A media tarde de ayer miércoles, el doctor Gerardo Prieto descolgó el último cuadro que todavía decoraba su despacho en la Unidad de Rehabilitación Intestinal, en la Planta de Pediatría 1 del Hospital La Paz de Madrid.
Entre las visitas inesperadas de nostálgicos pacientes, personal de enfermería y otros compañeros, rodaban historias de 47 años de trayectoria profesional en los mismos pasillos. Este miércoles fue su 70 cumpleaños. Y tras toda una vida dedicada a los imprevistos de la medicina, a la formación de residentes y sobretodo, a los niños y sus familias, el Jefe de Servicio de Gastroenterología y coordinador del Trasplante Intestinal y Multivisceral del Hospital La Paz, único centro acreditado para este tipo de trasplante pediátrico en España, coge su maletín y se retira.
El doctor Prieto, nunca con bata pero siempre con absoluta involucración, desmontó de las paredes del despacho casi cinco décadas de trabajo en apenas tres horas. Media tarde para meter en las maletas miles de papeles, las sonrisas de las fotos, los pinitos artísticos de sus hijos en forma de lienzo, y guardar en la memoria los centenares de recuerdos de pacientes con fallo intestinal y trasplante multivisceral que han pasado por sus manos. El listado es incalculable, "cuando yo empecé, ni siquiera se hacían registros", dice.
Gerardo Prieto estudió Medicina para hacer algo diferente a las vocaciones familiares. Se licenció en junio del 71, en la Universidad de Salamanca y no fue hasta que coincidió con el peculiar carácter del doctor Jaso en el Hospital La Paz de Madrid cuando tuvo clara su inclinación por la Pediatría y la Gastroenterología. Para entonces, su padre ya había fallecido y un joven residente de Medicina alternaba su especialidad en la Complutense de Madrid con los continuos viajes a Zamora para ayudar a su madre Doña Antonia en el pequeño negocio familiar que regentaba.
Desde ese día hasta hoy han pasado 47 años, cuatro hijos y centenares de pacientes crónicos que llegaron para quedarse; ellos y sus familias. Doña Antonia, su madre, ha cumplido 101, continúa en Zamora, y con más lucidez que años telefonea a su hijo para saber si en la próxima visita le llevará el vídeo homenaje que los pequeños de la asociación de pacientes con fallo intestinal, nutrición parenteral y trasplante multivisceral NUPA le han regalado a su hijo ahora que se jubila.
Y es que hay vocaciones que significan mucho más que eso, que traducen su vida en una entrega infinita y en rotunda pasión por lo que hacen. El doctor Prieto, dicen sus compañeros, es el ejemplo de empatía más brillante que ha conocido el hospital La Paz. Uno de esos auténticos profesionales que se dejan la bata en el perchero, para sentarse sobre la cama de un hospital a compartir la alegría a veces, la tristeza siempre, y el desinterés nunca. Gerardo Prieto y su equipo pusieron en marcha un proyecto que ha permitido que niños -muchos hoy adultos- de todo el país tuvieran una oportunidad de salir adelante cuando sus centros de origen se lo negaban. Que les devolvieron la vida cuando parecía imposible.
Dicen los que conviven con él que el doctor Prieto jamás olvida los apellidos de sus pacientes, su patología y que es capaz de recordar incluso episodios concretos de su enfermedad con una exactitud pasmosa. Asiste a los congresos que imparte sin apuntes, con los casos clínicos dentro de su memoria y dicen que por el olor y aspecto de las heces es capaz de estimar una analítica.
Sus pacientes aseguran que se estudia, uno a uno, el club de fútbol de cada uno de ellos "para vacilarnos cuando perdemos y felicitarnos cuando ganamos. Dice que el fútbol no le gusta, pero creo que no se pierden un partido solo para que sintamos que le tenemos cerca", dice Lucas, un paciente de 14 años del Oviedo. Para los médicos de otras especialidades, lo más increíble de Prieto es que es el único jefe de servicio de todo el hospital que siempre responde al busca cuando llaman, que no delega el trabajo fácil, -ni el difícil-, en sus residentes, que hace guardias con la misma alegría que en su primer contrato y que es capaz de hacer reír a una madre el día que le da la peor noticia de su vida.
Quizás por sus cinco años como Director Médico del Hospital La Paz, no hay nadie en sus pasillos que no le conozca. Quizás por su brillantez y su generosidad, gastroenterólogos y cirujanos de todo el mundo recurren a él para confirmar diagnósticos y hacer consultas. Pero es sin duda por méritos propios, por su carácter y su pasión, que no hay nadie que no le quiera como persona. Gerardo Prieto tiene el don de hacerte sentir que nunca estás solo.
Sus pacientes le rinden el homenaje más especial
Fueron sus pacientes, los de toda una vida, los que viajaron desde todos los puntos del país hace algunos días para rendirle homenaje. Desde Canarias, Asturias, Barcelona, Valencia, Sevilla... centeneras de personas se movilizaron para sorprenderle con recuerdos y cariños que van mucho más allá de su historia clínica. Rafi Romero, a sus 41 años, es posiblemente de los asistentes al encuentro sorpresa su paciente más antigua: "Vengo desde Granada para agradecerle que él fuera la única persona en este país dispuesto a luchar contra mi enfermedad cuando muchos otros médicos se habían ya dado la vuelta. No recuerdo mi vida sin el doctor Prieto, él es mucho más que alguien de mi familia".
A la cita, no faltaron tampoco los padres de aquellos niños que se fueron antes de tiempo. "Siempre fuimos conscientes de que nuestra hija Izarbe tenía una enfermedad rara, que la lista de espera de un trasplante es una carrera de fondo y que quizás nunca llegaría, pero el doctor Prieto nos hizo el regalo más importante de nuestra vida: 10 meses de vida casi normal con nuestra pequeña en nuestra casa en Huesca. Otros médicos nos habían asegurado que Izarbe nunca iba a poder salir del hospital. El doctor Prieto y su equipo lo hicieron posible y no tendremos forma de agradecérselo lo bastante nunca".
Gari, David, Rodrigo, Alejandro... conviven con un trasplante multivisceral, una cirugía que consiste en la implantación de hasta ocho órganos vitales como único tratamiento para salvar la vida de los pacientes con fallo intestinal permanente. Ninguno de ellos es mayor de edad, y ninguno consigue retener las lágrimas cuando llega el momento de despedirse. Para todos, el doctor Prieto es mucho más que un médico. Es la persona que ha dejado su vida muchas veces aparcada al lado del Hospital La Paz para correr a contrarreloj por una urgencia en sus vidas. Es quien se ha quedado a los pies de su cama cientos de veces solo para contarles alguna historia que les calmara la ansiedad. El investigador que volvía a casa seguro de que quizás podía hacerse algo más y nunca paró hasta conseguirlo. Es el cómplice de los días malos y los peores, y el que celebra cada curso superado, cada cumpleaños, cada nuevo día lejos del hospital. Hay personas que nunca deberían jubilarse, y que quizás nunca lo hagan.
47 años de trayectoria lo han sido todo para aquellos que tienen una vida llena de metas que muchas veces parecían imposibles. Cuarenta y siete años de entrega que sólo compensa el amor de cientos de pacientes que nunca le van a olvidar. Indudable es que el doctor Prieto, sin pelos en la lengua, sin batallas perdidas, con cicatrices a cuestas, miembro emérito de cientos de familias ha entregado al hospital la labor impagable de una vida realmente imprescindible.