La gran mayoría de quienes tenemos ya una edad hemos vivido “noches de alcohol” en nuestra juventud. En general, recordamos esos momentos de forma positiva (diversión, risas, momentos compartidos…). Pero también hemos experimentado consecuencias negativas y, a veces, nos hemos expuesto a riesgos importantes.
Aunque beber alcohol es una práctica transversal en la sociedad, la juventud se caracteriza por ser la etapa en la que más frecuentemente se consumen grandes cantidades en un corto espacio de tiempo. En el ámbito científico esto se conoce como atracón o consumo (episódico) excesivo. Si bien estas definiciones presentan matices, utilizaré aquí el término “consumo excesivo” por adecuarse mejor al propósito del artículo.
Distintas edades, distintas consecuencias
El alcohol forma parte de la vida cotidiana en la cultura española. Según las estimaciones del Observatorio Español de las Drogas y Adicciones, en 2022, la mayoría de la población de 15-64 años (93,6 %) dijo haberlo consumido alguna vez en su vida, mientras que tres de cada cuatro personas (76,4 %) admitieron haberlo tomado en el último año. Cuando comparamos estos datos por grupos de edad, no se observan grandes diferencias.
Sin embargo, sí hay dos indicadores que muestran claramente los diferentes patrones en jóvenes y mayores: el consumo diario y las intoxicaciones etílicas. Entre las personas de 15 a 24 años, solo el 1,3 % dice haber bebido alcohol diariamente durante el último mes, mientras que a los 55-64 años este porcentaje es 13 veces superior (16,8 %). Al contrario, el porcentaje de jóvenes que se emborracharon en el último mes (15,5 %) fue ocho veces superior al de las personas de mayor edad (1,9 %).
En resumen, a medida que cumplimos años nos inclinamos por beber con más frecuencia (la cervecita, el vinito…) pero en cantidades menores, y evitamos consumir grandes cantidades en una sola ocasión.
Ninguno de estos patrones está exento de riesgos (no hay cantidad de alcohol saludable), pero sabemos que cuando se consume de forma intensiva, las consecuencias para la salud aumentan. Es decir, no es lo mismo beber cinco copas en dos horas que ingerir la misma cantidad en cuatro horas.
Además, con el consumo intensivo aumenta la probabilidad de llevar a cabo otros comportamientos de riesgo; por ejemplo, mantener relaciones sexuales sin protección.
La influencia de los iguales
Son muchos los factores asociados al consumo excesivo de alcohol en jóvenes (biológicos, de personalidad…), pero la influencia de la gente de la misma edad durante esta etapa es, sin duda, uno de los más decisivos. Con el paso de la niñez a la adolescencia y la juventud, la influencia de la familia va cediendo paso al grupo de iguales.
Lo que hacen, piensan y esperan sus pares determina en gran medida el comportamiento de las personas jóvenes, especialmente en lo relativo a las conductas de riesgo como el consumo excesivo de alcohol. Sentir la aceptación y adquirir prestigio en el grupo es clave en esa etapa. Esto hace que se comporten de forma similar a sus amistades y asuman riesgos.
Así, una gran acumulación de evidencias muestra que, a estas edades, quienes perciben que sus iguales beben grandes cantidades de alcohol tienden a imitarles.
Además, las personas jóvenes tienden a pensar que beben menos que sus iguales, lo que hace que no vean necesario modificar su consumo. Por este motivo, una de las intervenciones más eficaces para reducir el consumo intensivo de alcohol es el llamado feedback normativo personalizado, que consiste en corregir esa percepción errónea, generando un cambio de comportamiento.
No todo es percepción de riesgo
Es indiscutible que para que alguien decida moderar su consumo de alcohol, o tomar precauciones cuando bebe, es necesario que sea consciente de los daños que puede ocasionarle. Sin embargo, los medios de comunicación y campañas de prevención han dado un excesivo protagonismo a la percepción de riesgo.
Esto ha llevado a intervenciones “basadas en el miedo”, donde los jóvenes son confrontados con los numerosos efectos dañinos de la bebida.
Pero la realidad es bien distinta. La ciencia ha mostrado consistentemente que las intervenciones basadas únicamente en transmitir las consecuencias negativas del alcohol (u otras drogas) no son eficaces. Además, hoy sabemos también que frente a otros factores (como las actitudes), transmitir peligros o daños es menos útil para que alguien decida modificar su conducta.
Motivos para beber como predictor
Un tercer elemento a considerar cuando hablamos de juventud y consumo excesivo de alcohol son las motivaciones para beber. Como plantea el Modelo Motivacional del Alcohol, se han identificado en las personas jóvenes cuatro motivos principales. Aunque la mayoría bebe para socializar, también lo hacen para mejorar su estado de ánimo, para encajar en el grupo de iguales y no sentirse excluidas y para afrontar problemas y estados afectivos negativos (tristeza, ansiedad, miedo…).
Elevadas puntuaciones en estas motivaciones predicen un elevado consumo de alcohol, de lo que se deducen importantes implicaciones. Es necesario fomentar habilidades intra e interpersonales potenciando, por ejemplo, el desarrollo de habilidades sociales (para establecer relaciones, resistir la presión de grupo…) y estrategias de afrontamiento desde la adolescencia.
¿Cómo abordar el asunto?
El consumo de alcohol forma parte de la búsqueda de experiencias propia de la adolescencia y la juventud, y ejerce un papel central en los procesos de socialización en esas etapas. Por lo tanto, parece poco realista aspirar a mantener a toda la juventud alejada de la bebida. Debemos esforzarnos en retrasar el inicio del consumo y ofrecerles herramientas que les permitan tomar buenas decisiones cuando decidan beber.
Todavía hoy, los mensajes de reducción de riesgos están muy limitados al “bebe con moderación” o “si bebes no conduzcas”. La ciencia nos ha mostrado la eficacia de una gran variedad de estrategias conductuales de protección que los jóvenes pueden utilizar para reducir los daños y peligros del alcohol.
Por ejemplo, en situaciones donde el grupo presiona para beber, el simple hecho de poner hielo extra en la bebida puede ser una estrategia útil para reducir (discretamente) la cantidad de alcohol ingerida, sin que ello afecte al prestigio dentro del grupo.
Abordar el consumo excesivo de alcohol en la juventud requiere evitar una visión reduccionista y simplista del asunto, basada en proposiciones del tipo “beben porque está normalizado” o “porque no son conscientes de los daños”. Hay que tener en cuenta múltiples factores, fomentando habilidades personales, dimensionando el papel de los iguales y transmitiendo los riesgos en un contexto realista. Un contexto que no excluya los aspectos positivos que experimentan los jóvenes cuando consumen alcohol.
* Fermín Fernández Calderón es Profesor Titular en el Departamento de Psicología Clínica y Experimental, Universidad de Huelva.
* Este artículo se publicó originalmente en The Conversation.