Dejarse algo en el plato no significa tener más problemas de salud, aunque los investigadores advierten de que en algunos niños hay que vigilar peso y crecimiento.
Tortilla. Filete empanado. Ensalada. Pescado a la plancha. Cada persona tiene su plato favorito, ese del que no le importa abusar del consumo. Y a su vez rechaza meterse en la boca las acelgas, la coliflor o el repollo que lo acompañan. Comer día sí, día también de alguno de esos platos y evitar alguno de los otros no tiene por qué suponer obesidad ni una salud peor.
Así aparece certificado en un estudio publicado en el European Journal of Clinical Nutrition, llevado a cabo por científicos de la Universidad de Bristol (Reino Unido). En concreto, el estudio se centra en los niños “comensales selectivos”, es decir, aquellos que se dejan la menestra de guarnición en un filete o separan la verdura de una sopa y se comen solo los fideos.
Durante diez años, la investigación se sirvió de pequeños que se consideraban exquisitos a la hora de comer, de los 7 a los 17 años. El objetivo era comprobar si había diferencias en el peso, tamaño y composición corporal con aquellas personas que no le hacían ascos a nada. Se midieron hasta siete veces en una década, y los cuerpos se clasificaron en delgados, normales, con sobrepeso y obesos, de acuerdo a índices de masa corporal.
Según describen los investigadores, fue “tranquilizador” ver cómo crecían los niños quisquillosos tras el experimento. Además, al llegar a los 17, casi todos ellos eran más altos y con un peso más atractivo que el de la media. La mayoría de los niños crecieron a un ritmo normal, pero algunos lo hicieron un poco más lento. Sin embargo, luego se pusieron a la altura (nunca mejor dicho) de los demás. De acuerdo al estudio, en lugar de verse perjudicados por no comer de alguno de los grupos alimentarios, el índice de masa corporal era más bajo. Además, dos tercios de los tiquismiquis no tenían un peso bajo para su edad en ningún momento del transcurso de los años.
La preocupación por los tiquismiquis de la comida
Las razones por las que alguien rechaza algo de comida o no se atreve a probar platos nuevos son más difusas. Una investigación presentada el año pasado insinuaba que podría deberse a mutaciones genéticas. De esta forma, los padres estarían exonerados de culpa por no conseguir que sus hijos se coman las espinacas o las coles de Bruselas.
Sin embargo, las conclusiones del nuevo estudio no quieren decir que no se deba presentar nuevos alimentos a los niños o a hacer su dieta más variada o saludable. Solo que el no comerse algo de la guarnición o del plato principal no significa obesidad, un menor peso o un peor crecimiento. Lo de tener a los pequeños sentados a la mesa horas y horas hasta que se coman el brócoli no es necesario, pero también hay que preocuparse si solo quieren platos precocinados o un determinado grupo alimenticio.
De hecho, en el estudio se dice que en aquellas poblaciones infantiles donde predomina el sobrepeso y la obesidad, comer menos por ser selectivo puede ayudar a evitar estos problemas, siempre y cuando a la vez haya una dieta de calidad, con muchas frutas y verduras.
Por otra parte, algunos niños participantes tenían menor peso del normal para su edad. Así, los científicos también advirtieron de que en algunos casos hay que hacer intervención y detección específicas de estos problemas, así como supervisar su crecimiento.
No es la primera vez que la ciencia se preocupa por los hábitos de los niños en la mesa y su influencia en el desarrollo corporal. En 2016 se presentó un estudio de la Universidad de Maastricht (Países Bajos) realizado con niños a los que se estudió de los cinco a los nueve años. El objetivo era relacionar el consumo exigente con el peso, a la vez que se preguntaba a los padres por las “prácticas de crianza de los hijos en la comida”, según el artículo.
De acuerdo a sus conclusiones, aquellos tiquismiquis que a los cinco años tenían un peso normal para su edad no estaban en riesgo de tener un peso por debajo de lo normal a los nueve años. Es más, “era menos probable que tuvieran sobrepeso comparado con los comensales no exigentes”. Esto estaba relacionado con otro factor: los padres de los niños tiquismiquis presionaban más a sus hijos para comer y limitaban más la ingesta de comida poco saludable que los padres de las otras criaturas.
Otra investigación publicada el mismo año se centró en niñas estadounidenses de cinco a quince años. Además de registrar variables como su peso o altura, también se investigó la presión para comer que podrían ejercer los padres y la ingesta diaria de fruta y verdura. De nuevo, las niñas que constantemente rechazaban algunos alimentos en el plato tenían un menor índice de masa corporal que las que se lo comían todo. Las primeras, además, tenían menos posibilidades de tener sobrepeso en la adolescencia.
Eso sí, unas y otras consumían menos frutas y verduras de las que deberían; aún menos las quisquillosas, que además recibían más presión parental para comer, algo que ya apuntaban el estudio holandés. El artículo concluía que, con esos descubrimientos, “las grandes preocupaciones parentales sobre los comensales selectivos persistentes son injustificadas”.