El último caso se ha visto con Carme Chacón. La exministra de Defensa, fallecida este domingo más que prematuramente a los 46 años por una cardiopatía congénita, ha sido la protagonista de numerosos halagos en distintos formatos: declaraciones, comunicados de prensa, artículos y, por supuesto, tuits. Esto no sería llamativo o no tendría por qué serlo, si muchos de sus emisores no fueran personas que no solían alabar en vida a la política catalana que, justo ahora, no podrá enterarse de esos parabienes.
Sin embargo, la actitud observada con Chacón se puede extrapolar a casi cualquier fallecido ilustre o incluso no conocido. Recientemente, la ciencia hablaba de ello. Un estudio publicado en la revista Personality and Individual Differences demostraba que las personas fallecidas son puntuadas con mayor nota en los parámetros de extroversión y simpatía que las vivas equivalentes. Por decirlo con un ejemplo fácil: si uno dos tiene dos tías abuelas por las que siente cierto cariño, tampoco extremo pero sí similar, y se les pide que las defina, lo hará de forma distinta si las dos viven o si una de ellas ha fallecido. En este último caso, no lo dude, la muerta le parecerá de repente más simpática que la que sigue a su lado. Y mucho más sociable, dónde va a parar.
Así lo han demostrado las investigadoras de las universidades La Salle (en Filipinas) y Tecnológica de Nanyang (Singapur) que firman el estudio, que titulan Sesgos sistemáticos en atribuciones de rasgos a amigos y parientes fallecidos. Es un trabajo que no le dice "nada" al psicólogo en el centro Rayuela -y autor de Los libros de autoayuda ¡vaya timo! (Editorial Laetoli)- Eparquio Delgado ,que ve bastante previsibles las conclusiones del estudio.
"Vivimos en una comunidad en la que se considera de mala educación hablar mal de las personas que han fallecido", comenta y añade que este comportamiento tiene que ver con las convenciones sociales y que podría estar relacionado con la percepción de que, obviamente, los muertos no se pueden "defender de las críticas".
"El vocabulario del estudio es muy mentalista, parece que indica como si este comportamiento se produjera dentro de la cabeza, cuando se trata de un comportamiento interpersonal", valora el experto el trabajo recién publicado.
En cualquier caso, Delgado no cree que un elogio público signifique necesariamente que el emisor pensara bien del fallecido, ya que puede responder a distintas motivaciones, desde querer dar una imagen de sensibilidad hasta un simple sentimiento de impacto por la noticia.
Algo habitual
A las autoras del estudio, sí que les han sorprendido algunos de sus hallazgos -basados en una encuesta a 110 estudiantes universitarios que tenían que evaluar cinco grandes rasgos de dos adultos conocidos por ellos, uno de los cuales no estuviera vivo-. Así, aunque sí esperaban que se considerase más simpáticos a los fallecidos, no sabían que también les iban a encontrar más sociables.
Respecto a las razones por las que esto sucede, Adrianne Galang, la primera firmante el trabajo, explica a EL ESPAÑOL que puede haber varias, que coinciden con las mencionadas por el psicólogo español. "Hay una presión cultural muy fuerte para evitar hablar mal de los muertos pero, al mismo tiempo, el cariño que se siente normalmente por amigos y parientes se ve impulsado por la pena: estar muertos hace a las personas que conocimos un día perdonadas de toda culpa y convierte sus actos en vida en insustanciales", señala.
Aunque el trabajo asiático no trataba específicamente sobre personas famosas, su autora cree que parece que los hallazgos serían extrapolables. La experiencia diaria también da esa impresión.