Bolsas monodosis compostables fabricadas con residuos vinícolas y de la piel de la almendra que evitan la oxidación del aceite de girasol o envases a partir de la paja de arroz con propiedades antibacterianas para conservar filetes de carne.
Los anteriores son algunos de los prototipos en los que trabajamos el Grupo de Biopolímeros del Instituto Universitario FoodUPV de la Universitat Politècnica de València. También son una prueba de que almacenar alimentos no tiene por qué ser equivalente a usar más y más plástico.
Porque… ¿realmente es necesario que un alimento, especialmente productos frescos que se conservan pocos días o semanas, llegue al consumidor en un envase que puede durar más de un siglo? Es la pregunta que nos podríamos hacer cada vez que compramos comida dentro de plásticos convencionales, procedentes en su mayoría de fuentes fósiles y que se degradan muy lentamente (entre 150-450 años).
Su acumulación en mares, océanos y otros ecosistemas da lugar a problemas medioambientales y de salud por la generación de micro y nanoplásticos.
Otro inconveniente es la posible migración no deseada de sus componentes hacia los alimentos, sobre todo, en condiciones de elevada temperatura y de almacenamiento prolongado.
Podríamos pensar que el reciclado es una posible solución al problema de la acumulación de plásticos alimentarios, pero no podemos perder de vista que algunos envases están formados por hasta seis capas de materiales distintos, como en el caso del tetrabrik. Esto, junto con la presencia de restos de comida, dificulta el reciclaje y su reutilización posterior.
El potencial de los compostables
El envase es una barrera que protege el alimento frente a contaminaciones externas y la pérdida de peso y aromas. Lo ideal sería que se pudiera desechar junto con el alimento en el contenedor marrón para residuos orgánicos o en el de restos, simplificando así la recogida y gestión de los residuos.
Para ello, el envase debería estar fabricado con materiales plásticos compostables, es decir, que se degraden en medio compost. Estos procederían de fuentes renovables que no compitan con materias primas de uso en alimentación.
Si estos materiales tuvieran además propiedades antioxidantes y antimicrobianas, serían perfectos para la conservación de alimentos muy perecederos como la carne y el pescado.
Y, al permitir que tuvieran una mayor vida útil, se reduciría el desperdicio alimentario.
Por último, sería necesario resolver cuanto antes el desafío que supone el elevado coste de los envases compostables, asociado a la menor disponibilidad de sus materias primas en comparación con los envases convencionales.
De hecho, actualmente, la producción de los primeros representa menos del 3 % sobre el total de plásticos producidos en Europa.
Residuos como materia prima
Una solución es el uso de residuos agroalimentarios y del medio marino, que aumenta la sostenibilidad del proceso de fabricación de envases compostables, al mismo tiempo que se reducen los costes y el volumen de residuos que llegan a los vertederos. En ello se centran nuestras investigaciones.
Para la separación de componentes a partir de los desechos, se utiliza un sistema de extracción respetuoso con el medio ambiente con agua a alta temperatura y presión como disolvente.
De esta manera, se obtienen por una parte compuestos con capacidad antioxidante y antimicrobiana y, por otra, fibras de celulosa que sirven de material de relleno en los envases alimentarios, mejorando sus propiedades y reduciendo costes.
Todos estos materiales se pueden incorporar en la formulación de envases compostables que podemos llamar activos porque son capaces de liberar hacia el alimento ingredientes que inhiben el crecimiento de microorganismos y la oxidación.
Por supuesto, antes de que lleguen al consumidor se comprueba que los componentes que podrían llegar al alimento desde el envase son seguros y que no sobrepasan los límites de migración que establece la legislación en las condiciones más desfavorables posibles.
Mejores envases, menos residuos
Siguiendo este enfoque circular de aprovechamiento integral de residuos para la obtención de materiales compostables, ya disponemos de algunos prototipos.
Por ejemplo, a partir de extractos de los residuos de vinificación y de la piel de la almendra se puede proteger el aceite de girasol de la radiación ultravioleta, evitando la oxidación y, con ello, la formación de compuestos que confieren aroma y sabor rancio.
Los ensayos con aceite de girasol se realizaron en unas condiciones adversas (30 ºC y exposición a luz ultravioleta durante 50 días), observándose el papel protector del envase.
Otro tipo de bolsas compostables activas, en este caso fabricadas a partir de compuestos de la paja de arroz, consiguió menores niveles de oxidación y menor crecimiento de bacterias a lo largo de 15 días en filetes de carne almacenados en refrigeración, que conservaron mejor su color.
Por otra parte, la piel de la almendra también se ha usado para obtener envases capaces de reducir la pérdida de ácido ascórbico (vitamina C) del zumo de naranja fresco refrigerado.
Los resultados se explican por una combinación de factores: la mejor capacidad barrera del envase al oxígeno y a la luz, y la liberación de ingredientes con actividad antioxidante desde el material de envasado hacia el alimento.
Todos estos nuevos envases compostables, antioxidantes y antimicrobianos facilitan una mejor conservación de los alimentos y contribuyen a aumentar su fecha de caducidad, reduciendo las pérdidas en toda la cadena de suministro y la cantidad de residuos generados.
* María Vargas Colás Catedrática de Universidad - Investigadora del Instituto Universitario de Ingeniería de Alimentos-FoodUPV, Universitat Politècnica de València.
* Chelo González Martínez Catedratica y directora del Instituto Universitario de Ingeniería de Alimentos-FoodUPV, Universitat Politècnica de València.
** Este artículo se publicó originalmente en The Conversation.