Nunca antes en la historia de la humanidad el acceso al sexo ha sido tan sencillo, y tan ilimitado. Está a un clic de distancia, en el dispositivo que uno lleva en el bolsillo, en todas las variedades y fantasías concebibles. Y el apetito por la pornografía online no ha hecho más que crecer desde finales de los noventa, cuando Internet la impulsó mejorando sus capacidades multimedia. En 2016 se consumieron 91.980.225.000 vídeos en el portal Pornhub, una media de 12,5 vídeos por habitante de la Tierra.
El consumo de porno, por supuesto, no se reparte tan equitativamente. Allá donde la legislación no lo restringe, sigue siendo una industria dominada por el gusto del hombre. La feminista Andrea Dworkin (1946 - 2005) planteaba a finales de los setenta las bases de la tesis abolicionista contra el cine adulto que privilegia a una mujer complaciente y sumisa ante los deseos masculinos. "La pornografía es un producto económico, social, cultural, sexual y político de la violación y la prostitución, y depende de la violación y prostitución continuada de mujeres para sostenerse".
Si la pornografía es una industria de la violación, se puede deducir que los hombres que disfrutan de ella ven "mermadas sus inhibiciones" ante la idea de una agresión sexual, como escribía la sudafricana Diana Russell. Si así fuera, las consecuencias de la proliferación del sexo online sería alarmantes. Pero "la evidencia se amontona" en sentido contrario, escribía el autor y sexólogo Michael Castleman a comienzos del año pasado en Psychology Today. "A más porno, menos agresiones sexuales".
La pornografía ha acompañado de una forma u otra a todos los medios de comunicación. Pero hasta hace poco había que ir a buscarla a negocios y cines específicos y estigmatizados. Ahora se hace en casa, en los ratos libres. Como escribe sin ambages el especialista californiano: "El porno no incita a los hombre a cometer violencia sexual. Parece más bien una válvula que da salida a una energía potencialmente agresiva. En lugar de atacar a las mujeres, los hombres que podrían cometer ese crimen pueden masturbarse sin límites".
Menos violaciones en todo el mundo
La tesis de Castleman es que la pornografía y la masturbación que la acompañan sublimarían los impulsos agresivos de los hombres sexualmente patológicos. Se basa en estudios que abarcan varias décadas. El primero, dirigido por Berl Kutchinski de la Universidad de Copenhague, se remonta a los años setenta e investigó la relación entre la liberalización de la legislación sobre pornografía en Dinamarca y los registros de agresiones sexuales de la policía de la capital danesa.
El estudio concluyó que los delitos sexuales no habían aumentado en la época en la que proliferaba la pornografía, incluida la del tipo masoquista. En el caso de abusos a menores, de hecho, la cifra se redujo. Kutchinski extendió su estudio a principios de los noventa a otros tres países: EEUU, Alemania del Este y Suecia. La conclusión fue la misma. Y en las dos décadas siguientes, cita Castelman con los datos del Buró de Estadística de EEUU, las agresiones sexuales han caído un 44%.
Milton Diamond, de la Universidad de Hawái, extendió el área de estudio a la República Checa, Japón y China, países en los que la legislación restringía férreamente la difusión de pornografía hasta fecha reciente. En los tres casos se comprobó la tendencia apuntada por Kutchinski: no hubo más crímenes sexuales, y de hecho se acompañó de una reducción de las agresiones a menores. Pero, como recordaba el autor del estudio, la liberalización produjo que durante años varios de estos países no persiguieran expresamente la pornografía infantil.
Los violadores ven porno... como los demás
Castelman se ha visto obligado a defender su controvertida afirmación de que "a más porno, menos violadores" en los últimos días. El motivo: una batería de estudios realizados sobre presos condenados por violación en EEUU, Canadá y China. La mayoría de violadores encuestados había confesado haber consumido pornografía en el periodo previo a la agresión.
El autor refuta estos estudios por "prospectivos", al haber buscado causas en la biografía de los convictos que luego extrapolan. Nuevamente, lo explica con su particular estilo. "Presentan un error clave en la investigación, que es asumir que ver porno es algo inusual, que solo hacen los tipos malos, no la mayoría de hombres. En realidad, virtualmente TODOS los hombres se han visto expuestos a la pornografía, pero solo una ínfima parte se convierte en violadores".
Castleman defiende los estudios "prospectivos", durante varios años y "miles de personas" que citaba en su tesis original. A la explosión de la pornografía online en las últimas dos décadas añade otra serie de ventajas basadas en la estadística: la caída de embarazos en los adolescentes, la reducción de enfermedades de transmisión sexual, incluso el hecho de que haya menos divorcios. Todo, como dice él, porque los hombres "tienen el porno a mano", un disuasorio contra la "irresponsabilidad sexual" al que solo pone una notable pega: el riesgo de adicción patológica.
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