El alcohol, asociado comúnmente con la diversión y lo social, sobre todo en la cultura mediterránea, está lejos de ser sano para el organismo pero, aunque suene extraño, puede hacer algo bueno por sus consumidores, sobre todo si son jóvenes. Resulta que en ocasiones puede actuar como un preaviso de que algo no va bien en el cuerpo, revelando de manera sutil, pero alarmante, que hay condiciones como el cáncer que podrían estar en sus primeras etapas.
Un dolor inusual en los ganglios linfáticos tras consumir alcohol, por ejemplo, puede ser una señal temprana de que el organismo está luchando contra una enfermedad grave como el linfoma de Hodgkin, un tipo de cáncer que afecta al sistema linfático. Este tipo de cáncer hematológico, que afecta principalmente a los linfocitos B, se caracteriza por la proliferación descontrolada de células en el sistema linfático. Un síntoma distintivo, aunque poco frecuente, es el dolor en los ganglios linfáticos tras la ingesta de alcohol. Este fenómeno, conocido como "dolor ganglionar inducido por el alcohol", se manifiesta en áreas como el cuello, las axilas o la ingle, donde se localizan los ganglios linfáticos. Aunque no es común, su presencia puede ser un indicio temprano de este tipo de linfoma.
Aunque suene peculiar, la relación entre el consumo de alcohol y el dolor en los ganglios linfáticos en pacientes con linfoma de Hodgkin ha sido objeto de estudio en la comunidad médica. Se ha observado que, en algunos casos, incluso pequeñas cantidades de aquella sustancia pueden desencadenar este dolor, sugiriendo una sensibilidad particular de los ganglios afectados. Este síntoma, aunque raro, puede preceder a otros signos más evidentes de la enfermedad, como la inflamación indolora de los ganglios linfáticos, fiebre, sudores nocturnos y pérdida de peso inexplicada. Aproximadamente uno de cada 20 personas con esta patología, experimentará dolor inducido por el alcohol, según Lymphoma Action.
El mecanismo detrás de este dolor o señal de alerta, no está completamente dilucidado. Se cree que el etanol podría provocar la dilatación de los vasos sanguíneos en los ganglios linfáticos afectados, aumentando la presión y causando dolor. Otra teoría sugiere que el alcohol podría interactuar con las células cancerosas, liberando sustancias que estimulan las terminaciones nerviosas y generan dolor. Aunque estas hipótesis requieren más investigación, es evidente que este síntoma no debe ser ignorado, especialmente en jóvenes que presentan factores de riesgo para linfoma de Hodgkin.
"El alcohol puede relajar los vasos sanguíneos, lo que puede provocar un mayor aumento de la presión dentro de los ganglios linfáticos, generando tensión en la cápsula circundante y causando dolor", explica Graham Collins, hematólogo consultor del Oxford University Hospitals NHS Foundation Trust a The Sun.
En cuanto al linfoma de Hodgkin, es más común en personas jóvenes, con un pico de incidencia entre los 15 y 30 años, según la Sociedad Española de Oncología Médica. La detección temprana es crucial para mejorar el pronóstico, y la identificación de síntomas atípicos, como el que aparece tras el consumo de alcohol, puede desempeñar un papel importante en el diagnóstico precoz.
Un detector de cáncer nada saludable
No hay que olvidar que el consumo de alcohol tiene múltiples efectos nocivos en la salud. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha declarado que no existe un nivel seguro de consumo de alcohol, ya que incluso cantidades moderadas pueden aumentar el riesgo de diversas enfermedades. Esta sustancia está relacionada con más de 200 problemas de salud, incluyendo enfermedades infecciosas, cánceres, trastornos mentales y neurológicos, enfermedades cardiovasculares y lesiones.
Su consumo en exceso es una causa significativa de enfermedades hepáticas, como la cirrosis y la hepatitis alcohólica. El hígado, encargado de metabolizar el alcohol, sufre daños progresivos con la ingesta crónica, lo que puede llevar a insuficiencia hepática y aumentar el riesgo de cáncer hepático. Incluso hay estudios que han demostrado que el alcohol es un factor de riesgo importante para el desarrollo de carcinoma hepatocelular, el tipo más común de cáncer de hígado.
El sistema cardiovascular también se ve afectado por este hábito. Aunque algunos estudios sugieren que cantidades muy pequeñas podrían tener efectos protectores, la evidencia actual indica que aumenta el riesgo de hipertensión arterial, cardiomiopatías y accidentes cerebrovasculares. También se relaciona con la fibrilación auricular, una arritmia cardíaca común, mostrando que incluso el consumo moderado puede incrementar el riesgo de esta afección.
De hecho, es un carcinógeno reconocido, y su consumo está asociado con un mayor riesgo de varios tipos de cáncer. La Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC) lo clasifica como un carcinógeno del Grupo 1, lo que significa que hay evidencia suficiente de su capacidad para causar cáncer en humanos. Los más comúnmente asociados son los de la cavidad oral, faringe, laringe, esófago, hígado, mama y colon.
Además, el impacto sobre el sistema nervioso central es significativo. Un consumo crónico puede llevar a trastornos neuropsiquiátricos, incluyendo dependencia al alcohol, trastornos del estado de ánimo y deterioro cognitivo. El síndrome de Wernicke-Korsakoff, una afección neurológica grave, está directamente relacionado con la deficiencia de tiamina inducida por el alcohol. Además, beber durante el embarazo puede causar trastornos del espectro alcohólico fetal, que resultan en discapacidades físicas y cognitivas permanentes en el niño.