Acostarse temprano -o, al menos, no hacerlo de madrugada- y levantarse relativamente pronto es un consejo que suena más a maternal o incluso parroquiano que a evidencia científica. Pero un estudio publicado en la última edición de la revista The Lancet Psychiatry avala precisamente esta recomendación, aunque sin entrar a juzgar el estilo de vida comúnmente asociado al crápula o el bon vivant.
Lo que demuestra un trabajo que llama la atención por su amplio número de participantes -alrededor de 91.000- es que la disrupción del reloj interno del organismo se asocia a problemas en el estado de ánimo y a malestar general, lo que vuelve a poner de manifiesto la importancia de los ritmos circadianos, un campo de estudio que sigue dando que hablar, como quedó en evidencia con la concesión del último Nobel de Medicina a los padres del mecanismo detrás del mal sueño.
El estudio llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Glasgow se ha basado en una amplísima cohorte de población británica que se deja estudiar en pos de la ciencia desde hace años, el UK Biobank. Durante siete días, se les pidió que llevarán una de esas pulseras de actividad que se han puesto tan de moda últimamente y que sirven para mucho más que para contar el número de pasos que se hacen cada día.
Con el dispositivo, analizaron si los participantes volvían loco a su reloj interno; es decir, si dejaban de descansar por la noche o lo hacían en exceso por la mañana, si pasaban de los horarios convencionales para hacer lo que les apetecía en cada momento y, sobre todo, qué consecuencias tenía esto sobre su salud emocional y su propio bienestar.
La respuesta no dejó lugar a dudas y eso que los autores del trabajo limpiaron a fondo los llamados "factores de confusión", elementos que pudieran influir en el resultado del estudio que no estuvieran asociados al parámetro analizado. Por ejemplo, el problema de salir por la noche no es la resaca que viene después de un jornada de fiesta (o al menos no sólo), sino la ruptura de los ritmos biológicos habituales.
Los ritmos circadianos son clave en diversas funciones fisiológicas y de comportamiento, desde la temperatura a los hábitos alimenticios. Desde hace años, los científicos observan que romper estos ritmos afecta a la salud, sobre todo al páncreas y al cerebro, pero hasta ahora no se había demostrado de forma sólida su influencia en la salud mental.
Había algunos trabajos al respecto, pero se basaban sobre todo en la propia percepción, tanto de actividad como de patrones de sueño. Los acelerómetros o pulseras de actividad han permitido ahora acabar con ese escollo, aunque hay un gran pero que se sigue manteniendo.
Por mucho que los datos sean robustos a la hora de asociar esa ruptura de ritmos con la sensación de soledad, el mal humor o incluso un mayor riesgo de sufrir depresión o trastorno bipolar, es todavía prematuro hablar de una relación causal. "Aunque nuestros hallazgos no pueden demostrar esa causalidad, sí que refuerzan la idea de que los trastornos del ánimo se asocian con unos ritmos circadianos desordenados y además hemos evidenciado que los ritmos alterados de actividad y descanso se asocian también a un peor bienestar subjetivo y la habilidad cognitiva", explica la autor principal del estudio, Laura Lyall.
En un editorial que acompaña a la publicación del estudio, se señalan los pros del trabajo -sobre todo la manera de medir la actividad y el abultado número de participantes-, pero también los contras, como que la edad de los voluntarios deja fuera trastornos psiquiátricos que suelen producirse en la adolescencia tardía y cuya asociación con los ritmos circadianos quedaría, entonces, abandonada en el estudio.
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