La Organización de las Naciones Unidas (ONU) define el derecho a la alimentación como el acceso físico y económico de cualquier persona, en todo momento, a una alimentación adecuada o a los medios para obtenerla. Sin embargo, este derecho no siempre se cumple debido a conflictos geopolíticos, el cambio climático, las desigualdades sociales, la inestabilidad económica o el tipo de gobernanza de los países, que impiden una distribución eficaz de los alimentos.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) informó en 2022 de que más de 700 millones de personas experimentaron hambre severa ese año, con este número en constante aumento desde 2014. Al mismo tiempo, un tercio de los alimentos producidos para el ser humano se pierde en la fase de producción primaria o se despilfarra en algún punto de la cadena alimentaria.
Otro informe de la FAO estimó que entre 1 300 y 1 600 millones de toneladas de alimentos de la producción total anual acabaron saliendo de la cadena de suministro sin ser consumidos. WWF calcula que, solo en el sector primario, la cifra puede llegar a 1 200 millones de toneladas anuales.
Esto no solo contribuye a la inseguridad alimentaria, sino que también perjudica al medio ambiente, generando emisiones de gases de efecto invernadero, despilfarro de recursos hídricos y degradación de algunos ecosistemas y su biodiversidad. Para hacer frente a esta problemática, uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU pretende reducir a la mitad el desperdicio de alimentos a lo largo de la cadena de producción y suministro.
Hacia una definición estandarizada
La ausencia de una definición homogénea a nivel técnico y legal ha dado lugar a numerosas incoherencias y confusiones con el fenómeno del despilfarro alimentario que se da en otras etapas de la cadena alimentaria. Por lo tanto, antes de desarrollar una metodología de cuantificación, es necesario dar unos pasos previos para abordar la cuestión de qué es la pérdida de alimentos.
Una forma razonable de definirla es referirse a cualquier planta, animal u organismo vivo maduro (incluidas las partes no comestibles) que no se cosecha con éxito, así como a los retirados de la cadena de suministro durante la fase posterior a la cosecha que no se convierten en pienso, subproducto o residuo alimentario.
Europa aborda el problema
Aunque la Comisión Europea estableció un método normalizado y unos requisitos mínimos de calidad para medir el despilfarro alimentario, excluyó aspectos relacionados con las pérdidas en el sector primario, debido a la complejidad y el coste que conlleva.
A nivel técnico y científico, todavía no existe una metodología común para estimar con precisión este fenómeno y persiste la falta de comprensión de los factores subyacentes. Además, las principales partes interesadas carecen a menudo de los conocimientos necesarios para prevenir eficazmente el problema y aplicar soluciones sostenibles.
Recientemente, la Comisión Europea financió FOLOU, un proyecto de cuatro años destinado a abordar la pérdida de alimentos en la fase de producción primaria. Bajo la coordinación del Centro Tecnológico BETA de la Universitat de Vic - Universitat Central de Catalunya y la colaboración de socios de diez países, FOLOU pretende ir estableciendo mecanismos de medición, seguimiento y evaluación de su magnitud e impacto.
Análisis de las causas
Comprender las causas –conductuales, sociales y medioambientales– es crucial para abordar el problema. Los factores de comportamiento tienen que ver con las acciones, creencias y habilidades de los agricultores, con su nivel de conocimiento de los métodos de cosecha adecuados, un calendario incorrecto, escalas de plantación ineficaces o una formación insuficiente.
Los factores sociales incluyen influencias externas como los precios de mercado, la normativa y la cooperación dentro de la cadena de suministro alimentario. Por ejemplo, precios bajos de los alimentos, normas industriales estrictas (en cuanto a peso, tamaño y calidad), equipos anticuados, infraestructuras de transporte deficientes y escasez de mano de obra cualificada.
Los factores medioambientales implican condiciones naturales, como el clima, las plagas y las enfermedades, que también contribuyen a la pérdida de alimentos. Por otro lado, entre las consecuencias directas e indirectas, están los costes económicos, menores beneficios, reducción del valor para el consumidor y disminución de la productividad laboral y los salarios.
Metodologías innovadoras
Hasta ahora se han utilizado entrevistas y encuestas para cuantificar la pérdida de alimentos; sin embargo, esta metodología es imprecisa y necesita complementarse con otras técnicas.
Para ello, el consorcio de FOLOU está elaborando un manual exhaustivo, que abarcará alimentos de origen vegetal como frutas y verduras, cereales y legumbres, así como raíces, tubérculos y semillas oleaginosas. También incluye productos de origen animal como los lácteos, la carne y el pescado.
Una de las metodologías incluidas en el manual será el pesaje directo en los campos. Un ejemplo de su aplicación es en un huerto de manzanas, donde se puede determinar la cantidad de fruta desechada, ya sea por tamaño o apariencia, que se considera inadecuada para la comercialización.
Esto se logra recolectando y pesando la fruta en una pequeña sección del campo y extrapolando los resultados para estimar el total de pérdidas en todo el huerto. Este enfoque también será adaptable a productos de naturaleza distinta, como el salmón o los productos lácteos.
Otro método de cuantificación consiste en utilizar drones para captar imágenes, que luego pueden procesarse para crear modelos que identifiquen y cuenten las manzanas sanas en los árboles, las manzanas dañadas y las manzanas caídas.
Las imágenes por satélite también pueden emplearse para combinar datos de teledetección con modelos de crecimiento de cultivos, lo que permite estimar las pérdidas de producción en las cosechas.
En general, se pretende que los datos generados a partir de estas herramientas innovadoras se registren en una base de datos unificada a escala regional, nacional y europea. A partir de ahí, se pueden analizar y utilizar para evaluar la magnitud y el impacto medioambiental, económico y social de las pérdidas de alimentos, así como para apoyar el desarrollo de recomendaciones, políticas y estrategias para abordarlas en el sector primario.
Aunque con un largo recorrido por delante, este y otros proyectos permitirán que en los próximos años el sector primario y las Administraciones públicas en Europa dispongan de las herramientas necesarias para reconducir esta situación.
* Anna Sagrera i Cots es Project Manager en BETA Tech Center, Universitat de Vic – Universitat Central de Catalunya.
* Joan Colón Jordà es responsable de la Unidad de "transición digital verde" del Centro Tecnológico BETA (UVIC-UCC), Universitat de Vic – Universitat Central de Catalunya.
* Paula Pérez González-Anguiano es assistant researcher BETA Technological Center, Universitat de Vic – Universitat Central de Catalunya.
** Este artículo se publicó originalmente en The Conversation.