El suicidio es un tabú, pero aún lo es más si no hay una justificación al menos teórica para llevarlo a cabo. ¿Puede una persona que no padece una enfermedad terminal poner fin a su vida de forma voluntaria simplemente porque cree que ha llegado el momento y que no quiere ser recordado desde la decadencia? ¿Puede quitarse la vida alguien que no está deprimido y que manifiesta un profundo amor a los seres queridos a los que deja privados de su compañía?
El profesor de Filosofía Antonio Aramayona demostró el pasado 5 de julio que sí se podía y decidió dejar testimonio audiovisual de ello. Lo hizo al estilo de un programa mítico de Canal Plus, Epílogo, en el que los protagonistas se dejaban grabar sabiendo que el capítulo se emitiría sólo tras su fallecimiento.
Sin embargo, hay una diferencia crucial: en el documental que protagoniza el también activista, es él el que decide cuándo, cómo y dónde morir y la cámara le acompaña durante el mes y medio previo a ese momento. "Nunca en la televisión de nuestro país se había hecho algo así", comentaba antes de la proyección el director del canal #0, donde se emitirá este jueves la pieza, quinto capítulo de la serie Tabú -dirigida por el periodista Jon Sistiaga-, titulado Y al final: la muerte...
Antes de morir, Aramayona era una persona muy conocida en la ciudad donde residía, Zaragoza. Activista sobre todo por una escuela laica, miembro de la asociación Derecho a Morir Dignamente protagonizó en vida varias polémicas, como la que acompañó a su presencia durante más de un año en el portal de la casa de la exconsejera de Educación del gobierno aragonés, por la que finalmente fue absuelto.
Aramayona se definía a sí mismo como "perriflauta motorizado" -se desplazaba en una silla de ruedas eléctrica, ya que le faltaba una pierna- y, sobre todo, como profesor de Filosofía, actividad que ejerció en varios institutos en Madrid, Alcalá de Henares, Torrejón de Ardoz y Zaragoza.
Cuando se hizo pública su muerte, muchos medios hablaron de él como "el amigo de Pablo Echenique", pero el diputado no aparece en el documental, en el que no hay apenas referencias a la política parlamentaria. El profesor se dejó grabar, eso sí, la última vez que votaba. Lo hizo el pasado 26 de junio, "con gran convicción y alegría", pero no dice a quién.
Intentar convencer
Si el político de Podemos está ausente en el capítulo de la serie, no es por falta de personajes. Son numerosos los amigos de Aramayona que la cámara recoge durante el mes y medio que sigue al profesor. Algunos -como la enfermera María Bellosta, autora de Guía del buen morir-, muestran directamente su desacuerdo con la idea. Otros, como el escritor y alumno suyo Sergio del Molino, le intentan convencer sutilmente. "Sabes que las decisiones se pueden liquidar", le dice. Alguno le convence incluso para que se reúna con un psiquiatra o psicólogo, a lo que el profesor accede, para intentar demostrarle a él y a los telespectadores que dista de sufrir ninguna depresión. "Me cuesta creer que alguien que está bien quiera acabar con su vida", le responde el profesional.
No es que el protagonista de la serie, con quien contactaron los responsables del programa como parte de la investigación para su documental, no tenga dudas. A lo largo del metraje se pregunta varias veces si estará haciendo bien o se estará dejando "llevar por el egoismo". "¿Tengo yo derecho a hacerles esto?", se pregunta y reconoce que va a causar sufrimiento a sus dos hijos y a sus cuatro hermanos.
Pero la decisión de Aramayona se mantiene firme y el documental no engaña. En la primera escena, se enfoca a su imagen en lo que parece una reunión para homenajear a un difunto, una especie de funeral laico."Soy el de la fotografía en blanco y negro. Soy Antonio Aramayona y estoy muerto", dice su propia voz.
Si no fuera por eso, el espectador podría mantener hasta el final la ¿ilusión? de que el profesor no va a llevar a cabo su propósito. Lo comentan sus amigos en la última cena que celebra con todos ellos. Siempre nos has sorprendido, le dicen, así que no sería raro que esta vez también lo hicieras. "Pero como sea una broma, te aseguro que hay entierro", bromea uno de ellos.
Humor y amor
A lo largo de las semanas previas a su muerte, el profesor demuestra en varias ocasiones no haber perdido el sentido del humor. "Yo no me quejaré", les dice a las compañeras y amigas de la asociación DMD que le ayudan a planear su marcha, cuando éstas le consultan sobre cómo comunicar su suicidio cuando finalmente se produzca.
El profesor aclara que su decisión no se debe a una "clarividencia mística", sino a una decisión muy meditada. Y a la que le mueve el amor a los demás. "No quiero que me recuerden desde la decadencia y la dependencia", explica y señala que cree que es "el momento justo, sin certeza, pero con convencimiento".
También aclara conceptos: es cierto que no tiene una enfermedad terminal, pero sí está enfermo. Ha sufrido dos infartos, un ictus, 13 operaciones y tiene que tomar 31 pastillas diarias. Su cardiólogo cuenta que puede morir en cualquier momento.
Aramayona es más que consciente de que su decisión puede ser polémica. Por eso insiste en aprovechar que le graban para resaltar una y otra vez "que es muy respetable" otra opción. De hecho, concluye con un deseo para los suyos, todos: "Quiero que piensen". Y el deseo se hace realidad no sólo para ellos, sino para todos los que ven la escena.