En 1969, Thomas Brock, un científico de la Universidad de Madison decidió "por mera curiosidad" preguntarse si podía haber vida en las aguas termales del Parque Nacional de Yellowstone (en EEUU). Contra todo pronóstico, dadas las elevadas temperaturas de este manantial -entre 50 y 80 grados- la respuesta fue positiva y allí se identificó a Thermus aquaticus, una bacteria a la que no amedrentaba el calor.
Lo que Brock no sabía en ese momento es que gracias a su hallazgo se podrían, años más tarde, hacer pruebas de paternidad o forenses, entre otras muchas aplicaciones. La enzima que Thermus aquaticus utiliza para replicar su ADN, bautizada como Polimerasa Taq y patentada poco después por la farmacéutica Roche, resultó ser clave en un procedimiento que revolucionó la genética: la reacción en cadena de la polimerasa (PCR).
El habitante inesperado del parque natural estadounidense es uno de los ejemplos más conocidos de extremófilos, bacterias que viven en condiciones extremas y cuyo estudio no deja de dar noticias curiosas. La última, el estudio recién publicado en la revista Scientific Reports que demuestra que también se encuentran en el líquido que se acumula en el compartimento en el que caen las cápsulas de café Nespresso usadas.
Su autor principal, el investigador del Instituto Cavanilles de Biodiversidad y Biología Evolutiva de la Universidad de Valencia Manuel Percar, explica a EL ESPAÑOL que el análisis de los extremófilos tiene un "doble interés". Por un lado, "descriptivo", el referido a conocer la diversidad pero, por otro, está el componente de utilidad. Como ejemplo, su propio trabajo.
Auténticas supervivientes
El hecho de que se hayan identificado bacterias capaces de sobrevivir a la cafeína -algo que no se sabía hasta ahora que podría pasar- podría implicar el desarrollo de un proceso biotecnológico de descafeinado del café, replicando unos microorganismos que se comieran esta sustancia y lo hicieran de forma industrial.
Algo parecido podría pasar con otro de sus últimos estudios, publicado en la web BioRxiv’s y en el que identificó bacterias en otro lugar insólito, la superficie de las placas solares. "Los microorganismos que viven ahí producen carotenoides, los que dan color rojo a las frutas y verduras y que tienen aplicación en cosmética, entre otras áreas", comenta Porcar, que subraya: "El estudio de un habitante extremo puede servir para aislar bacterias que produzcan compuestos con interés industrial".
En la misma idea incide el director del Centro de Estudios Avanzados de Blanes (CEAB) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Emilio Ortega Casamayor, que es el que recuerda la historia de Brocks para subrayar el carácter práctico de la investigación de extremófilos.
Aplicaciones prácticas
El científico destaca otro campo en el que se pueden aplicar los conocimientos sobre estas bacterias, la exobiología. "Hay ambientes donde se encuentran estos microorganismos que son análogos a lo que podría estar en algún otro planeta donde las formas de vida son microscópicas; utilizamos su estudio para saber cómo se puede estar desarrollando la vida ahí, para intentar planificar futuras expediciones y saber cómo se debería muestrear o estudiar lo que encontráramos", señala a este diario.
Como buen entusiasta de su campo, Ortega Casamayor critica la "mala fama" de las bacterias, de las que habla casi como si fueran personas. "Yo me las miro con mucho cariño, porque no reciben mucho mérito", bromea refiriéndose en esta ocasión a las que componen la microbiota y que, aunque no son extremófilas, son un ejemplo de lo que ha evolucionado su estudio.
Tanto este investigador como su colega valenciano insisten en que la mayoría de estos microorganismos no son patógenos, es decir, no producen enfermedad. "Normalmente, viven en condiciones parecidas a nuestra temperatura; los extremófilos crecen en temperaturas muy distintas, o mucho más frías o mucho más calientes; la mayoría morirían a 37 grados", destaca Porcar.
Las grandes desconocidas
Y Ortega continúa desgranando bondades de estas bacterias buenas, características que "la mayoría de la gente desconoce". Y es que gracias a los extremófilos se puede, por ejemplo, lavar con agua fría. "Los detergentes que lo hacen llevan enzimas que son activas a bajas temperaturas y se comen las manchas".
Porcar añade otro: la biorremediación, que permite descontaminar compuestos tóxicos mediante microorganismos. "Se pueden aislar bacterias de un hábitat extremo, como el suelo encharcado de una gasolinera y seguramente muchas de ellas se estarán comiendo poco a poco el gasoleo, por lo que tienen capacidad de ser útiles para descontaminar un vertido de fuel o diesel de un barco; eso ya se está haciendo", comenta el investigador valenciano.
Y respecto a los lugares donde pueden habitar estos extremófilos, parecen casi infinitos. Se han encontraron en temperaturas muy cálidas, heladas, en barras de uranio de centrales nucleares, en el desierto más seco del mundo -Atacama- o en lugares con un PH "imposible" como las minas de Riotinto. "Ahora lo que hay son investigadores que están buscando dónde está el límite de la vida", concluye Ortega.