El 27 de junio de 2015 fue un día de luto para una familia de Olot, pero también para la Medicina Preventiva. Ese día fallecía en la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital Vall d'Hebron un niño de seis años víctima de la difteria, una enfermedad desaparecida en España desde hacía tres décadas. La patología no había desaparecido por casualidad, la ciencia tenía una explicación clara sobre ello. Pero los padres del menor habían decidido ignorarla. La vacunación en España no es obligatoria y, aunque de forma mucho más tímida que en EEUU, el movimiento antivacunas se ha ido estableciendo en los últimos años en nuestro país.
Lo que no se sabía hasta ahora era si esa falta voluntaria de vacunación se correlacionaba con un aumento de casos de las enfermedades prevenibles o, en otras palabras, si los brotes detectados de este tipo de dolencias se debían a esas carencias en la administración de la inmunización grupal o a otros factores.
Un estudio publicado en la última edición de la revista JAMA responde a esa cuestión, aunque sólo en EEUU, como destaca el Jefe de servicio de medicina preventiva y epidemiología del hospital Clínic de Barcelona, Antoni Trilla, que señala que hay diferencias entre el sistema sanitario estadounidense y español que podrían influir en los resultados del estudio. La principal: en el país americano es más posible que haya niños que no puedan acceder a las vacunas por falta de recursos o problemas sociosanitarios, una situación "muy rara" aquí.
Cruzar datos
Lo que han hecho los autores de la investigación, de la Universidad de Emory, es comparar los brotes recientes de sarampión y tosferina con las tasas de vacunación de ambas enfermedades en los afectados.
Así, los investigadores identificaron 18 estudios que describían brotes de sarampión desde que la enfermedad se declaró eliminada en el año 2000 y 32 informes de casos múltiples de tosferina desde que su incidencia bajó al mínimo, en 1977.
En la primera parte se encontraron 1.416 casos de sarampión, de los que más de la mitad no se habían vacunado frente a la enfermedad. De hecho, 574 enfermos no habían recibido el fármaco preventivo pese a ser perfectos candidatos y no tener ninguna contraindicación. Los motivos aducidos variaban pero eran de índole religiosa o filosófica y no médica. En otras palabras: son los movimientos antivacunas los responsables de los brotes de sarampión detectados en EEUU.
Con la tosferina, el panorama fue ligeramente distinto. Aunque también juegan su papel parte estos padres negacionistas, cinco de los mayores brotes de la enfermedad se dieron en poblaciones con altas tasas de vacunación, por lo que la presencia de esta patología infecciosa se debería más a una debilitación del efecto protector de las vacunas.
Otros factores
Para Trilla, esto es algo que también puede suceder en España donde, indica, no hay grandes estudios similares al difundido este martes. De hecho, uno de los pocos trabajos publicados -en concreto en la Revista Española de Salud Pública-, que analizó el brote de sarampión en 2011 en una barriada de Sevilla, demostraba la correlación entre falta de vacunación y aumento de casos pero no por el movimiento antivacunas, sino por razones sociales, ya que la mayoría de los afectados eran de etnia romaní y ajenos a los servicios sanitarios públicos.
El especialista del Clínic cree, sin embargo, que en España el acceso a las vacunas es muy fácil también para estas poblaciones. "Sólo con venir al médico les vacunamos hasta de la viruela", bromea. No obstante, considera que existen más factores que pueden influir en la presencia de brotes de estas enfermedades, además del movimiento antivacunas.
"Estos fármacos no son siempre perfectos y hay un porcentaje de vacunas que no generan una respuesta idónea", reconoce. También está, como subraya el estudio español, el factor marginalidad. Por último, también hay lotes concretos de vacunas que pueden ser defectuosos, como sucedió hace unos años con uno de los componentes de la triple vírica, el que prometía proteger contra las paperas. No lo hizo por un fallo en el producto y se registró un aumento de los casos de la enfermedad.
El especialista apela también a un concepto utilizado tanto por los antivacunas como por los que defienden la vacunación sistemática de los niños y es el de la inmunidad de grupo. Hay quien dice que no vacunar a un niño no puede afectar al resto de sus congéneres -compañeros de colegio, familiares- porque con que un determinado porcentaje de menores reciba el fármaco preventivo se protege a la comunidad.
Pero Trilla comenta que esto es un arma de doble filo. "Esta teoría funciona si la distribución de vacunados y no vacunados es uniforme, pero no si los últimos se concentran en un sólo espacio y/o localidad", subraya. "Así, alguien podría deducir que una ciudad está protegida si hay un 90% de inmunizados y un 10% que no lo están. Pero ¿qué pasa si ese 10% está en el mismo barrio o colegio? Ahí no funcionaría la inmunidad de grupo", concluye.