"Imagínese que los fármacos para la diabetes, en lugar de disminuir el nivel de azúcar, lo aumentaran". Esta frase, que el investigador del Massachusetts General Hospital Jianren Mao declaró recientemente a una periodista de la revista Science, define muy bien una de las mayores paradojas de la medicina moderna: la hiperalgesia inducida por opioides (OIH, de sus siglas en inglés).
La OIH no es otra cosa que el fenómeno que se da cuando los analgésicos opioides, en lugar de aplacar el dolor, lo amplifican. Lo hacen cambiando la señalización en el sistema nervioso central, lo que implica que el organismo se hace más sensible a los estímulos dolorosos. Como resultado, las personas afectadas entran en un bucle de consumir más fármacos de este tipo para combatir un dolor que cada vez aparece con más facilidad. Por esta razón, el síndrome podría estar detrás de algunos fallecimientos por ingesta excesiva de estos medicamentos. Uno de los últimos casos: el del cantante y compositor Prince.
El gran problema de este síndrome es si podría jugar un papel en la actual epidemia de abuso de opioides en EEUU, que ha llevado incluso a la FDA -el organismo que regula fármacos y medicamentos en EEUU- a convocar a un comité de expertos para poner coto al asunto. Es algo que, insiste Science, no está demostrado, a pesar de que este tipo de hiperalgesia lleva investigándose 20 años.
Mao es uno de los científicos que piensan que sí, que esta pieza es una "pieza olvidada del puzzle" de la epidemia de opioides, pero otros investigadores lo ven simplemente como una rareza en la literatura médica, algo cuyo estudio podría dar claves para el manejo del dolor pero que, de tan infrecuente, no se puede considerar que esté detrás del problema de abuso de estos fármacos.
Para el investigador australiano Mark Hutchinson -que ha llevado el estudio del fenómeno tan lejos, que incluso se ha sometido a situaciones dolorosas para comparar su aguante con el de adictos a los opioides-, la mayoría de los médicos no son conscientes de que existe la OIH o al menos no de su importancia.
Otro investigador citado en el artículo de Science, Martin Angst -de la Stanford University- señala que este síndrome tiene sentido desde el punto de vista evolutivo. "La naturaleza no creó el dolor para torturar a la humanidad", explica. Angst añade que cuando es crucial que ignoremos temporalmente el dolor, el cuerpo tiene unos mecanismos para anularlo, que en parte consisten en liberar opioides de nuestro propio organismo. Son moléculas naturales que se acoplan a los receptores de las neuronas para bloquear los signos del dolor y activar los centros de recompensa en el cerebro.
Sin embargo, las dosis habituales de los opioides que se recetan son muchísimo mayores que los niveles endógenos de estas sustancias, sostiene el investigador, por lo que la biología se rebela y dice: "Estoy blindado al dolor por todos estos químicos. Necesito ser capaz de sentir dolor otra vez".
Veinte años de evidencia
Mao fue uno de los primeros científicos que demostró los mecanismos potenciales de la OHL en un modelo animal, en 1994. Demostraron que después de ocho días de recibir una inyección de opioides en la columna, retiraban antes sus patas de una superficie que se iba calentando paulatinamente; es decir, sentían dolor antes.
El umbral del dolor había cambiado, por lo que el cuerpo necesitaba mayores dosis del medicamentos para sentir el mismo efecto. Era un caso claro de cómo una dosis mayor podría realmente incrementar la sensibilidad al dolor.
Los investigadores demostraron después que podían revertir ese efecto bloqueando ciertos receptores en las neuronas de la médula espinal de los animales.
Años después, en 2000, el mismo equipo empezó a centrar sus investigaciones en los pacientes. En esta época, subraya el artículo de Science, se empezaban a considerar los opioides una opción relativamente segura para el manejo del dolor crónico. Fármacos que hasta entonces sólo se recetaban a pacientes de cáncer empezaron a prescribirse para el dolor de espalda.
Según Mao y sus colaboradores, este clima favoreció también la OHL, pero es algo difícil de demostrar. El fenómeno puede ser muy difícil de distinguir de la simple tolerancia, que es como se define el hecho de que el dolor aumente al tiempo que el fármaco pierde eficacia.
Los investigadores se enfrentan a varios retos: el primero, definir correctamente la OHL; el segundo, cuantificar el fenómeno y, por último, intentar ponerle remedio. Para ello, se puede intentar retirar los opioides a personas cuyo dolor aumenta sin un motivo obvio, pero es algo que los pacientes no suelen aceptar. Otra posible solución sería investigar en un fármaco que se dirigiera a los mecanismos detrás de esta hiperalgesia. ¿El resultado? Otro medicamento que se podría administrar a la vez que los opioides y evitar así que se desarrollara la OHL.