Lamentablemente, en los últimos años hemos tenido en España noticias muy tristes sobre agresiones sexuales a mujeres, normalmente por parte de grupos de hombres jóvenes, incluso menores de edad en algunos casos.
Esto ha generado que miles de personas salgan a la calle para protestar por la poca importancia que parece darse a casos como estos. Pero, ¿qué se puede hacer para solucionarlo? ¿Cambiar las leyes? ¿Dar charlas informativas a los niños para evitar el problema desde el principio?
La solución no sería una sola, sin duda. De hecho, no tendría por qué ser algo meramente social; ya que, según algunos científicos, también se podría llegar hasta ella a través de la biología. Un buen ejemplo de ello es el de un equipo de investigadores de la Universidad de Pensylvania y la Universidad Tecnológica de Nanyang, que acaba de publicar en Journal of Neuroscience un estudio sobre el efecto de la estimulación cerebral en la percepción moral de los agresores sexuales.
La agresividad en el cerebro
Se conoce que la corteza prefrontal, encargada del control de ideas y comportamientos complejos, puede tener un papel esencial en la decisión sobre la conveniencia de llevar a cabo comportamientos violentos.
Dicha idea es la que ha conducido a estos investigadores a llevar a cabo el estudio, en el que participaron un total de 81 hombres sanos, con edades iguales o superiores a los 18 años.
Todos ellos se separaron en dos grupos. Uno, cuyos participantes fueron sometidos a 20 minutos de estimulación transcraneal directa sobre la corteza prefontal y otro que cumplió la función de placebo, ya que sus miembros se expusieron a una corriente de baja intensidad durante 30 segundos. Ninguno sabía a qué grupo pertenecía, por lo que no podía existir sugestión en los resultados.
Finalizada esta primera parte, se presentaron a los voluntarios dos escenarios hipotéticos, uno en el que se recreaba un asalto físico y otro similar, pero con una agresión sexual.
Al preguntar con qué probabilidad se verían como protagonistas de la escena, su intención de participar disminuyó en los que habían sido tratados con respecto al placebo en un 47% para la agresión física y un 70% para la sexual.
Además, también calificaron las escenas como moralmente incorrectas en una mayor proporción.
Hasta ahora los investigadores se preguntaban si los comportamientos violentos podían generar cambios en el cerebro o si, por el contrario, eran dichas anormalidades cerebrales las que generaban los comportamientos violentos. Ahora, esta nueva investigación apoyaría la segunda opción. Pero eso no es todo, ya que de cara a un futuro podría ayudar a tratar a agresores sexuales para evitar que reincidan en ocasiones posteriores. Quizás habría que aumentar el tiempo de exposición o el número de repeticiones.
De cualquier modo, los autores del estudio han insistido en que aún haría falta mucha más investigación para poder confirmar esta teoría. Si fuera así, la ciencia dispondría de un arma perfecta para luchar contra estos criminales; pero, hasta que eso ocurra, habrá que confiar en que la justicia sepa actuar en consecuencia.