Cuando la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer (IARC, en inglés) dijo que la carne procesada era causa probada de cáncer de colon, la gente –o más bien internet, que parece un ente con identidad propia– puso el grito en el cielo con frases como “ya no nos dejan ni hacer barbacoas”, “si es que nos lo quieren prohibir todo”, “¿qué será lo siguiente que nos prohíban?, ¿la paella?”.
La realidad es que a los embutidos les da igual lo que piensen los internautas o que la IARC diga que son un carcinógeno tipo 1: van a seguir produciendo cáncer, lo admitamos o no.
La epidemiología, encargada de este tipo de estudios, no busca coartar la libertad, sino todo lo contrario. Una decisión no es verdaderamente libre si no se toma con pleno conocimiento de todas sus consecuencias. Estos estudios, en última instancia, describen la realidad y son solo una herramienta más que conviene emplear en nuestra toma de decisiones. Los expertos nos dan la información sin imponernos lo que hacemos con ella.
Pensemos en lo que nos ocurriría si después de comprar un producto por internet nos enteramos de que necesitamos otro para poder usarlo. Nos sentiríamos estafados, ¿verdad? Hubiéramos preferido tener toda la información de antemano para tomar una decisión informada.
Si un día quiero salir de fiesta con mis amigos, puedo decidir beber alcohol o no hacerlo. Hay estudios que han demostrado que el consumo de alcohol en la adolescencia está relacionado con un mayor riesgo de cáncer de mama a lo largo de la vida. Sería injusto privar a las jóvenes de esta información, aunque pueden seguir bebiendo conociendo esas consecuencias.
Tomamos malas decisiones
El problema es que existe una desconexión entre lo que estudian los científicos y la realidad. Muchas personas, especialmente los jóvenes, no consideran las implicaciones a largo plazo para su salud al tomar decisiones sobre el consumo de alcohol.
¿Por qué, por ejemplo, si sabemos que fumar aumenta el riesgo de enfermedades cardíacas y cáncer todavía hay tantas personas que fuman? La respuesta es compleja y multifacética.
Para empezar, muchas veces, las decisiones de hábitos saludables que tomamos no son conscientes. Bebemos alcohol o comemos alimentos poco saludables por presión social, por el modelo de ocio que nos venden los medios de comunicación o, simplemente, porque no conocemos las alternativas.
Entonces, ¿estoy siendo realmente libre? ¿Estoy haciendo “lo que me da la gana”? Un estudio en Australia demostró que el mero hecho de registrar su consumo de alcohol durante un experimento hizo que los participantes redujeran su ingesta, lo que resalta la importancia de ser conscientes de nuestras elecciones.
Existen muchos factores que afectan a las decisiones que tomamos. Si salimos de un examen de 4 horas muriéndonos de hambre y en la máquina de vending que hay justo al salir del aula solo tengo galletas y bollería industrial, ¿seremos realmente libres eligiendo?
Aquí es donde debe entrar en juego la salud pública, ayudando a hacer que las opciones más saludables sean también las más fáciles. Puede proponer medidas económicas para gravar alimentos insanos y abaratar los sanos, o simplemente ofrecer más opciones en las máquinas de vending, entre otras muchas posibilidades.
Dicho esto, a partir de ahora puede usted tomar la decisión que quiera. Puede seguir bebiendo alcohol, comiendo carnes procesadas o devorando bollería. Solo esperamos que no lo haga ya por razones económicas, por presión social o porque es más fácil, sino por una decisión plenamente libre.
Quienes nos dedicamos a investigar queremos contribuir a una sociedad de ciudadanos libres, empoderados en salud. Este es el objetivo de la epidemiología y de la salud pública: que hagamos lo que nos dé la gana, pero de verdad, conscientes de lo que elegimos y lo que implica.
Este artículo fue finalista en la IV edición del certamen de divulgación joven organizado por la Fundación Lilly y The Conversation España.
* Rafael Pérez-Araluce es doctorando en Medicina Preventiva y Salud Pública, Universidad de Navarra.
** Este artículo se publicó originalmente en The Conversation.