El nacimiento de Jesús se narra principalmente en los Evangelios de Mateo y Lucas del Nuevo Testamento, cada uno con un enfoque diferente. También aparece en textos apócrifos, como el Protoevangelio de Santiago y el Evangelio de Pseudo-Mateo, y en el Corán, que menciona el milagro del nacimiento de Jesús (Isa) como hijo de la virgen María (Maryam), reconocido como profeta.
Pero ninguno de esos textos menciona qué comieron María y José aquella noche, o qué ponían en sus platos los habitantes de la zona. Los estudios arqueológicos y las tradiciones del Mediterráneo nos pueden permitir averiguarlo.
Belén era un pequeño asentamiento de Judea situado a unos nueve kilómetros de Jerusalén cuya vida giraba en torno a la agricultura, la ganadería y las tradiciones religiosas judías. Estaba en una región montañosa de clima mediterráneo, entorno natural que determinaba tanto las actividades económicas como las prácticas culinarias de sus habitantes, quienes dependían de los recursos locales para subsistir.
Su dieta reflejaba, pues, las prácticas comunes de la región mediterránea bajo el dominio romano, pero también estaba profundamente influida por las leyes dietéticas judías (kashrut). Tales regulaciones determinaban qué alimentos podían consumirse y cómo debían prepararse, consolidando una alimentación simple pero nutritiva.
La dieta mediterránea hace 2 000 años
En el siglo I, la agricultura era la columna vertebral de la economía y la subsistencia en la aldea de Belén. La tierra donde se ubicaba ofrecía las condiciones ideales para el cultivo de cereales, olivos y viñedos. Estos productos no solo eran esenciales para la dieta diaria, sino también para el comercio y los rituales religiosos.
Los cereales, como el trigo y la cebada, eran los cultivos más comunes y se utilizaban principalmente para elaborar pan, el alimento básico de la población. El pan de cebada, más barato y accesible, era consumido por las familias humildes, mientras que el de trigo, más costoso, estaba reservado para ocasiones especiales o para los habitantes más acomodados.
Otro pilar de la agricultura betlemita era el aceite de oliva, que se obtenía mediante prensas artesanales de los frutos del olivo. Era un producto indispensable en la cocina no solo como grasa para cocinar, sino también como aderezo y conservante. Además, tenía usos significativos en las ceremonias religiosas y la iluminación de los hogares.
Los viñedos también ocupaban un lugar destacado en la economía local. Las uvas se consumían frescas o se utilizaban para elaborar vino, que era una bebida cotidiana, incluso para los más pobres, y tenía también un papel importante en celebraciones y rituales.
Todos estos cultivos no solo garantizaban la subsistencia, sino que permitían a las familias contribuir con tributos a las autoridades romanas y cumplir con las normas religiosas.
Ovejas y cabras, animales esenciales
La ganadería complementaba la agricultura como una actividad crucial para los habitantes de Belén. La cría de ovejas y cabras era especialmente importante, ya que estos animales proporcionaban carne, leche y lana, cubriendo las necesidades alimenticias y de vestimenta. Provenían del ganado local o de un comercio interregional significativo, como el que se desarrollaba en el desierto de Judea o el mar de Galilea.
En un entorno donde la carne era un lujo reservado para festividades religiosas o eventos importantes, los productos lácteos, como el queso y el yogur, estaban muy presentes en el menú diario de los betlemitas. Estos alimentos eran ricos en nutrientes, fáciles de conservar y, en muchas ocasiones, intercambiados o vendidos en mercados cercanos.
Cabras y ovejas eran, por otra parte, esenciales para los rituales según las leyes religiosas judías. Durante las festividades como la Pascua, los corderos eran sacrificados y consumidos en familia o en comunidad, fortaleciendo los lazos sociales y religiosos. Por último, el estiércol de estos animales se utilizaba como fertilizante natural en los campos agrícolas, cerrando un ciclo sostenible entre la agricultura y la ganadería.
En menor medida, las aves de corral, como palomas y gallinas, se criaban para aprovechar su carne y sus huevos, aunque su producción era limitada en comparación con los rebaños.
Pescados en salazón
Aunque la pesca no era una actividad local en Belén debido a su ubicación geográfica en el interior de Judea, el pescado –arenques, sardinas o caballas, sobre todo– llegaba conservado en salazón a través del comercio desde regiones costeras como el mar Mediterráneo o el mar de Galilea. Esa preservación en sal lo hacía fácil de transportar y almacenar, permitiendo su consumo incluso en áreas alejadas de los centros pesqueros.
Apreciado por su sabor y valor nutritivo, el pescado era no obstante un complemento ocasional en la dieta de los habitantes. Ofrecía una opción accesible para quienes podían permitírselo, pero no constituía un alimento básico como los productos agrícolas y lácteos.
Por lo tanto, la alimentación de Belén se basaba en un sistema de subsistencia sencillo y autosuficiente de una comunidad profundamente conectada con su entorno y su tradición religiosa.
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