La Fundación BBVA ha concedido su premio Fronteras del Conocimiento en la categoría de Cooperación al Desarrollo a una mujer que debería ser conocida por todo el mundo, pero que no lo es. Se llama Nubia Muñoz, es colombiana y dirigió los estudios epidemiológicos que permitieron demostrar lo que Harald zur Hausen comprobó en su laboratorio: que la gran mayoría de los casos de cáncer de cuello de útero -una de las principales causas de muerte en mujeres en vías de desarrollo- estaba causada por un patógeno común, el virus del papiloma humano.
En 2008, Zur Hausen recibió un tercio del premio Nobel de Fisiología o Medicina, junto a los científicos que vincularon el virus de inmunodeficiencia humana (VIH) al sida, Françoise Barré-Sinoussi y Luc Montagnier. Ni rastro de Muñoz, a pesar de su "contribución decisiva" a establecer que la infección por el VPH es la causa principal y necesaria del cáncer de cuello de útero, como ha reconocido 10 años después el jurado del Fronteras del Conocimiento presidido por el director del Programa Mundial sobre Paludismo de la OMS, Pedro Alonso.
Aunque a día de hoy se siga hablando de vacunas contra el cáncer, el uso de este término es equívoco. La mayoría de los tratamientos que se desarrollan en esta línea, y que se divulgan así, son estimuladores del sistema inmunológico, compuestos que hacen que las defensas puedan luchar contra la enfermedad una vez que ésta se ha producido.
Pero el concepto clásico de vacuna, el que seguimos utilizando a la hora de hablar de enfermedades infecciosas sólo se ha utilizado -y se sigue haciendo- en el cáncer en dos ocasiones. Es decir, sólo dos veces se ha desarrollado un medicamento que administrado antes de la enfermedad evita que ésta se produzca.
En ambos casos, la vacuna no ataca al crecimiento incontrolado de células que define un cáncer, sino al patógeno que lo provoca. Desgraciadamente, no es muy habitual que los virus sean la causa de esta enfermedad, pero hay al menos dos excepciones: el cáncer de hígado -asociado al virus de la hepatitis B y éste de cuello de útero.
Frente a ambos microorganismos se han desarrollado vacunas, pero fue la del VPH la primera que se desarrolló específicamente para prevenir un tumor; en el primer caso, se trataba también de evitar el daño al hígado asociado a la hepatitis B, causara o no cáncer.
Muñoz no achaca la falta de reconocimiento de su trabajo por parte de la asamblea del Nobel del Instituto Karolinska a su condición de mujer, ni a ninguna otra causa externa de discriminación. "Se debe, sencillamente, a que el Nobel no reconoce la epidemiología", explica en videoconferencia desde Colombia, donde actualmente sigue ejerciendo como catedrática emérita en el Instituto Nacional de Cancerología de Colombia, además de colaborar con el Instituto Catalán de Oncología y el Instituto Nacional de Salud Pública de México.
Para Muñoz, la prueba más evidente de este fallo histórico del premio científico más prestigioso es que nunca se haya premiado a Richard Doll, el investigador de la Universidad de Oxford que lideró los trabajos que demostraron la relación entre el tabaco y el cáncer de pulmón.
La médica cree, eso sí, que la mejor recompensa a su trabajo es "haberlo visto culminado", algo que "no les pasa a muchos investigadores". De hecho, recalca orgullosa que la vacuna que desarrolló la industria farmacéutica gracias a los hallazgos de zur Hausen y ella está incluida en los programas de inmunización de 84 países, aunque reconoce que su entrada en África no está siendo fácil. "Espero que esto cambie ahora que se ha demostrado que dos dosis son igual de eficaces que tres y ha bajado por lo tanto su precio", comenta.
Una trayectoria única
La vida de Nubia Muñoz es digna de ser contada en una película, y no sólo por su exclusión del premio Nobel. Nacida en Cali, Colombia, en 1940, fue la hija más pequeña de un agricultor y su mujer que tenían cuatro hijos más. Su padre falleció cuando sólo tenía seis años, precisamente por difteria, una enfermedad infecciosa, campo al que luego se dedicaría.
Este suceso la motivó a dedicar su vida a la medicina. En un perfil publicado por la revista médica The Lancet, Muñoz señalaba que fue una muerte especialmente dolorosa porque podía haberse evitado si hubiera recibido un tratamiento adecuado de penicilina, en aquella época muy poco extendido en Colombia.
Pese a haber crecido en un ambiente tan modesto, Muñoz fue una estudiante excepcional, que ingresó en la Facultad de Medicina de la Universidad de Cali y, tras lograr la nota más alta de su promoción al final de cada curso, consiguió completar casi toda la carrera con beca. Una vez que obtuvo su licenciatura, empezó a colaborar con su mentor, Pelayo Correa, director del departamento de Patología en la facultad de la Universidad de Cali, que le sugirió dedicarse a la epidemiología del cáncer si lo que quería, según ella misma decía, era "lograr el mayor beneficio para la sociedad".
Muñoz obtuvo después una beca de la IARC para estudiar Salud Pública en la Universidad Johns Hopkins, en EEUU, y en 1970 fue contratada en la sede del IARC en Lyon. Allí lideró, desde 1986, la Unidad de Estudios de Campo e Intervención.