Las cesáreas son de las operaciones más antiguas descritas. Desde la mitología griega hasta Shakespeare hemos leído como dioses y personajes han llegado al mundo evitando la vía vaginal. Esta cirugía, que tantas vidas ha salvado, no goza en la actualidad de buena fama. Se le acusa de servir más a los intereses de una medicina deshumanizada que al bienestar del paciente e incluso de ajustarse más a las necesidades de planificación de médicos y parturientas que a la necesidad real de su uso.
De hecho, el porcentaje de cesáreas es uno de los indicadores de buena práctica clínica: cuantas menos se hacen, mejor se considera un hospital, como reconoce el propio Ministerio de Sanidad, que desarrolló una estrategia para disminuir el número de estas intervenciones, un 22% de los partos en 2011.
Más allá de las dudas sobre su correcta aplicación, el hecho es que las cesáreas siguen siendo un instrumento imprescindible en algunos casos para evitar problemas graves en la madre y el bebé. Según diversos estudios, sin embargo, pueden ocasionar un déficit importante al niño que, al saltarse el paso por el canal vaginal de su madre, se libra también de sus bacterias.
Consecuencias para las defensas
Lejos de ser positiva, esta falta de exposición al microbioma materno puede tener consecuencias para el sistema inmunológico del bebé. Se sabe que algunas de las bacterias que yacen en la vagina de la madre, como las Lactobacillus y las Bacteroides, son clave a la hora de entrenar a las defensas del recién llegado para que no ataquen a las bacterias buenas.
Por otra parte, y aunque no está demostrada la relación causal, varios estudios han establecido una asociación entre el nacimiento por cesárea y la mayor prevalencia de enfermedades como la obesidad, asma y alergias, todo ello ligado a su vez a deficiencias en el sistema inmunológico.
Investigadores de la New York University y la Facultad de Medicina Icahn del Mount Sinai describen este lunes en Nature Medicine lo que podría suponer un primer paso para evitar esta desventaja a los bebés nacidos por cesárea.
El método podría parecer algo rudimentario y consiste en exponer al recién nacido a los microbios presentes en la vagina de su madre, en la que se inserta una gasa una hora antes de que comience la cirugía. Justo antes de la operación, la gasa se extrae y se guarda en un recipiente hermético. Cuando los médicos sacan al bebé del útero materno por la escisión que practican en la tripa de la progenitora, el bebé es ungido por sus flujos vaginales, vía aplicación de la gasa.
"Se considera que la microbiota vaginal es de gran valor adaptativo para los recién nacidos", explica María Domínguez-Bello, una de las autoras principales del estudio. Junto a Jose Clemente, coautor principal, la investigadora se pregunta: "¿Somos capaces de restablecer la microbiota en niños venidos al mundo por cesárea?"
Diseño del experimento
Para demostrar la validez de su método, los médicos seleccionaron a 18 mujeres a punto de dar a luz. Siete parieron por vía natural, mientras que 11 lo hicieron por cesárea. A cuatro de ellos se les untó al nacer con los flujos vaginales de su madre.
A continuación, se obtuvieron muestras de todos los participantes. Se trataba de comparar los microbios presentes en cada niño según la intervención a la que se les había sometido. No era la primera vez que lo hacían, ya que trabajos previos de los mismos autores habían demostrado que la microbiota de los nacidos vía quirúrgica era distinta a la de los llegados al mundo por el canal vaginal.
Pero la gran diferencia, en esta ocasión, es que se había hecho algo para cambiar la situación. "No sabemos de nadie que haya estudiado esto antes", explica a EL ESPAÑOL Domínguez-Bello.
El procedimiento pareció funcionar y la microbiota de los bebés sometidos al experimento resultó ser más parecida a la de los niños nacidos por vía vaginal que a la de los que nacieron por cesárea y no recibieron flujos vaginales maternos.
Limitaciones del estudio
Sin embargo, los propios autores reconocen algunas limitaciones de su trabajo. Con lo analizado hasta la fecha, se puede hablar de una mayor presencia de microbios, pero no decir que el sistema inmunológico de los bebés mejora. "El estudio que determine los efectos en la salud está aún por hacerse", comenta la autora, que adelanta que, por el momento, los bebés serán analizados hasta que cumplan un año.
En un editorial que acompaña a la publicación del estudio, el investigador de la Universidad de Minnesota Alexander Khoruts se muestra optimista pero algo crítico. "El protocolo aquí descrito, aunque muy inteligente en su simplicidad, parece requerir de cierta optimización", escribe.
Tras criticar que la muestra analizada es "muy pequeña", denosta también el hecho de que sólo se haya observado a los bebés durante un mes y que haya diferencias entre las madres que dieron a luz y las que se sometieron a la cirugía, principalmente que las últimas habían, como mandan los protocolos, tomado antibióticos.