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Fría, refresca en verano y en invierno ayuda a dormir -o eso dicen- si se toma un vaso caliente antes de ir a la cama. Se puede beber con o sin azúcar, con o sin cacao... o con café, cómo no. De cualquier manera la leche está presente en nuestras vidas. Es un alimento natural, sano, y que todos -o casi- tienen en su nevera. Y si no, ¡es que necesita hacer compra!
Al margen de la tradición y la ciencia popular, numerosos estudios científicos han constatado los beneficios de La leche como vehículo de salud. Ese, precisamente, es el título del informe con el que, con motivo del Día Mundial de la Leche que se celebra este miércoles 1 de junio, los profesores Gregorio Varela y Ángel Gil, presidentes de la Fundación Española de la Nutrición (FEN) y de la Fundación Iberoamericana de Nutrición (FINUT) respectivamente, han ensalzado las cualidades de esta particular fuente de vida como un elemento esencial en la dieta.
En esta segunda edición del estudio, ambos investigadores han centrado sus miras en la importancia de los ácidos grasos poliinsaturados Omega-3 y, más concretamente, en sus efectos en el desarrollo de la cognición humana y los beneficios para la salud cardiovascular. Y es que aunque estos compuestos resultan trascendentales para la vida, el cuerpo humano no es capaz de sintetizar por sí mismo la cantidad necesaria, de tal modo que para alcanzar los mínimos hay que incorporarlos mediante la alimentación.
Una sociedad "grasofóbica"
Pero, ¿cómo convencer a la población de que estos elementos son tan necesarios? No resulta una ayuda, destacan los autores, que tengan el 'apellido' de "graso". Como señalaron durante la presentación del trabajo, vivimos en una suerte de sociedad "grasofóbica" que tiende a pensar que tal parte de los alimentos es algo a evitar. Lejos de ello, la ciencia avala su consumo: reducir el mismo a menos del 20% de nuestra dieta (con máximo del 35%) puede comprometer nuestra salud. En este sentido, destacaba Gregorio Varela, la clave no es tanto "la cantidad sino la calidad" de la misma.
El estudio destaca que estos ácidos grasos poliinsaturados (AGPI) son, por ejemplo, unos de los más abundantes en el cerebro. Del análisis se concluye también que una de sus principales funciones es la de contribuir desde el vientre materno "al desarrollo del cerebro, así como a la agudeza visual en los niños". Está aún en estudio si, además, los indicios también respaldan los efectos neuroprotectores en edad avanzada. Pero lo que también parece comprobado a la luz de la ciencia es que los AGPI también resultan un aliado para el control de ciertos factores de riesgo en enfermedades cardiovasculares.
¿Cómo integrar el Omega-3 en la dieta?
Volvamos al punto de inicio. Ya que el cuerpo no es capaz de sintetizar la cantidad necesaria, ¿cómo integrarlos en la dieta? La mejor manera es... el pescado, principalmente el azul. Se estima que dos o tres raciones por semana pueden bastar para llegar a la ingesta recomendada de entre 100 y 250 mg/día para los menores (según la edad) y superior a esos 250 mg/día para los adultos. No obstante, el consumo de este tipo de alimentos es deficitario, según concluyen la FEN y FINUT.
Según el profesor Gregorio Varela, para explicar ese reducido consumo de pescado, sobre todo entre la población más joven, hay que recurrir a factores culturales y socioeconómicos pero también a una suerte de mito sobre los "contaminantes" adquiridos en el entorno donde se capturan que exagera el peligro real y empaña las cualidades de estos alimentos.
Varela acude al concepto de "riesgos y beneficios" para reconocer que esa percepción negativa ha desequilibrado una balanza que debería inclinarse, al menos en España, hacia los segundos. Y señalaba un ejemplo que ilustra la situación: el dato de consumo en Estados Unidos, cuya gráfica a lo largo del tiempo presenta una tendencia creciente hasta que una alerta sanitaria sobre el tema supone un punto de inflexión.
Sea por el motivo que sea el resultado es el mismo: las estadísticas señalan que, en la actualidad, el consumo de Omega-3 entre la población española infantil y adulta se halla por debajo de las recomendaciones.
La leche al rescate
Y aquí es donde la leche y los productos lácteos entran en juego. Es cierto que, tal y como reconoce el propio Varela, "se ha acelerado la bajada de su consumo, sobre todo entre la población más joven". Sin embargo, no es menos cierto que este producto posee, frente al resto, una tasa de penetración en los hogares superior al 95%. O lo que es lo mismo: es totalmente accesible, de fácil consumo, barato, y con unas cualidades que permiten incluirla sin ninguna reserva en la dieta para paliar esa carencia de nutrientes. En definitiva, la leche enriquecida es un excelente vehículo para aumentar la ingesta de Omega-3 tanto por sus características físico-químicas como por su alta penetración en hogares. La leche de vaca no es per sé fuente de Omega-3.
Ya la primera parte del informe, publicada en 2015, analizaba las evidencias científicas acerca del valor de la leche y sus componentes sobre la salud: "Es un alimento considerado básico y equilibrado desde el punto de vista nutricional", se lee en el mismo.
En esta edición, las miras se han centrado específicamente en el Omega-3. Tal elemento ha pasado en los últimos años a primer plano a medida que se popularizaban sus efectos beneficiosos. Sin embargo, puede que más allá de los reclamos publicitarios no exista un conocimiento general sobre por qué es recomendable no descuidar su ingesta.
Un uso para cada etapa de la vida
Como se ha señalado antes, su utilidad se extiende a varios momentos de la vida. Por un lado, está comprobado que los AGPI son esenciales para el desarrollo cerebral durante la gestación así como de la capacidad visual del neonato hasta doce meses después del alumbramiento. Obviamente, antes de nacer, "la proporción de estos componentes depende en gran medida de la dieta de la madre", según apunta Ángel Gil.
De la misma manera, en la población adulta el Omega-3 ayuda a reducir factores de riesgo que enmascaran algunas enfermedades cardiovasculares. Gil ensalza que estos compuestos "ayudan a bajar las inflamaciones de las arterias" que están detrás de buena parte de estas dolencias. Por otra parte, y si bien está aún en estudio, estos AGPI también podrían ayudar a preservar el sistema nervioso, evitando su deterioro.
Son diferentes necesidades nutricionales que la leche puede resolver de forma sencilla. En este campo, la modificación de su perfil lípido ha permitido adaptar su composición para paliar esos teóricos déficits de tal modo que, como señalaba el profesor Gil, "los grupos concretos" de población pueden satisfacer "sus necesidades nutritivas específicas".
'La leche: vehículo de salud, fuente de vida' es un contenido patrocinado por Instituto Puleva de Nutrición.