De unos años a esta parte se ha popularizado la importancia de cuidar nuestra microbiota, el conjunto de microrganismos que habitan nuestro cuerpo. Basta poner en internet “Microbiota y salud” para encontrarnos cientos de webs, artículos de divulgación científica, noticias o vídeos sobre el tema. Hasta tenemos el Día Mundial de la Microbiota Intestinal el 27 de junio.
Que la salud está asociada a nuestra microbiota cada vez está más claro. Todos sabemos que los microorganismos del intestino nos ayudan a asimilar los alimentos y a producir elementos esenciales, como algunas vitaminas. ¿Quién no ha tenido que correr al baño alguna vez después de un tratamiento con antibióticos?
Es fácil pensar que lo mismo que nos pasa a nosotros, le ocurre a la mayoría de animales: necesitan pequeños compañeros intestinales que les ayuden a alimentarse adecuadamente. Lo que quizás uno no se para a pensar es que exactamente lo mismo les sucede a las plantas.
Aliados microscópicos del mundo vegetal
Cada planta no es un único organismo, sino que está acompañado de cientos de bacterias, arqueas, hongos y levaduras microscópicos. Además de vivir dentro de sus tejidos, están asociados a su raíz y son fundamentales para que se nutran correctamente. Desde hace años, la ciencia tiene identificadas diversas especies de hongos y bacterias que ayudan a las plantas a absorber los nutrientes del suelo y las hacen más resistentes a enfermedades o al estrés causado por la sequía o la salinidad.
Y del mismo modo que hoy en día no es raro acudir a la farmacia en busca de probióticos (productos con microorganismos vivos) para mejorar nuestra digestión, cada vez más agricultores recurren a diversos productos que también contienen microorganismos a fin de ayudar a sus plantas a crecer y tener mejores cosechas.
Nuestro grupo de investigación, PlantMed, hace años que trabaja con algunos de estos pequeños aliados del mundo vegetal. No solo para entender cómo funcionan, sino también para comprobar sus efectos en distintas condiciones y cultivos.
Intercambios entre plantas y hongos
Les presentamos a los hongos formadores de micorrizas arbusculares, nombre rimbombante con el que denominamos a un grupo de hongos que viven en el suelo. Aquí desarrollan sus hifas, finos hilos que exploran el suelo y forman su cuerpo. Algunas de estas hifas contactan con las raíces y entran en las células de las mismas formando unas estructuras en forma de árbol.
Por estas estructuras entra en acción el comercio entre la planta, que le dará principalmente azúcares al hongo, y el hongo, que a cambio proporcionará agua y nutrientes como nitrógeno o fósforo e, incluso, elementos como zinc o magnesio, absorbidos en zonas donde la raíz nunca llegaría. Muchas de nuestras especies de plantas de uso agrícola se benefician de esta simbiosis.
Hoy en día es fácil comprar hongos que forman micorrizas en tiendas agrícolas o por internet. Sin embargo, nuestros experimentos y ensayos en viñas nos han demostrado que el uso de esos productos comerciales no siempre supone una ventaja para los cultivos, pues ya existen en el suelo de forma natural hongos que pueden hacer esta función. Incluso, en casos en los que el suelo es muy fértil, las plantas crecen igual sin ellos.
Bacterias directas a la raíz
Asociadas a la superficie de la raíz, también crecen cientos de bacterias atraídas por los exudados radiculares, sustancias orgánicas que las raíces liberan para facilitar su crecimiento en el suelo. Se ha demostrado que la presencia de algunas de estas especies bacterianas supone una mejora en el crecimiento de las plantas. Son las llamadas rizobacterias promotoras del crecimiento vegetal (PGPR, por sus siglas en inglés).
Y al igual que en el caso de las micorrizas, numerosos productos comerciales ya han incluido en su formulación algunos de estos microorganismos a fin de activar el crecimiento de las plantas o, en algunos casos, defenderlas de enfermedades con su actividad antihongos. Se han descrito muchas especies de estas bacterias que facilitan la absorción de múltiples nutrientes o que producen sustancias protectoras frente a enfermedades.
En nuestro grupo de investigación nos hemos interesado, sobre todo, por algunas capaces de ayudar a las plantas a tolerar la sequía. El cambio climático nos traerá cada vez más periodos sin lluvias y necesitamos que nuestros cultivos los sobrelleven lo mejor posible.
Manipular la microbiota
En nuestro actual proyecto Microorganismos simbióticos como solución sostenible para afrontar el estrés abiótico en viticultura estamos poniendo a prueba dos especies de PGPR: Kocuria rhizophila y Streptomyces violaceoruber, cedidas por el Centro de Biotecnología y Genómica de Plantas (UPM-INIA).
El objetivo es averiguar su efecto sobre la resistencia a la sequía de vides. Sin embargo, los primeros resultados no son tan esperanzadores como cabría esperar, pese a haber mostrado eficacia en condiciones de invernadero con plantas de ciclo corto.
Cada vez queda más claro que la manipulación de la microbiota en condiciones naturales no es tarea sencilla. Como en el caso de la salud humana, muchas voces defienden que una dieta sana es la clave para una microbiota sana, más allá de pastillas milagrosas.
Los resultados de nuestros ensayos durante los últimos diez años nos llevan a pensar que la manera en que fertilizamos nuestros suelos y los compuestos agroquímicos usados en nuestros cultivos son mucho más importantes que añadir o no nuevos microorganismos. Aunque, igual que el aporte de nuevos microorganismos ayudan a curar ciertas enfermedades humanas cuando existe un desequilibrio en la microbiota, zonas de cultivo altamente degradadas por años de abuso de agroquímicos o arado intensivo también pueden necesitar una ayuda extra.
Ahora ya lo saben: la microbiota es fundamental para humanos y animales, sino también para las plantas. Estudiarla y conocer cómo funciona resulta fundamental para mantener la salud de nuestros ecosistemas y nuestros cultivos.
Este artículo fue finalista del V Concurs de Divulgació Científica de la Universitat de les Illes Balears.
* Elena Baraza Ruiz es profesora titular del Área de Ecología de la Universidad de las Islas Baleares, Universitat de les Illes Balears Cláusula de Divulgación.
** Este artículo se publicó originalmente en The Conversation.