Los datos son cada vez más alarmantes. La depresión es una enfermedad que va camino de convertirse en "la gran epidemia del siglo XXI", tal y como algunos psicólogos y psiquiatras la han denominado. Según cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS), "entre 1990 y 2013, el número de personas con depresión o ansiedad en todo el mundo ha aumentado cerca de un 50%, y ha pasado de los 416 millones a los 615 millones". O lo que es lo mismo: cerca del 10% de la población mundial se encuentra afectada en estos momentos por este trastorno mental.
El asunto se torna aún más preocupante si tenemos en cuenta que las cifras de afectados entre la población joven también van en aumento. Alrededor del 6,4% de las mujeres y el 4,7% de los hombres que tienen entre 20 y 34 años de edad padecen depresión, según la OMS. El organismo calcula además que hasta un 20% de los jóvenes han sufrido al menos un episodio depresivo relevante antes de llegar a los 18 años.
Por esta razón, la detección y el tratamiento precoz se han convertido en el principal caballo de batalla de los psiquiatras. "Las tasas de depresión siguen aumentando y no sabemos a ciencia cierta por qué", explicaba la pasada semana Víctor Pérez-Solá, director del Instituto de Neuropsiquiatría y Adicciones del Hospital del Mar de Barcelona, durante el seminario Millennials y Generación Z: la depresión invisible, organizado por Lundbeck y celebrado en Ibiza. Pérez-Solá sostiene que "si queremos mejorar las tasas de salud mental en la población, es fundamental intentar prevenir los factores de riesgo en edades temprana".
El aislamiento provocado por el abuso del móvil y de las redes sociales está favoreciendo este tipo de trastornos mentales entre menores y adultos jóvenes (de 20 a 34 años), tal y como explicó Marina Díaz Marsá, jefa de sección de Psiquiatría del Hospital Clínico San Carlos y presidenta de la Sociedad de Psiquiatría de Madrid. "No tenemos aún datos de prevalencia, pero es una realidad clínica. Cada vez nos llegan más jóvenes a las consultas que pasan horas y horas aislados en las redes sociales", afirmó la especialista.
Si bien es cierto que la posibilidad de desarrollar una depresión está influenciada por distintos factores (entre ellos, y de forma muy determinante, por la herencia genética), existen toda una serie de síntomas afectivos, somáticos y cognitivos característicos que podrían ponernos sobre la pista para detectar a tiempo un trastorno depresivo mayor en los más jóvenes.
La triada cognitiva
La tríada cognitiva de Beck o tríada cognitiva negativa es uno de los síntomas que manifiestan los sujetos que pueden desarrollar una depresión. Tal y como explica Díaz Marsá, ésta se caracteriza por tener pensamientos negativos sobre uno mismo ("no me gusto", "todos son mejores que yo", "no soy capaz"), sobre el futuro ("nunca llegaré a nada", "me voy a equivocar seguro") y sobre el mundo que le rodea (caracterizado por el aislamiento social, la hipersensibilidad con la gente que le rodea y la disminución paulatina de las actividades de ocio).
Si además se experimenta fatiga, cambios en el apetito, insomnio, cefaleas o problemas de dolor de estómago y/o agitación psicomotora, podríamos estar en los comienzos de un trastorno depresivo severo.
El abuso de las redes sociales
Pese a que aún no existen demasiados estudios que hayan abordado la relación entre las redes sociales y la depresión en los jóvenes, Díaz apunta que el abuso de estas plataformas en las que obtenemos cierto reconocimiento cuantitativo en base a likes o a número de seguidores comienza a hacer mella en los menores de 18 años y se relaciona con sentimientos de no estar a la altura si no se consiguen determinados objetivos.
"Para muchos, ser popular se ha convertido en el máximo valor aspiracional durante esa etapa de sus vidas. Este fenómeno da lugar a que algunos chicos, con tal de sumar amigos, seguidores, comentarios o likes, lleven ese deseo al extremo e incurran en conductas riesgosas (sic) para sí mismos dada la exposición que brinda internet: el exhibicionismo, en las chicas; y las agresiones hacia otros, en los varones", escribe la psiquiatra.
Según un informe publicado el año pasado por la Real Sociedad de Salud Pública del Reino Unido, sólo una de las principales redes sociales (Facebook, Instagram, Youtube, Twitter y Snapchat), tiene un efecto positivo en la salud mental de los jóvenes (Youtube). Instagram, de hecho, resultó ser la más dañina a la hora de que los jóvenes se conformen opiniones sobre su imagen corporal. "La disponibilidad de las redes sociales posibilita además un 'falso' contacto social que facilita el retraimiento y la creación de relaciones sociales superficiales", subraya Díaz.
Perfección y expectativas
La autoexigencia y el perfeccionismo componen un arma de doble filo para aquellas personas predispuestas a padecer una depresión. "La sociedad se empeña en formar a personas hiperresponsables que no van a ser felices nunca porque nadie es feliz para siempre", explica Pérez-Solá.
En el caso de los jóvenes, los psicólogos han acuñado el término "perfeccionismo multidimensional" para referirse a la presión que se autoimponen por cumplir con los estándares más altos, cuantificados a través de métricas tan engañosas como los likes que recibe una foto en una red social o el número de amigos o followers que se acumulan en Facebook, Twitter o Instagram.
Pero, además, según Pérez-Solá, las expectativas juegan también en nuestra contra, sobre todo si depositamos éstas en las personas. "El primer episodio depresivo suele relacionarse con acontecimientos vitales tales como una ruptura. Sin embargo, los acontecimientos que más nos deprimen no tienen que ver con ellos, sino con las expectativas que tenemos depositadas", explica el psiquiatra. "Lo que peor maneja el ser humano son las expectativas positivas, y sobre todo cuando conllevan humillación", añade.
La genética
"Si quieres tener salud mental, lo primero que tienes que hacer es elegir a tus padres". La frase, pronunciada por Pérez-Solá, habla bien de cómo la depresión es un trastorno que se encuentra ligado de forma inevitable a nuestros genes. Es decir, esta enfermedad es mucho más frecuente entre aquellas personas cuyos familiares también han tenido el trastorno. Hace apenas un mes, un nuevo metaanálisis publicado en la revista Nature Genetics apuntaba que existen 44 variantes genómicas, o loci, que tienen una asociación estadísticamente significativa con la depresión.
No es ni mucho menos el único estudio que ha ahondado en la cuestión genética. En 2015, otros estudio publicado en Nature evidenciaba cómo dos genes llamados SIRT1 y LHPP estaban directamente relacionados con el desarrollo de la depresión.
Estar triste no es estar deprimido
Por supuesto, que una persona experimente ansiedad, pase una mala racha o se sienta triste en un momento determinado no significa que tenga depresión. Según el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5), es necesario que una persona experimente "un estado de ánimo depresivo la mayor parte del día, casi todos los días" o una "marcada disfunción del interés o del placer en todas o casi todas las actividades durante todo el día, casi todos los días".
Además, debe experimentar al menos cuatro de los siguientes síntomas: alteraciones del sueño, agitación, fatiga, culpa y o sentimientos de inutilidad, disminución de la capacidad para pensar o concentrarse, pérdida de peso o apetito o pensamientos recurrentes de muerte. "Si ésta sintomatología se prolonga durante al menos dos semanas, podemos diagnosticar un trastorno depresivo mayor", confirma Pérez-Solá.