cuando han perdido su función original, colaborando con los oficios y protegiendo el hogar. Hoy sabemos que el mero hecho de convivir con nuestros canes nos beneficia desde la infancia hasta la vejez. Pero todavía podrían hacer algo más por nosotros: ejercer de centinelas de la salud humana, plantean dos investigadoras estadounidenses en la revista Science.
Al compartir el mismo ambiente que sus dueños, argumentan Courtney Sexton y Audrey Ruple del Colegio de Veterinaria de Virginia Tech, los perros pueden ayudar a estudiar factores como la epidemiología de los patógenos transmitidos, los efectos de la exposición a contaminantes como los metales pesados, e incluso las condiciones socioeconómicas. Recolectar y analizar los datos de salud canina podría servir de predictor para sus dueños, ya que al tener un metabolismo más rápido viven una versión "acelerada" y más corta de la vida de sus dueños.
"Los animales de compañía pueden desempeñar como centinelas de la salud pública, el bienestar social y la salud de las personas", valora en declaraciones a Science Media Centre M. Ramiro Pastorinho, investigador de la Escuela de Salud y Desarrollo Humano, y del Centro de Investigación en Salud Integral de la Universidad de Évora (Portugal). "Esto está en consonancia con el paradigma de One health, que afirma que la salud humana, animal y medioambiental están interconectadas, y que cualquier desequilibrio de uno de sus componentes se va a reflejar en los otros dos (como ejemplifica la demasiado reciente pandemia de SARS-CoV-2)".
A la propuesta de Sexton y Ruple, no obstante, Pastorinho añade ciertos matices: otras mascotas milenarias también tienen un papel dentro del concepto de One Health. "La creencia de que, entre los animales de compañía, los perros son los mejor situados para realizar la tarea de centinelas de la exposición tóxica es discutible. Por ejemplo, los gatos, debido a sus hábitos de acicalamiento -parecidos a los comportamientos de los niños de llevarse las manos a la boca- son mucho mejores centinelas de la exposición para los niños pequeños".
Por otro lado, las sociedades desarrolladas establecen una clara diferencia entre la alimentación de los animales y la de los seres humanos. Las mascotas son alimentadas con "raciones preenvasadas", advierte el especialista, por lo que no se puede hablar de una exposición equivalente. "Múltiples sustancias químicas tóxicas presentes en los envases migran a los alimentos, afectando exclusivamente a la salud de las mascotas". Cuando se alimenta a los perros con carne cruda, por otra parte, sí se establecen peligrosos vectores de transmisión.
El exposoma, explica Pastorinho, vincula las exposiciones desde el período de preconcepción a factores como el medio ambiente, la dieta o el estilo de vida, y cómo interactúan con atributos individuales del orden de la genética, fisiología y epigenética. "En la práctica, esto exige mediciones precisas de las exposiciones químicas individuales mediante muestras ambientales y biológicas, y de los efectos relacionados, mediante la proteómica o la genómica del individuo en cuestión".
Por tanto, una verdadera labor de análisis requeriría una recolección de información mucho más exhaustiva que los datos demográficos que sugieren Sexton y Ruple. "La propuesta es válida. Dado que el concepto de exposoma es, a estas alturas, totalmente inalcanzable, estamos obligados a, en el afán de comprender lo que nos enferma, obtener toda la información fiable que podamos", concluye el especialista en toxicología. "Si viene de una compañía bella, fiel e inflexible, mejor aún".