Dos días antes del 42 aniversario de Francisco Franco, el dictador que gobernó España durante casi cuatro décadas, se hizo público que su única hija, Carmen Franco, padecía un cáncer terminal. Menos de dos meses después, la hijísima ha fallecido a los 91 años rodeada de los suyos, sin someterse a ningún tratamiento por decisión propia y tras haber recibido la extremaunción en su domicilio madrileño de la calle Hermanos Becquer.
Las diferencias con el fallecimiento de su padre son abismales. Los meses -hay quien habla de más de un año- previos a su muerte fueron un clarísimo ejemplo de encarnizamiento terapéutico, una sucesión de medidas destinadas a prolongar su agonía sabiendo que nada se iba a poder hacer por su supervivencia. En un artículo publicado en El País a los diez años de la muerte del dictador, el escritor Juan Goytisolo evocaba asi el proceso: "Era torturado cruelmente por una especie de justicia médica compensatoria de la injusticia histórico moral que le permitía morir de vejez, en la cama".
Mientras Carmen Franco se enteró de su diagnóstico a los 90 años después de regresar de uno de sus innumerables viajes de placer en aparente perfecto estado de salud, su padre sufrió más de un año de deterioro permanente de su estado físico, con un rosario de enfermedades, como lo demuestra su último parte médico: "Enfermedad de Parkinson. Cardiopatía isquémica con infarto de miocardio anteroseptal y de cara diafragmática. Úlceras digestivas agudas recidivantes, con hemorragias masivas reiteradas. Peritonitis bacteriana. Fracaso renal agudo. Tromboflebitis íleofemoral izquierda. Bronconeumonía bilateral aspirativa. Choque endotóxico. Paro cardiaco"
Todo comenzó en julio de 1974, cuando el dictador ingresaba en el hospital que entonces llevaba su nombre -hoy Hospital General Universitario Gregorio Marañón- por sus problemas circulatorios, en contra del -cuentan las crónicas- criterio de su yerno, el marido de la hoy fallecida Carmen Franco, Cristobal Martínez Bordiú, que no quería que saliera del Palacio del Pardo y pretendía evitar así que se filtrara información sobre su delicado estado de salud.
Desde entonces, la salud del dictador fue empeorando paulatinamente pero, al contrario de lo que ha sucedido con su única hija, los médicos se empeñaron en hacer todo lo que estaba en su mano por tratarlo. Varios libros publicados tras la muerte de Franco dan testimonio de este encarnizamiento terapéutico. Cuarenta años junto a Franco (Planeta, 1981), de su médico personal Vicente Gil, Los últimos 476 días de Franco (Planeta, 1980) del facultativo que le trató en su agonía, Vicente Pozuelo o Cinco litros de sangre (JdeJ, 2007), de Juan Abarca, un cirujano actual consejero delegado del grupo Hospital de Madrid que también le asistió, son sólo algunos de ellos.
En ellos se exponen los numerosos tratamientos a los que sometió al dictador, desde cirugías a una máquina de circulación extracorpórea de la que sólo existía entonces un prototipo en el país. También algunos muy poco convencionales, como hacer desfilar a Franco al son de himnos legionarios y otro claramente cuestionables, como operarlo en El Pardo como si de un hospital de campaña se tratase para sanar una hemorragia gástrica, ante el criterio contrario de algunos de los miembros de su propio equipo médico.
De forma opuesta a su hija, Franco -que murió a los 82 años, diez menos que su hija- sí estuvo ingresado en un hospital. El centro escogido fue la Ciudad Sanitaria -hoy Hospital Universitario- La Paz, feudo de Martínez Bordiú y uno de los mejores centros médicos del país. Allí entró el siete de noviembre y en una de sus habitaciones pasó 13 largos días hasta que murió, el 20 de noviembre de 1975.
El brazo de Santa Teresa y el manto de la Virgen del Pilar le acompañaron en su agonía, que distó de ser una estancia más o menos plácida en una cama. Se le sometió al menos a dos complejas y largas operaciones más y se probaron en él distintos tratamientos, incluyendo la hipotermia que dejó a 33 grados su organismo en los momentos finales de su existencia.
Cuentan que la misma Carmen Franco que no ha recibido tratamiento para su cáncer -o así lo ha declarado-, ha muerto rodeada de los suyos en su domicilio y lucía un aspecto muy favorecedor para su edad en su última aparición pública -en la inauguración de la temporada actual del Teatro de la Zarzuela en octubre-, se opuso a que los médicos se ensañaran con el dictador. Lo que no pudo evitar con su padre, sí parece haberlo logrado con ella misma.
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