A los tres años ya puede saber si su hijo va a ser un criminal
Un experimento social demuestra que sólo una quinta parte de la población acumula los mayores porcentajes de pobreza, criminalidad y consumo de drogas. Se puede prever quiénes serán.
14 diciembre, 2016 18:55Noticias relacionadas
Dunedin es un idílica ciudad neozelandesa de 121.000 habitantes que se fundó en 1848 y que se expandió gracias a la población que acudía a la zona para buscar oro. Pero esta localidad podría pasar a la historia como sede de un experimento social que dará mucho que hablar y que recoge en su última edición la revista Nature Human Behaviour.
Aunque son varias las conclusiones del trabajo, hay una especialmente inquietante: con tan sólo una prueba de 45 minutos de duración, se puede prever con bastante eficiencia si un niño de tres años será un desfavorecido social en su edad adulta, es decir, si sus posibilidades de convertirse en criminal, drogadicto o persona incapaz de mantenerse por sus propios medios son más elevadas que las del resto de la población.
La otra gran conclusión del estudio ya la anticipó parcialmente el economista italiano Vilfredo Pareto, autor del principio que lleva su nombre y que definió a principios del siglo XIX la regla de distribución del 80/20, que se aplica en la actualidad a diversos ámbitos, desde la informática -se dice que el 20% del código incluye el 80% de los errores- hasta la empresa -se habla de que el 80% de los beneficios de una compañía provienen del 20% de sus clientes o que el 80% de los resultados de una empresa proceden de la acción directa del 20% de sus trabajadores-.
La quinta parte más desfavorecida
En esta ocasión, lo que los investigadores de la Duke University, el King's College London y la University of Otago han demostrado es que es un 21% de la población la que acumula el 81% de las detenciones por motivos criminales, entre otros datos.
En definitiva, que hay una quinta parte de la población que vive mucho peor que las otras cuatro restantes. No sólo son más criminales, también más obesos, mayores consumidores de fármacos con receta, más fumadores y más proclives a requerir de ayudas sociales para llegar a fin de mes. También en este grupo es más habitual que los niños se críen sin sus padres biológicos.
Pero este infortunio se puede prever, lo que sabemos gracias a la ciudad de Dunedin y su capacidad para convertirse en sede de un gran experimento social. Porque fue en esta localidad donde se escogió a una cohorte de 1.037 bebés nacidos entre abril de 1972 y marzo de 1973 y que suponíán una muestra representativa de todos los rangos de estatus socioeconómico de la población general.
A partir de ahí, se pusieron en marcha todos los mecanismos de seguimiento: cada dos años, al principio, y con un intervalo más espaciado a posteriori, se convocaba a los participantes. La última vez, habían cumplido los 38. Además de estas visitas, los investigadores analizaron cada dato, cada registro sanitario, cada destinatario de un beneficio social y cada fármaco recetado, entre otros.
¿Qué hacemos con esto?
Cuando finalizó el estudio, los autores -dirigidos por Terrie E. Moffitt- encontraron el dato clave que podría cambiar el futuro escrito de muchos niños. Cuando tenían tres años, a los participantes se les había hecho un examen neurológico, un test de 45 minutos que evaluaba las habilidades neurológicas, incluyendo la inteligencia, el lenguaje, las funciones motoras. Los examinadores estudiaban también otros factores como su tolerancia a la frustración, su capacidad de descanso y la impulsividad. Con todos estos parámetros elaboraron un índice que denominaron "de salud cerebral".
Los niños que obtuvieron peor nota en ese índice resultaron ser los desfavorecidos del futuro. Pero ¿se trata de una sentencia ineludible? Los autores lo niegan y ven los resultados de su trabajo como una oportunidad, la de intervenir en los futuros criminales cuando apenas han dejado los pañales. "Podemos predecir quién requerirá de cuidados sanitarios y de costes sociales cuando sea adulto y podemos hacerlo muy precozmente", explica Avshalom Caspin, uno de los autores del estudio.
Una vez identificados, habría dos caminos a seguir: estigmatizar a los futuros convictos o poner todos los esfuerzos para que cambien su destino. El coste de esta intervención temprana podría ser mucho menor que el asociado a su futuro desarrollo negativo, concluyen los autores.