Más del 25% de los españoles padecían sobrepeso u obesidad en 2014, año al que pertenecen los últimos datos analizados en el informe Tendencias en obesidad publicado el pasado año por The Lancet. Si la cifra es preocupante per se, más lo es la observada tendencia al aumento de los últimos 40 años, algo que no sólo no parece que vaya a cambiar, sino que apunta a que va a continuar.
La ciencia lleva años intentando solucionar este problema sin éxito, pero esto no quita que se siga intentando. La reconocida Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard publicó recientemente un informe especial titulado Obesidad: ¿podemos parar la epidemia? en el que se disgregan no una sino siete estrategias para intentar acabar con el problema. La buena noticia: parece que funcionan; la mala, hay que combinarlas para que lo hagan.
Prevención, prevención y prevención
Sí, está claro, hay que luchar contra la obesidad. Sin embargo, la mejor forma de acabar con este problema es, oh, sorpresa, no tenerlo. Prevenir la obesidad es la clave para evitar el problema y una buena manera de conseguirlo es fijarse en la obesidad de los que más difícil lo tienen para luchar contra ella por sí mismos: los niños. Un estudio publicado en The New England Journal of Medicine en 2016 concluyó que aproximadamente el 90% de los niños con obesidad grave se convertirán en obesos adultos. Medidas tan -aparentemente- sencillas como sustituir los refrescos y los zumos por agua podrían ser de ayuda. Pero, más allá de los niños, el grupo sobre el que los expertos de Harvard creen que hay que actuar con contundencia es el de los adultos jóvenes, esos que empiezan ganando siete y ocho kilos a los 25 años y que tienen todas las papeletas de convertirse en obesos a los 50.
Actuar sobre los productos que se venden en colegios e institutos, vigilar las ayudas públicas a la alimentación -que cuando alguien dependa de la ayuda social para comer, sea para alimentarse de comida sana- o legislar sobre el contenido de sal de los alimentos son otras de las medidas que ayudarían a prevenir la obesidad.
Interpretar la ciencia correctamente
Las recomendaciones dietéticas han variado enormemente en las últimas cuatro décadas. Hasta tal punto que los expertos de Harvard se preguntan si los propios científicos han tenido que ver con el establecimiento del problema. La razón: la ciencia en torno a la obesidad ha ido variando en estos años. Al principio, todo parecía sencillo, la grasa saturada y el colesterol eran los culpables de todos los males. La entrada en la ecuación de los carbohidratos, los distintos tipos de grasas y otros muchos conceptos modernos han cambiado por completo el panorama.
Además de asesorarse con la ciencia mejor y más actual a la hora de establecer estrategias contra la obesidad, dicen en el informe, hay que reconocer que dista de estar todo dicho. No sabemos, por ejemplo, por qué algunos obesos no desarrollan las complicaciones propias de este factor de riesgo ni hasta qué punto los productos fermentados tienen propiedades beneficiosas para la salud.
La obesidad aún tiene que decir mucho en los laboratorios de todas las universidades.
No basta con la lógica, hay que persuadir
Podría parecer que todo el mundo está de acuerdo en acabar con la obesidad porque, ¿a quién le interesa un mundo gordo y enfermo? Sin embargo, los autores del documento advierten que, en este campo, también hay mucho que hacer. Las presiones de distintos grupos, desde agricultores a empresas de alimentación y el impacto económico de algunas de las medidas más útiles frente a la obesidad hacen más que nunca necesaria la persuasión y, curiosamente, evitar la palabra obesidad y centrarse más en conceptos como salud pública puede ser la solución.
Enséñales el dinero
Luchar contra la obesidad puede ser caro, al menos a corto plazo. Como resaltan los investigadores de Harvard, estrategias contra la obesidad infantil tardan años en dar beneficios y esto es algo que echa para atrás a cualquier legislador, que quiere que sus medidas se traduzcan en votos.
Sin embargo, la revista Health Affairs publicó en 2015 un estudio que demostraba que había tres medidas que resultaban rentables de primeras, es decir, que se financiaban prácticamente solas. El impuesto a las bebidas azucaradas, las restricciones sobre la calidad de los alimentos vendidos en los colegios y la eliminación de cualquier subsidio a las empresas que anuncien comidas insanas a los menores serían las medidas en cuestión.
Con estos datos en la mano, convencer a los políticos será mucho más fácil.
Multas e impuestos funcionan
Ante un problema de este calibre, es fácil recurrir al "que cada uno haga lo que quiera". Al fin y al cabo, es difícil de creer que alguien que se alimenta de comida rápida no sepa que eso no es bueno para su salud ni se de cuenta de que la cifra que marca su báscula no deja de subir. Pero también podría decirse lo mismo del que fuma o del que conduce sin el cinturón de seguridad y, sin embargo, los estados no han dudado en actuar contra ellos, a través de impuestos y de regulaciones legales. Así, los investigadores de Harvard piden que se tome nota al abordar la obesidad.
Siembra lo que quieras que se coseche
La sexta estrategia de Harvard es un mensaje a los agricultores, aunque también a los que influyen sobre ellos. "Los estadounidenses comemos en exceso lo que los granjeros producen en exceso", escriben en el informe. Según datos de 2013, sólo el 2% de los campos de cultivo de EEUU se usan para plantar frutas y vegetales, frente al 59% dedicado a otros cultivos. Existe, según los autores, una clarísima contradicción entre lo que el Gobierno recomienda comer y los cultivos que subsidia y eso es lo que habría que cambiar. Aunque el artículo habla de la situación estadounidense, está claro que la estrategia podría extrapolarse a la mayoría de países desarrollados.
Moviliza a la gente
A principios de los 70, recuerdan en el documento, la tasa de mortalidad cardiovascular de Finlandia era de las mayores en el mundo. El asunto era aún peor en la región de Karelia del norte, donde la tasa era un 40% más alta. Así, en 1972 se lanzó el North Karelia Project, que se ha convertido en un modelo mundial de cómo salvar vidas transformando precisamente la forma de vivir. Un equipo de entusiastas investigadores pasó horas reunido con la población local, asegurándoles que ellos tenían el poder para mejorar su propia salud. Lo hicieron en iglesias, grupos feministas, asociaciones de amas de casa y de cazadores; rehicieron las etiquetas de los alimentos -cuando eso era una entelequia- y se incentivó a los granjeros y agricultores a producir productos desnatados, entre otras medidas.
Cuando empezó el programa, más de un 80% de los habitantes acompañaban su pan de mantequilla, algo que sólo hace ahora el 10% de la población. Y así con todo.
Los investigadores se preguntan si sería posible trasladar ese modelo a EEUU -y por ende, a otros países desarrollados-. "Cambiar el mundo puede parecer utópico, pero cambiar la salud pública fue posible", dijo Pekka Puska, el médico que dirigido el proyecto. Pues habrá que intentarlo.